Independiente de la empresa encuestadora y de su metodología, todos los sondeos muestran la caída de la popularidad del gobierno, el primer elemento que explica la necesidad de La Moneda por un cambio de gabinete que le permita retomar la agenda. La encuesta CEP de ayer lo reiteró: la Administración perdió 12 puntos en respaldo (de 37% pasó a un 25%) y aumentó 11 en desaprobación (de 39% a 50%), desde octubre-noviembre a la fecha. Mucha caída para un gobierno que fue elegido con un 54%, uno de los mayores porcentajes de votación desde 1990. Su nivel de respaldo se asemeja al que el propio gobierno de Piñera, en el primer mandato, obtuvo en el peor momento de las movilizaciones estudiantiles, a mediados de 2011.
Para los apocalípticos: son cifras mediocres en popularidad, qué duda cabe, pero la política chilena da sorpresas inesperadas. Luego de sus malos números de 2011 –a fines de ese año llegó al 23 % de respaldo y 62% de desaprobación– Piñera terminó su mandato con 34%-46% y luego fue reelecto. Algo parecido ocurre con Bachelet, que en julio-agosto de 2016 tuvo 15% de aprobación y 66% de desaprobación –lo más bajo de 2006 a la fecha–, terminó su gobierno con 23%-53% y ahora es la segunda mejor evaluada (lejos, eso sí, de Lavín, que puntea). Es decir, no es acabo de mundo, existen para el Ejecutivo opciones para revertir el tablero, aunque se encuentra en un punto de inflexión.
Las encuestas, las expectativas económicas a la baja –un 61% cree que Chile está estancado, según la CEP– y la presión de los partidos oficialistas empujaron un cambio de gabinete en que el presidente decidió no tocar su comité político, probablemente lo más llamativo del anuncio. Desde el discurso de 1º de junio era evidente que el mandatario no movería a Chadwick, su ministro del Interior, al que le inyectó oxígeno con nuevas tareas en materia de combate contra la delincuencia y de reformas institucionales. Pero se hablaba de la llegada del ministro Blumel a la vocería, lo que terminó no concretándose. Sean cuales sean las razones –¿falta de nombres y acuerdos con los partidos, tal vez?– Piñera decidió no desarmar el triunvirato Chadwick-Blumel-Pérez que lo acompañó entre 2014 y 2018 desde Apoquindo 3000 a preparar su retorno a La Moneda y en sus primeros 15 meses del actual gobierno. Como suelen hacer los presidentes en tiempos complejos, Piñera se arropó en tres de sus colaboradores de mayor confianza y apostó nuevamente por la fórmula de su círculo cercano para los puestos fundamentales.
Sin haber tocado a ninguno de sus ministros de La Moneda, sin embargo, ¿logrará el presidente un cambio de aire, como lo logró en su primer gobierno, a estas mismas alturas del mandato? En esa ocasión, en julio de 2011, reemplazó a la vocera Ena Von Baer por el propio Chadwick, que luego en 2012 pasó a Interior. El cambió favoreció en ese momento a la Administración Piñera.
SOBRE EL RESTO
De los cuatro ministros que salieron –Valente, Santelices, Jiménez y Ampuero–, los dos primeros gozaban hace mucho de sobrevida política y eran serios candidatos a haber dejado el gabinete en agosto pasado, en el primer ajuste. Ya Piñera les había dado una segunda oportunidad. A Jiménez, su mal manejo de la crisis de los medidores inteligentes le terminó costando en cargo. El caso de Ampuero, sin embargo, probablemente representó la mayor dificultad para el presidente: su llegada a la Cancillería fue una apuesta personal del mandatario, le tiene estima y comparten una mirada política. Pero aunque el escritor llevó adelante una agenda contundente –lo de Prosur fue su obra de mayor importancia–, tuvo deficiencias personales en la comunicación de su trabajo. Y para el presidente, como quedó en evidencia en la cuenta pública, las Relaciones Exteriores son un asunto fundamental.
De los que entran –Ribera, Jobet, Mañalich y Sichel–, solo este último es un debutante. Piñera, como con el comité político, prefiere apostar por los círculos de confianza y no arriesgarse en los tiempos difíciles.
Fontaine, que pasa de Obras Públicas a Economía, tiene el desafío de marcar diferencias con su antecesor, que desde el comienzo tuvo problemas en la comunicación (en julio de 2018, en uno de sus errores más recordados, recomendó invertir fuera de Chile, por ejemplo). Para Moreno, ciertamente, moverse a Obras Públicas le viene bien, sobre todo porque se hace cargo de una cartera que tiene un plan para acelerar concesiones y obras públicas por 1.400 millones de dólares y un programa de infraestructura que contempla inversiones por 4.000 millones de dólares para este año. Pero a decir verdad: quizá lo mejor para Moreno habría sido que el caso Catrillanca no le hubiese golpeado de lleno, que pudiera haber llevado adelante el Plan Araucanía y que hubiera terminado con éxito el proyecto original de ese ministerio, probablemente el más ambiciosos de la actual Administración. En esa cartera, al menos hasta 2018, estaba buena parte del corazón del segundo mandato de Piñera, enfocado en las clases medias vulnerables.
¿Es todo esto una buena noticia para la oposición? Si las elecciones fueran en una semana, ¿tendría chances de ganar La Moneda? Difícil. La encuesta CEP instala a Lavín como el mejor evaluado, por lejos, entre los políticos chilenos. ¿Será su revancha, 21 años después? (Por Rocío Montes-DF)