La rivalidad de Chile con Argentina nunca ha estado en la cancha. Ahí siempre nos ganan. Las estadísticas son abrumadoras. Las 24 veces que nos enfrentamos en la Copa América, el triunfo siempre fue para ellos. Por eso, las casas de apuestas pagan cerca de 20 veces a quien ponga las fichas por Chile. “Hijos nuestros”, tituló ayer el diario deportivo Olé, resumiendo la historia.
No, la bronca que tienen muchos con nuestros vecinos no pasa por el fútbol. Se trata más bien de un choque de estilos, de dos maneras de ver y hacer las cosas. Los argentinos más expansivos, cancheros, seguros. Los chilenos, más tímidos, de poca palabra, medidos. Esa forma de pararse en cualquier cancha, incluso frente a las “minas”, es la que irrita. En parte, porque quisiéramos ser así. Andar de guapos por la vida es lo que soñamos; pero con ellos no nos resulta, porque son guapos de verdad. Nosotros no.
Chile se agranda en cualquier plano con nuestros otros vecinos: Perú y Bolivia. Ahí nos sentimos superiores. Pero con Argentina la cosa cambia. Por eso el “hijos nuestros” nos duele. Porque es un poco verdad. O al menos sabemos que así nos miran, para abajo. Por el lado de ellos, me parece que es con menos bronca, porque les sale natural. Su aproximación hacia nosotros no es particular. Es una actitud que tienen frente a cualquiera. No se achican con nadie, incluso con los más poderosos.
Por eso, cuando cruzamos la frontera nos tratan bien. Pero somos “los chilenitos”, esos que no molestan, que se notan poco e importan menos.
Es claro que nosotros tenemos más la mente en ellos, en la clásica actitud del hermano chico que quiere que el mayor lo reconozca, lo adule. Pero eso nunca sucede. Ni siquiera cuando éramos los niños mateos del curso y el mundo nos aplaudía por nuestra economía y seriedad. Ellos nunca se percataron de eso. La razón es simple: no nos estaban mirando.
Todo esto nos duele, nos irrita. Pero al final nos encantan los argentinos. Nunca lo reconoceremos, pero es verdad. Finalmente nos gusta su forma de ser, por más que digamos que son arrogantes. Es un cariño malo. Soñamos con pararnos como ellos, con personalidad, con seguridad. Tener ese estilo ganador que a veces se asienta en la realidad -como en el deporte-, y otras en la pura actitud. Y nos gustan tanto, que no por nada el principal destino de viaje de los chilenos es Buenos Aires, una ciudad que aunque pase por períodos oscuros, nos sigue deslumbrando. De seguro esta es un imagen un tanto idílica, pero eso no altera el diagnóstico.
Por ello, esta historia de fondo no cambiará hoy. Si Chile logra doblarle la mano al destino y gana, será una gran hazaña para nosotros. Para ellos, una farra, porque seguirán sintiéndose mejores. Que ganó el peor, dirán. Y aquello nos dará más rabia. Pero si perdemos, también todo seguirá igual. Estaremos con la misma rabia contra ellos, pero derrotados una vez más frente al hermano mayor. Porque al final, este no es un problema que se pueda resolver en la cancha; es un trauma que sólo se cura con muchas horas de diván.