Argentina: está bien que lloren por mí-José Ramón Valente

Argentina: está bien que lloren por mí-José Ramón Valente

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En París todavía circula un dicho entre la gente mayor que dice —en traducción libre, porque mi francés es muy limitado— “más rico que un argentino”. Es que, en la época de nuestros abuelos o bisabuelos (según la edad del lector), los argentinos eran efectivamente muy ricos en comparación con la mayoría de los ciudadanos del mundo. En términos de ingresos, estaban en el top 10 entre los países más ricos del planeta. Además, se daba la coyuntura de que un porcentaje muy significativo de la población en Buenos Aires era inmigrante europeo y habían logrado enriquecerse a los pocos años de llegar a Argentina. De manera que, para ellos, volver a sus países de origen convertidos en millonarios mostrando su nuevo estatus económico tenía un valor especial. De hecho, el otro dicho de la época que todavía perdura hasta nuestros tiempos es “hacerse la América”, y se atribuye a los europeos que generaron grandes riquezas al llegar a Buenos Aires y Caracas. Una verdadera paradoja en estos tiempos.

Hoy, un par de generaciones más tarde, la situación es totalmente diferente. Un argentino promedio necesitaría 15 meses de sueldo para pagar una noche en un buen hotel de París. El país se ha empobrecido a tal nivel con respecto al resto del mundo, que incluso los “chilenitos”, vecinos pobres de los transandinos, se pasean por Mendoza y Buenos Aires haciendo el mismo alarde de riqueza que alguna vez hicieron los argentinos por las calles de París.

Debido a la pérdida de valor de la moneda argentina, un bife de chorizo en un buen restaurante de Buenos Aires es más barato que un café en el Starbucks de Santiago. Para una referencia más completa, puede servir constatar que si el peso chileno se hubiese devaluado igual que el peso argentino desde 2018 a la fecha, el tipo de cambio en Chile sería de $2.050 (corregido por el poder adquisitivo). En otras palabras, el peso argentino ha perdido aproximadamente un 70% de su valor. Con razón las colas de chilenos en El Paso Los Libertadores llegan hasta el hotel Portillo, y los supermercados en Mendoza están poniendo cuotas máximas de venta para los chilenos.

¿Cómo se puede empobrecer tanto un país que lo tiene todo: tierra fértil, petróleo, litio, gente educada, entre otros? Quizás la forma fácil de imaginárselo es pensar en una familia que lleva varias generaciones viviendo de los dividendos de sus abuelos. Como los descendientes eran tan ricos, decidieron trabajar poco y esperar todos los meses el cheque correspondiente. Paulatinamente, partiendo con los gobiernos peronistas de mediados del siglo XX, el Estado argentino fue tomando control sobre la riqueza del país y los cheques comenzaron a venir desde las arcas fiscales. Actualmente, el Estado sigue creciendo, con un aumento de los empleados públicos de 27% desde 2013.

Cuando el patrimonio heredado comenzó a escasear en Argentina, en parte por exceso de gasto, en parte por corrupción y en parte por despilfarro, los gobernantes argentinos, en vez de comunicarles su nueva situación patrimonial a sus ciudadanos, escogieron hacerse los lesos y continuar con la fiesta. Primero se endeudaron, al principio con inversionistas privados y luego con organismos multilaterales que consideraron que Argentina era “too big to fail” cuando en realidad era “too bad to pay”. El FMI le dio un crédito de emergencia de US$ 50 mil millones a Argentina el año 2018, que ahora se rehúsa a pagar. De hecho, hoy en día Argentina es el mayor deudor del FMI, con una deuda de US$ 46 billones. El segundo camino de los gobiernos argentinos para seguir con la fiesta fue crear la ilusión de riqueza imprimiendo billetes. Con más billetes y sin mayor cantidad de bienes en las estanterías, las alzas de precios no demoraron en llegar y hoy la inflación en Argentina supera el 100%. Lo notable de la estrategia de los gobiernos argentinos es que la vienen repitiendo por décadas, solo interrumpidas por breves períodos de tiempo en que los acreedores e inversionistas, como si les hicieran un electroshock, parecen olvidar la historia y repiten nuevamente los mismos errores.

Hoy dan ganas de llorar por Argentina. El país que alguna vez fue el más rico de América tiene un nivel de pobreza del 39,2%, sus niños se encuentran en el lugar número 63 de 77 en las pruebas PISA, tienen un 45% de informalidad laboral y, lo peor de todo, es que no se ve luz al final de ese túnel. (El Mercurio)

José Ramón Valente