Armas cargadas

Armas cargadas

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“… quienes cometan delitos van a ser perseguidos con todo el peso de la ley, pero nosotros no vamos a perseguir ideas”.

Fue la frase que pronunció el Presidente, luego de que el líder de la CAM llamara a tomar las armas contra el Estado.

¿Es correcta la afirmación presidencial? En abstracto, no cabe ninguna duda que sí. Si el Estado o el Gobierno persiguiera ideas sería un gobierno tiránico e indigno de respeto. El control del discurso es incompatible con la democracia y la libre expresión, conforme a la cual las personas tienen derecho a plantear su punto de vista frente al mundo y reaccionar a propósito de lo que este último le ofrece.

El problema es que Héctor Llaitul no planteó una idea. Invitó, instigó, instó, indujo a emplear la violencia, algo que es inadmisible en democracia.

El mejor test para saber si alguien sugiere una idea u otra cosa, es preguntarse si, como consecuencia de haberla pronunciado o proferido, es posible comenzar una conversación o un diálogo. Si usted dice que tal grupo de personas son un conjunto de estúpidos, gente lerda e incapaz, esa es una idea que usted puede discutir. Podría, por ejemplo, demostrar con hechos que no son ni estúpidos ni lerdos, y abrigar la esperanza de que quien los consideraba de esa forma luego de oírlo a usted cambie de opinión. Esa es una idea. Si Llaitul hubiera dicho que, en su opinión, el pueblo mapuche ha estado sometido por la fuerza o que el cambio social casi siempre es producto de ella, también habría emitido una idea. Usted podría decirle que hay casos en que el cambio se produce por vías pacíficas y esperar un diálogo para intercambiar puntos de vista e influirse recíprocamente. En fin, si alguien dice que la historia humana es la historia de las luchas de clases, una lucha que siempre se zanja por la violencia de una clase sobre otra, ese sería otro ejemplar de idea.

Pero si alguien insta a otro a emplear las armas en contra suya y la historia personal de quien profiere la frase indica que habla en serio y el contexto en que la pronuncia subraya ese significado, entonces no se trata de una idea, sino de una instigación, de una invitación a emplear las armas y no del comienzo de un diálogo. Y si, más encima, quien profiere la frase es miembro de un grupo que ha tomado ya las armas y las emplea, y su frase no puede ser entendida sino como la continuación de esa conducta, entonces no se trata de una idea, sino de una conducta lingüística destinada a promover la violencia y no solo a hablar de ella o discutir sobre ella.

Sí, es cierto: la línea divisoria entre expresar una idea e instigar, entre proferir un enunciado acerca de algo y hacer algo mediante palabras, entre hablar de la violencia e invitar o instar a ejercerla, es muy tenue y no siempre es fácil trazarla. Y es que mediante el lenguaje decimos cosas; pero a la vez, hacemos cosas. Cuando el cura dice “yo te bautizo con el nombre de Juan”, emite una frase, pero a la vez ejecuta un acto cuya consecuencia es que Juan pasó a formar parte de la Iglesia. Toda expresión lingüística posee esos dos planos: dice algo y hace algo. Una manera de distinguir entre hablar de la violencia e instigar o invitar a su empleo contra el Estado, consiste en preguntarse cuál de esos planos predomina, si acaso el informativo (lo que se dice) o el instigador (lo que se hace al decirlo). Sobre la base de esta distinción usted podría preguntarse: ¿Héctor Llaitul solo dijo algo (es decir, habló de la violencia) o hizo algo (o sea, ejecutó el acto de invitar a emplearla)? ¿Quiso hacer saber algo o quiso producir una conducta?

Es evidente que Llaitul hizo algo: instigó a usar las armas contra el Estado. Y eso no es una simple idea frente a la que el Estado deba enmudecer, como sí debe hacerlo frente a las ideas religiosas o políticas o estéticas o históricas o científicas.

Tal vez el Presidente tenga razones prudenciales para la inacción, para no hacer nada frente a personas como Héctor Llaitul (y en tal caso sería mejor que las explicitara); pero no debe cometer el error de confundir expresar ideas con instigar acciones. Son cosas distintas. Una cosa es usar las palabras para transmitir ideas, otra emplearlas solo como empujones a la acción violenta.

Y es que incluso en democracia hay palabras —la frase es de Sartre— que son pistolas cargadas. (El Mercurio)

Carlos Peña

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