La bondad pagada de sí misma es quizás una de las peores formas de orgullo. Es la del Gran Inquisidor de Dostoievski, que desafía a Jesús desde su propio sacrificio. Y es también la base del buenismo: el deseo de ser celebrado como bueno, sin medir las consecuencias.
Benito Baranda, al parecer impulsado por esta fuerza, exige ayer privilegios procesales insólitos e injustificados para delincuentes que destruyeron bienes públicos y asolaron el centro de Santiago por semanas. ¿Por qué no demandar condiciones carcelarias dignas para todos, asumiendo que cada cual debe responder ante la ley por sus actos? ¿Por qué no pensar un minuto en lo que significaría esta impunidad arbitraria? ¿Por qué no sopesar lo que significaría para miles de chilenos ver convertida de nuevo cada viernes la Plaza Italia en una batalla campal?
En los meses que vienen será muy necesario que todos pongamos el bien de Chile por delante, aunque eso signifique sacrificar el placer de parecer buenos. Si no, el debate público se convertirá simplemente en una puja de buenos deseos, que, como sabemos, pavimentan el camino al infierno.
Pablo Ortúzar Madrid
Investigador IES