Escoger el nombre de un bebé es una tarea minuciosa. Libros, internet y sugerencias son algunos de los aspectos que se consideran. Para algunos el camino es que suene bien con los apellidos o escoger el de algún familiar. La música o la moda también influyen.
¿Cuáles son las opciones preferidas en este siglo? Según los datos del Registro Civil de los niños inscritos desde el año 2000 al 2015 los nombres más escogidos son Benjamín y Sofía. En los últimos 15 años ambos estuvieron por más tiempo en el primer lugar de los diez más inscritos. Sofía se mantuvo como el favorito por seis años y Benjamín lo hizo durante nueve años. Le siguen en popularidad Martina, Catalina, Constanza y Javiera. En el caso de los hombres, Agustín, Matías y Sebastián.
En 2015, el primer lugar lo ocupó Sofía y Agustín, seguido de Benjamín. ¿Por qué Benjamín y Sofía? Para Gastón Salamanca, doctor en Lingüística y docente de la U. de Concepción, la explicación es la sonoridad. “Los dos llevan ‘i’ acentuada y la ‘i’ es una vocal que construye diminutivo, que se usa cuando alguien quiere atenuar o suavizar una expresión, lo que le da una sonoridad musicalizada, que se asocia a una recepción positiva”, dice.
Algo similar pasa con Agustín y Agustina, agrega. El primero está como el segundo más popular en el caso de los hombres (cuatro años en el primer lugar) y el segundo, ingresó en 2012 a la lista de los diez más populares, en octavo lugar, y sigue subiendo. “Algo tiene para los chilenos esa vocal. Tiene una musicalidad más suave, no está asociada a la rudeza o es más grave como ocurre en términos acústicos con la ‘o’ y la ‘u’, las otras son más agudas”, agrega.
Para Cecilia Aretio, directora de Postítulo en Psicología Clínica Infanto-Juvenil de la U. Diego Portales, el nombre se liga con valores familiares, pero muchas veces también “se cuelan valores sociales del momento, donde pesan determinados ídolos de la época y se dan aspectos superficiales que pueden influir”.
La imitación también está presente, dice el académico de la U. de Concepción. En este caso, se toman en cuenta nombres similares a los que se dan en Argentina. De hecho, según un artículo del diario La Nación, en Argentina, con datos del Registro Civil de Buenos Aires, Sofía y Thiago son los más elegidos. En el caso de las mujeres, la preferencia por Sofía se da desde 2010 y Thiago alterna liderazgo con Benjamín.
El nombre, agrega Aretio, es una variable clave sobre lo que los padres quieren transmitir al hijo. “No da lo mismo. La mayor parte de las veces influyen distintas variables, se puede escoger según lo que puede significar una determinada persona en lo emocional, o personas que representan algo desde lo transgeneracional”.
Sin estudios que puedan señalar las motivaciones por esos nombres, Salamanca señala una hipótesis que apunta a que en el caso de los hombres puede haber influencia de la farándula, por el actor Benjamín Vicuña y en las mujeres, por la Reina Sofía de España.
Discriminación
En la búsqueda de un nombre, los padres también apelan a un deseo de originalidad. Cesi, Allegra, Yasira, Lluvia, Balentina o Vida son ejemplos en las niñas, mientras que en los hombres son Jharrizon, Sting, Alonzo o Estiben. Pero la respuesta a esa originalidad muchas veces genera discriminación. Así lo explica Lidia Pereira, licenciada en Educación con mención en Español de la U. de Concepción, que en 2013 estudió las reacciones que generan los nombres en Chile, con una encuesta a alumnos de primer año.
¿Los más estigmatizados? Byron (94,70%), Brian (84,21%) y Jason (73,68%), en hombres y para las mujeres Shirley (95,23%), Yamileth (95,23%) y Sharon (90,47%).
La búsqueda de originalidad, explica Pereira, es por el deseo de sobresalir de sus pares, crear su propia historia y posicionarse frente al resto. “Eso es mirado prejuiciosamente por un sector de la clase media aspiracional que intenta valer su estatus de cultura, ya que ellos miran a los estratos altos en los nombres que eligen”.
Para Salamanca, que también participó en el estudio, los nombres propios operan en un contexto donde se constata y se hace visible la asimetría social y el fenómeno de la estigmatización. “Uno podría incluso teorizar que cuando ciertos nombres comienzan a ser masivos, las clases más altas buscan otros que los distancien de las clases medias emergentes”.
Cuando se hacen cambios de letras en los nombres, como “c” por “k”, o “j” por “x”, explica Salamanca, se trata de intentos fallidos por buscar asimilarse a otras clases. “Pero muestran que en el plano ortográfico no tienen las mismas herramientas”. Es como llamar a una niña Valentina pero con “b”.
Fuente: Edición Original La Tercera