De pronto todo aquello que parecía construido en piedra parece haber estado erigido sobre arenas movedizas. Todo lo que suponíamos poseía sólidas raíces, no era más que una amalgama imperfecta y frágil. Ya no se trata solo de escudriñar en lo que hay detrás de la violencia ni en lo que moviliza por distintas causas a más de un millón de chilenos, mientras otros millones presencian silentes, quizás sorprendidos o asustados o tal vez criticando los acontecimientos. Ahora debemos identificar lo que está en juego y el rol desempeñado por la comunicación de masas, expresada en el uso incesante de redes sociales como en medios de comunicación tradicionales.
Según el filósofo Mario Perniola, por años aceptamos que se nos presentara la comunicación de masas “bajo la enseña del progresismo democrático, cuando en realidad constituye la acabada configuración del oscurantismo populista”. Ello explicaría el paroxismo de una comunicación ideológica, que prescinde de toda posibilidad de verificación y que no somete a ningún análisis racional los argumentos que se proclaman por quienes se erigen en paladines de una guerra infinita del “bien” contra “el mal”. Se usa la simplificación y banalización extrema de los hechos de la mano del predominio de la emocionalidad. Y de la emocionalidad a lo festivo y carnavalesco, como a lo vandálico, hay solo un paso.
Quizás por ello, en medio de las ingeniosas pancartas y consignas usadas estos días, había una que reflejaba como pocas la nula comprensión de los riesgos que acechan a nuestra democracia. Decía “nos robaron todo, hasta el miedo” y la portaba una joven que naturalmente no había vivido en dictadura.
Este tal vez sea el punto más crítico que protestas y medios de comunicación invisibilizan. Hay quienes hoy ven una oportunidad de arrebatarnos la democracia. Se daña el estado de derecho, se erosiona el tejido social ya afectado por un modelo de desarrollo que evidentemente no satisface a toda la ciudadanía, y se conduce al país por un camino de polarización e intolerancia.
En paralelo grupos antisistema, similares al black block -ala violenta del movimiento antiglobalización- adoptan el carácter comunicativo de la violencia escogiendo objetivos simbólicos que incrementan el impacto sicológico de sus acciones, y actores políticos descolocados por el mayoritario clamor de paz, incitan desde sus cómodas posiciones parlamentarias la interrupción del proceso democrático. Quienes amenazan con acusaciones constitucionales para atizar el fuego, usan herramientas democráticas con fines antidemocráticos. Quienes alegóricamente dicen no tener miedo, desconocen lo que está en juego. Hay un ataque irresponsable, si es que no deliberado, a las bases de la convivencia nacional y a su democracia. Más que una brisa bolivariana, estamos en presencia de vientos de totalitarismo extremo que creíamos desterrado de Chile.