De la admiración a la idolatría y de la idolatría a la obsesión hay sólo un paso, y en ocasiones, la obsesión puede ser tan irracional que provoca daño al sujeto admirado. Mark David Chapman admiraba tanto a John Lennon que lo terminó asesinando. Boric idolatra tanto a Salvador Allende que provocó la mayor deshonra a su memoria viva.
Su fanatismo desmedido ha provocado una mancha que ensombrece la dignidad de un apellido que remite, nada más ni nada menos que a la figura más importante para la izquierda en la historia política nacional: los Allende.
El símbolo de este oprobio ha sido el reciente fallo del Tribunal Constitucional que dictaminó el cese de su hija, Isabel Allende, como Senadora de la República tras la negligente decisión de impulsar un proyecto de transformación de la casona del ex Presidente en calle Guardia Vieja en un museo por medio de un contrato de compraventa, en el cual una de las firmantes era precisamente la senadora Allende. Infringiendo así una norma constitucional expresa que prohíbe la celebración de contratos entre parlamentarios con el Estado.
“No se humilla al Partido de Salvador Allende”. Fue una sentida frase acuñada por el entonces presidente del Partido Socialista Álvaro Elizalde cuando el Frente Amplio no concurrió al Servicio Electoral para suscribir el acuerdo electoral de elecciones primarias en el año 2021.
Dicha frase, marcaría el prolegómeno de una tortuosa relación entre el Frente Amplio y el Partido Socialista, mediada por Boric, en la que no sólo existió subordinación política, al ser relegados en un inicio del cuatrienio presidencial a las periferias de los anillos concéntricos del poder, bajo el modelo impuesto por Giorgio Jackson, sino que, además, implicó concesiones programáticas, empujándolos hacia la defensa de un texto constitucional maximalista, identitario y refundacional que precisamente eliminaba el Senado, donde el PS tenía una mayor representación que el Frente Amplio.
Y ahora, exponiendo a la principal heredera política de Allende a un bochornoso cierre de una extensa carrera política de 31 años como parlamentaria, eliminando al principal ícono socialista en la Cámara Alta. Los avatares de la historia pusieron al socialista Alvaro Elizalde como Vicepresidente de la República justo en el instante en que se produjo la destitución de la senadora. La historia no se repite, pero rima.
El proyecto de hacer de la casa de Allende un nuevo museo y centro de peregrinaje para la nueva izquierda, era un eslabón más dentro de una serie de hitos orientados a generar una apropiación de Boric de la figura del líder de la Unidad Popular, como aconteció en cada una de las intervenciones durante la fallida conmemoración de los 50 años del golpe.
El historiador francés Georges Duby señala que, a menudo, se invoca el pasado por las necesidades del presente. Y es que el retorno al mito de Allende bajo forma de mímesis no fue más que un atajo de Boric ante la incapacidad de articular un proyecto político de izquierda con sentido en pleno siglo XXI.
Boric, en su obsesión de modelar la figura de Allende como artificio en una política del espectáculo rendida ante el simbolismo, proyectó su imagen como un holograma, revisitando virtualmente lógicas del pasado, a costa de contaminar su imagen presente.
El intento por dotar de una identidad frenteamplista a la figura de Allende culminó en un rotundo fracaso, desde todo punto de vista. No es trivial que durante el cuatrienio de Boric y en el epicentro de las conmemoraciones por los 50 años del golpe, de acuerdo con la encuesta Cadem, los chilenos evaluaran mejor al gobierno de Augusto Pinochet (1973-1990) que al de Allende (1970-1973).
Así, en su afán por canonizar a Allende, Boric involuntariamente provocó su mayor profanación. Un fallido homenaje que devino en una profunda herida, con la estatua de Allende aún erigida, pero una honra caída. (Ex Ante)
Jorge Ramírez