Aunque es evidente que el Presidente Gabriel Boric y las Fuerzas Armadas no tienen una buena relación, el Mandatario tiene una inmejorable oportunidad para demostrar que quiere ser el Presidente de todos los chilenos haciendo gestos que dejen en claro que La Moneda entiende que las Fuerzas Armadas no son ni un legado de la dictadura ni una manifestación del pinochetismo y que, para que la República funcione bien, las Fuerzas Armadas y el Gobierno deben gozar de una legitimidad que emane de su correcto funcionamiento y su capacidad para poner el bien del país por delante de los gustos personales de los líderes del momento.
Desde mucho antes que llegara el poder, cuando su condición de parlamentario le permitía decir barbaridades irreflexivas, Boric dejó en claro que no le gustaban mucho los militares. Aunque probablemente siempre entendió -algo de esto debe haber aprendido en el colegio particular al que asistió y en sus años como estudiante de derecho en la Universidad de Chile- que las repúblicas no pueden existir sin Fuerzas Armadas poderosas que ejerzan el monopolio de la violencia, Boric pertenece a ese grupo de chilenos que parece incapaz de separar a las Fuerzas Armadas del golpe de Estado de 1973 y de la dictadura de Pinochet.
Sin entender que todas las instituciones del país han atravesado momentos difíciles, han cometido errores, y tienen páginas de su historia que las enlodan, Boric muchas veces parece incapaz de desasociar las Fuerzas Armadas y las violaciones a los derechos humanos cometidas en dictadura. Su insistencia, por ejemplo, en que se produjeron violaciones sistemáticas a los derechos humanos durante el estallido social -acusación que ha sido repetidamente demostrada como falsa- deja en claro que, en su estructura mental, las Fuerzas Armadas de Chile son parte de aquello que está mal en el país.
Afortunadamente, una gran mayoría de los chilenos no comparte esa apreciación. La gente es capaz de entender la diferencia entre las Fuerzas Armadas y los negros momentos por los que atravesó Chile cuando nuestro país se convirtió en lo que Arturo Valenzuela tan brillantemente definió como Una Nación de Enemigos. Treintaicinco años después de recuperada la democracia, los chilenos valoran a las Fuerzas Armadas como una institución central en la vida nacional. Los chilenos se sienten orgullosos de sus uniformados y les demuestran cariño y respeto. Para millones de chilenos, los miembros de las Fuerzas Armadas son padres, hijos, hermanos, familiares o amigos. Aquellos que han jurado dar su vida para defender el país son parte también de nuestra fortaleza institucional.
Es cierto que hay heridas abiertas y que el pasado es complejo. Pero el pasado siempre es complejo. Por ejemplo, el pasado de la Iglesia Católica también es complejo, tanto en su relación con los pueblos originarios, cuya conversión forzosa la Iglesia lideró, como con la Iglesia Protestante, que sufrió persecución cuando el catolicismo era la religión única en nuestra tierra. Es más, hay heridas recientes asociadas al abuso sexual de niños y adolescentes a manos de miembros del clero que tomará tiempo cerrar. Pero la Iglesia Católica, con sus pecados y omisiones, es mucho más esos momentos oscuros y heridas abiertas.
Ninguna república exitosa en el mundo ha podido sobrevivir sin Fuerzas Armadas que sean capaces de defender las fronteras. Es más, en las naciones orgullosamente patriotas, la memoria de costosas victorias militares, con su inevitable derramamiento de sangre, alimenta la fortaleza del estado-nación.
Para nadie es sorpresa que el gobierno del Presidente Boric pasa por un momento complejo. Sus bajos niveles de aprobación y su incapacidad para avanzar una agenda legislativa y dar respuestas a los urgentes problemas que aquejan al país genera comprensible preocupación y decepción. Aunque es difícil ser optimista, todos sabemos que mientras mejor le vaya al gobierno, mejor le va a ir al país. Por eso es esencial que todos intentemos ayudar al gobierno a que encuentre el camino del éxito de tal forma que el país retome la senda del progreso.
Una forma de retomar el camino correcto que permita a Boric convertirse en el Presidente de todos los chilenos es aprovechando la oportunidad que brinda este 19 de septiembre, el día de las glorias del Ejército, para hacer gestos fuertes y claros que despejen toda duda de que él se siente orgulloso de las Fuerzas Armadas de Chile y que las ve como un activo y parte central de la república.
Es cierto que después de varios años en los que Boric se dedicó a dinamitar puentes con las Fuerzas Armadas, va a ser difícil construir una nueva narrativa para su gobierno. Pero por su propio bien como Presidente, y por el bien de la propia república, es imprescindible que Boric haga gestos hacia las Fuerzas Armadas que demuestren que, finalmente, el Presidente ha decidido alejarse de la herencia de Salvador Allende, que dijo no ser Presidente de todos los chilenos, y, emulando a sus predecesores más inmediatos, ha decidido convertirse en el Presidente de todos los chilenos. (El Líbero)
Patricio Navia