BRICS

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De tanto en tanto surgen voces que llaman a alinearse con el “sur global” o con BRICS. Lo primero es una entelequia; lo segundo es una asociación política, con muy distintos niveles de adhesión al propósito declarado por parte de sus miembros o simpatizantes. El llamado Tercer Mundo de otrora tenía algo de más realidad que el primero; el segundo tiene un cierto sabor a los antiguos No Alineados, también llamado el Grupo de los 77, al cual al final pertenecían más de 100 países, bastante disímiles en sus posturas políticas.

En suma, no servía para nada. En un comienzo, en 1954, había algún grado de no alineamiento, hasta que en 1979 Castro, en La Habana, proclamó a la URSS como “aliado natural”, una contradicción en los términos. Para rematar, entre sus miembros había dos países de importancia creciente con regímenes ardorosamente antimarxistas, Brasil e Indonesia. ¿Qué salió de todo eso? Nada.

BRICS es diferente, porque en algunos momentos recurrentes viene a ser instrumento de una alianza, para algunos efectos, entre Rusia y China, en cuanto desafío a Estados Unidos y a la OTAN. Sudáfrica, en términos de África negra, corresponde a una democracia, si bien con tantos síntomas críticos; retoma el desgastado discurso antioccidental, o decolonial, para hablar en términos de la academia euroamericana. Brasil, qué duda cabe, es un gigante que, medido en aquello que llamamos desarrollo, está lejos de la meta. La India, desde que abandonó el camino estatista después de 1990, ha tenido un desarrollo considerable. Lo que le resta es demasiado, aunque por cierto nadie va a despreciar su tamaño, para no hablar de sus complejidades culturales y geopolíticas. En algunos aspectos es próxima a Rusia, en otros a EE.UU. y a las democracias desarrolladas de Asia (Japón, Corea del Sur, Australia). No toma tan en serio aquello de BRICS; solo se aplica al juego que la hace sostener múltiples cartas. Esta organización no ha sostenido con seriedad ninguna posición de economía política internacional de manera consistente.

El mundo euronorteamericano, la zona del origen del desarrollo y de la política moderna, con todas sus contradicciones y veleidades, constituye el punto de referencia y orientación más seguro en las procelosas aguas de la política mundial. Ello, a pesar de la zona de mar incógnito a la que ingresamos con la administración Trump. Hasta el momento, con todos los zigzagueos de su historia, de las grandes economías, la norteamericana ha sido la más abierta, lo que es clave para un país como el nuestro.

¿Qué debemos hacer? El plato fuerte son los tratados de libre comercio con EE.UU., con la Unión Europea —complementado tras el Brexit con uno similar con el Reino Unido—, y sabemos de la historia del CPTPP, resistido por el actual gobierno hasta que finalmente se rindió ante la realidad y lo asumió en vista del interés nacional. Sobre China, no habrá que abundar en que Chile está bastante integrado en lo económico, siendo el primer destino de nuestras exportaciones; lo mismo en la región el caso de Brasil, importante destino de inversiones chilenas. ¿De dónde esta urgencia de ingresar a BRICS, entidad que no tiene mayor estructura? Parece ser que responde a mentalidades como las del Foro de Sao Paulo, herencia de la idea fija de que EE.UU. es el gran Satán: fabricación de un enemigo para aglutinar huestes.

No se trata de aislarse de BRICS si evoluciona con relativa solidez, cosa que me parece extremadamente improbable, como lo fue Unasur. Chile debe manejarse, y salvo pocas excepciones, no cerrar abruptamente puerta alguna. Pero, en ese caso remoto, mejor comenzar con la categoría de observadores, algo usual en diplomacia. (El Mercurio)

Joaquín Fermandois