Existen impuestos “buenos”, “regulares » y” malos”. El Estado decide imponer esta carga a los ciudadanos para financiar sus propios gastos.
A mayor Estado, mayores impuestos. Y el Estado, a su vez, financia buenos y malos gastos.
Por eso es impresentable que, en los últimos 10 años el Estado haya duplicado su personal, sin que se noten sus beneficios en mejores servicios y, paralelamente, no haya financiado la estimulación y educación temprana del 30% de niños más desfavorecidos , entre 0 y 6 años, la verdadera causa de las desigualdades extremas actuales tan criticadas por ellos mismos, sus principales causantes.
Pero un impuesto no sólo recauda. También desincentiva la producción de las actividades gravadas.
Por ejemplo, un impuesto a las bebidas alcohólicas, al aumentar sus precios o disminuir las utilidades de quienes las producen, desincentivan su producción y consumo. Este es un buen impuesto, como lo son los que gravan la contaminación ambiental.
Pero un impuesto creciente a la contratación formal de personal desincentiva la contratación de los mejores profesionales al aumentar su costo para las empresas e incentivar la emigración de estas personas hacia países donde los tratan mejor. Este es un mal impuesto.
Lo mismo sucede con el impuesto a las utilidades de las empresas, los que desincentivan la creación de nuevas empresas y nuevos proyectos, actividades que son la base del crecimiento económico, la contratación de nuevo personal y el aumento de las remuneraciones. Este es un muy mal impuesto.
El IVA grava el consumo, y, a diferencia de los impuestos a la renta, su pago es “voluntario” al decidir la persona consumir algo. Por lógica, los bienes más necesarios van a costar más caros y se van a consumir un poco menos, pero se seguirán consumiendo, y los menos necesarios, o suntuarios, serán los que finalmente disminuirán su consumo en mayor proporción.
El problema del IVA es que así como funciona hoy es un impuesto regresivo porque las personas de menores ingresos gastan una mayor proporción de sus ingresos en bienes de consumo que las de mayores ingresos, es decir, el IVA las afecta proporcionalmente más. Y el IVA recauda más o menos la mitad del total de impuestos. Por lo tanto, es un impuesto “regular”. Debido a su gran capacidad de recaudación.
Pero, en la actualidad, es relativamente fácil transformarlo en un muy buen impuesto. Para esto bastaría devolverle a las personas de menores ingresos una parte o, a algunas, todo el IVA pagado en sus compras. Y esto se puede hacer desde que la factura, boleta y guía de despacho electrónicas se hicieron obligatorias.
Lo anterior está implícito en mi propuesta: se trata de reemplazar, en parte, malos y muy malos impuestos por otros regulares y otros transformables en buenos, que se pueden transformar en muy buenos impuestos.
Parece algo de sentido común, el que, al parecer, no abunda en quienes hasta ahora han decidido estas materias.
Pero, ¡sí se puede! (La Tercera)
Jorge Claro