Cabildo de Independencia-Eugenio Tironi

Cabildo de Independencia-Eugenio Tironi

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Llegué un poco antes de la hora prevista, las nueve. Iba al Cabildo Provincial que se realizaría en el Liceo Gabriela Mistral, en Independencia. Había poca gente. Se notaba que muchos se conocían entre sí. Hacían cola, por cierto. «Siempre hay que hacer cola», decía una señora en un tono festivo, «desde la mañana, para entrar al metro». Esta era para inscribirse en mesones donde había numerosas personas frente a sus portátiles. Detrás de mí había una mujer de unos 65 años, baja, morena, delgada, de anteojos, cubierta por un abrigo azul bien cerrado. Tenía el aspecto de una profesora de castellano. O de religión. Continuamente era saludada por quienes andaban circulando.

-Veo que muchos la conocen -le pregunté, con la intención de establecer un vínculo-. ¿Usted es de la comuna?

-Soy de un poco más allá, de Dorsal. Por eso me conocen.

-¿Participó en un Encuentro Local? -le dije con el ánimo de ampliar la conversación.

-Sí, yo misma lo organicé en mi casa. Con mi familia, incluyendo a un nieto de 14 años. Fue el más interesado. Pero aquí es distinto. Hay gente que uno no conoce.

-¿Ud. es dirigente social?

Dije «social» pensando en darle una salida. Me pareció menos comprometedor.

-No -me respondió-. Soy dirigente política.

-¿Así? ¿De qué partido?

-Comunista.

Por cuántos años ella habrá tenido que ocultarlo, pensé, y hoy lo declara con orgullo. Y cuánto tiempo pasó antes que los comunistas se reincorporaran como actores plenos a la vida democrática, como ella lo hacía ahora con tanta propiedad.

-¿Aquí hay muchos militantes?

-Comunistas, sí. Nosotros nos organizamos para venir. Los otros partidos parece que no. Por lo menos no los veo.

En ese momento me llamaron del mesón de registro, donde anotaron mis datos y me dieron el número del grupo que me tocaría integrar. De ahí pasé al patio central del liceo, a esperar que avanzara el proceso de inscripción. Como a las 9:30 nos hicieron pasar al gimnasio, donde seguimos esperando sentados en las graderías. Esperar, pensé, forma parte de los ritos de la vida republicana.

En el gimnasio seríamos unas 300 personas, equilibrados entre hombres y mujeres. Un tercio tendría menos de 30 años. Una facilitadora muy animosa explicó los objetivos y el itinerario. Todo rápido y certero. Cuando nos aprestábamos a partir a las salas, un señor mayor, ubicado en un rincón de las graderías, dijo algo que nadie alcanzó a escuchar. La facilitadora se le acercó y le pasó el micrófono. Partieron los discursos, imaginé. Se paró, y en forma algo precipitada dijo lo siguiente:

-Este es un momento histórico. Tenemos una gran responsabilidad. Yo les propongo que antes de empezar nos unamos cantando la Canción Nacional.

Y así fue. Nos paramos y cantamos a voz en cuello. De aquí no puede salir nada malo, pensé; cantar juntos la Canción Nacional es como sellar un pacto de hermandad. No fui el único: muchos nos emocionamos.

En mi grupo cada uno expuso sus argumentos. Era obvio que varios tenían una agenda preestablecida. Pero en la deliberación entraban nuevos temas, cambiábamos de opinión, negociábamos, votábamos y luego concordábamos qué pondríamos en el acta. Se fue configurando así una cartografía híbrida de valores y proposiciones constitucionales que no respondía a las ideas preestablecidas de ninguno de los que participamos, y que tampoco se puede clasificar en categorías como conservadora o liberal, subsidiaria o estatista, individualista o igualitarista.

¿Para qué servirá todo esto?, reflexionaba regresando a casa. La verdad es que no lo sé ni me importa mucho. Me queda lo que vi: a chilenos reflexivos, moderados, democráticos y profundamente unidos por el amor a Chile. Me basta con eso.

 

El Mercurio/El Mercurio

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