Al comenzar este mes, que sabíamos iba a ser el de las decisiones más importantes en lo tocante a las elecciones presidenciales, señalé en esta misma página que en Chile parecíamos haber adquirido una obsesión por el hecho inesperado, aquel que escapa a la normalidad, pero, si llega a suceder, lo cambia todo. Agregué que el hecho inesperado es siempre una posibilidad, pero que, si ocurre siempre, deja de ser inesperado y se torna su contrario. Quizás eso era lo que parecía estar ocurriéndonos, queríamos creer que lo inesperado era nuestra norma; que somos un país excéntrico.
Pero el mes se cerró sin que nada inesperado ocurriera… aunque estuvo cerca de ocurrir. O quizás no hubiese sido inesperado sino sólo ridículo (“Del latín ridiculus, adj. Que por su rareza o extravagancia mueve o puede mover a risa” según el Diccionario de la RAE). El acto pudo ser perpetrado por Chile Vamos que, para concluir una semana en que no dejó error por cometer ni confianza por lesionar, casi convoca a una primaria cuyo olor a “tongo” era tan penetrante que, según trascendió, uno de los llamados a ser parte del espectáculo, el senador Cruz-Coke, sin poder soportar la vergüenza se negó a participar.
No somos, pues, un país excéntrico y la cordura se impuso o probablemente el pudor fue más fuerte, pues la decisión final de Chile Vamos se situó en el contexto que la evolución política de nuestro país ha señalado como tendencia durante el período reciente. Esa tendencia terminó por restablecer la distribución normal de partidos en cualquier democracia: los que no quieren cambiar nada o incluso retroceder, situados en la derecha; quienes quieren cambiarlo todo en la izquierda; y, en el centro, quienes quieren cambiar las cosas que es necesario cambiar, pero sólo en la medida que ello cuente con un consenso social.
Hoy, en la derecha están principalmente los partidos encabezados por José Antonio Kast y Johannes Kaiser, en la izquierda el actual oficialismo y en el centro -quiéranlo o no y les guste o no- los partidos de Chile Vamos, que deben terminar de convencerse de que ya no pueden hablar de “sector” para referirse a una derecha en la que ellos estarían junto a los partidos que ahora se hacen llamar “nueva derecha”. Esos partidos han sido claros en decirles, en todos los tonos y sin ambigüedades, que no se consideran sus afines. Que ya no son un “sector”.
¿Obstinación? ¿Maldad? ¿Ceguera de Kast y quienes hoy lo acompañan? No, es sólo que la sociedad ha evolucionado y todos ellos, con sus respectivos contenidos, ya no caben en un mismo continente. Objetivamente son diferentes: sus visiones de la convivencia democrática y la política no son iguales y sus objetivos políticos, en lo que toca al rumbo que deben tomar Chile y sus instituciones, son distintos. El liderazgo generado por Kast y Kaiser es uno que observa la democracia como el escenario de una guerra que solo acaba con la derrota total del enemigo, una guerra hoy trasladada también, explícitamente, al terreno de la cultura. Una guerra que se orienta por una visión conservadora en lo social y cultural y por una suerte de anarcoliberalismo en lo económico. Una guerra que encuentra en Trump y Milei los ejemplos a seguir. En esas posiciones se han agrupado todos quienes rechazan los principios y la práctica política que los partidos agrupados en Chile Vamos han mostrado en algo más de treinta años de convivencia democrática post dictatorial. Lo que ha ocurrido, en definitiva, es que la “antigua” derecha, aquella que la democracia recuperada en 1990 heredó de la dictadura, ha terminado de sincerarse y reconocer las dos almas que animaban en su seno.
Quienes no han logrado ese sinceramiento, y probablemente no lo harán mientras compartan las responsabilidades -y los privilegios- de gobernar, son los partidos del oficialismo. En ese mundo hoy reina la confusión: Jeanette Jara habla de “realismo político” y de que “las personas evolucionan”; Paulina Vodanovic está a punto de declararse adversaria del gobierno y Carolina Tohá es capaz de decir que no es la continuación de un gobierno que ella misma presidió en repetidas ocasiones en calidad de vicepresidenta de la República. En esa desesperada carrera por distanciarse del gobierno de Gabriel Boric, sólo Gonzalo Winter parece mantenerse como fiel escudero de su viejo amigo, aunque su atolondrado discurso deja claro que del espíritu y las ideas con que esos jóvenes autoproclamados moralmente superiores llegaron al gobierno hace tres años, ya no queda nada.
Pero, más allá de la bruma propia de una contienda electoral, sigue estando claro que, digan lo que digan, si ganan su primaria, tanto Vodanovic como Tohá, serán las candidatas del Partido Comunista y del Frente Amplio y, si ganan la presidencia, deberán gobernar con ellos. Y Jeanette Jara podrá vestirse de socialdemócrata, pero sigue siendo militante del Partido Comunista, un partido que desde el Manifiesto escrito por Marx y Engels no admite disensos y sólo acepta a otros enemigos de sus enemigos como desechables compañeros de ruta en el largo camino hacia la victoria final. Una confusión que sólo terminará de aclararse cuando terminen de reconocerse las dos visiones de la política y las dos prácticas de la democracia que allí malamente conviven, por la única vía que puede otorgarle patente de autenticidad a ese reconocimiento: separándose como hizo la derecha. Y Jeanette Jara sólo será creíble en su evolución cuando abandone un partido que ya no es el suyo y sólo a regañadientes la lleva como candidata.
Así las cosas y luego que durante el mes cada oveja terminara por elegir a su pareja, el trabajo más arduo -y más importante para el país- es el que espera a los partidos de Chile Vamos, el “nuevo centro”. Ellos tienen un electorado propio (algo más o algo menos de la mitad de la “vieja derecha”), que no es suficiente para cumplir la tarea que ha terminado por caer en su regazo. Si quieren encabezar un gobierno que escape al cepo conservador de la “nueva derecha” y no caiga en la fantasía refundacional de la izquierda, los partidos de Chile Vamos deben adaptar su lenguaje y sus modales a la realidad. Su electorado natural está entre esa fluctuante votación de centro, que en cualquier análisis se sitúa alrededor de un veinte por ciento. Para ello debe comenzar por reconocer públicamente su naturaleza totalmente ajena a aquello que representan en Chile los partidos fundados por Johannes Kaiser y José Antonio Kast. Abandonar los reflejos provenientes de épocas pasadas -esos que provocan, a veces, lamentables descuidos en entrevistas radiales- y concentrarse en mirar el futuro desde la posición que, por sus obras, han terminado por ocupar.
Y deben hacerse cargo también de que ese espacio de centro al que los han llevado sus propias concepciones no es un espacio vacío. Se trata de un espacio poblado de movimientos, partidos y figuras políticas e intelectuales independientes. Un espacio esencialmente dinámico en el que, en algún momento del futuro y ya disipada la bruma electoral, podrían encontrar también su lugar los llamados partidos del “socialismo democrático” y la Democracia Cristiana. Por ello, parte de la tarea a la que están llamados los partidos de Chile Vamos es mostrar la flexibilidad y la inteligencia política que se requieren para contribuir a dar forma a ese centro político, luego de un largo período de polarización que casi terminó por esterilizar a la política en nuestro país.
Para, así, terminar de demostrar que no somos un país excéntrico ni vivimos de fantasías. (El Líbero)
Álvaro Briones



