No se nota solamente en los incendios que han asolado al país este verano, y que nos han tenido con el alma en la boca. El cambio climático se extiende a toda la sociedad chilena.
Vivimos, en efecto, un clima totalmente opuesto al que inauguraron las protestas de 2011, y que desembocó en el triunfo de Michelle Bachelet blandiendo la bandera de la voluntad política frente a las limitaciones impuestas por la realidad, en especial la economía. El resultado de este ensayo está lejos de las expectativas que generó. Pero al final su gobierno será recordado como todos los gobiernos modernos: ni tan deslumbrante y fundacional como lo imaginaron sus creadores, ni tan mediocre y apocalíptico como temían sus opositores.
A pesar de las restricciones económicas y los escándalos de la clase política y empresarial, la sociedad chilena sigue mostrando una notable vitalidad. Prueba de ello ha sido la respuesta ante los incendios forestales. Ha colocado en la agenda temas que sus dirigentes no tenían en carpeta, como la violencia hacia la mujer, la suerte de los niños que están a cargo del Estado o la situación de las pensiones y la vejez, entre otros. El mundo político ha tenido, eso sí, una virtud: ha sido poroso a estas nuevas demandas, las ha canalizado y ha buscado respuestas, con el liderazgo del Gobierno y de la Presidenta Bachelet.
Con todo, hay una distancia enorme entre la marcha de la sociedad y la vida política diaria, la de los partidos y parlamentarios, la cual está enfocada primordialmente a disputas de poder y a los mecanismos para arbitrarlos.
A ojos de la gente, la política misma -esto es, la gestión del Estado y de la cosa pública- se ha vuelto menos interesante, y por esto la población vota menos. La elección municipal, en cualquier caso, dejó en claro que, a pesar del fin del binominal, el escenario sigue dominado por las dos coaliciones posdictadura. Con todo, hay que destacar la emergencia de nuevas fuerzas políticas que empiezan a ser fuente de renovación tanto en la derecha como en la izquierda, cuya prueba de fuego serán las elecciones de este año.
Las controversias en el campo de la economía se moderaron. Todos saben que las cosas no van bien, pero, a la vez, que no mejorarán en el corto plazo, no importa los malabares que se realicen. De ahí que, en lugar de especular sobre modelos y contramodelos, la población ha puesto el foco en proteger sus trabajos e ingresos. Lo mismo las empresas y empresarios: en lugar de protestar a la espera de «correcciones» de efectos milagrosos, han tenido que volcarse a mejorar la productividad y a buscar nuevas oportunidades. La debilidad de la economía, en suma, ha servido para atemperar las pasiones.
Ojalá el curso que han seguido las cosas enseñe a las nuevas generaciones -porque esto es algo que debe aprender cada uno por sí mismo- que las políticas públicas, y sus reformas, no son el camino al paraíso, pero tampoco al infierno; que la vida buena es una quimera por la que se lucha, pero que nunca se alcanza plenamente; que solo se puede aspirar a mejorar la vida un poco y gradualmente, y que esto depende básicamente del esfuerzo de cada uno y del apoyo de quienes le rodean más cercanamente. Esto vale incluso para los incendios.
Es una paradoja, pero el gobierno más socialista desde 1990 terminó haciendo que la gente se interese menos en la política y el Estado como fuente de reformas que mejoren su vida. Algunos toman esto con frustración, otros con alivio, pero la mayoría lo hace con sana resignación. (El Mercurio)
Eugenio Tironi