El mayor impacto de las elecciones del 19 de noviembre fue el vuelco que produjeron en las expectativas de las personas. Se ha hablado hasta la saciedad de la brecha abierta entre lo que se creía que serían los votos obtenidos por Beatriz Sánchez y los que, finalmente, consiguió. Ahora la gente ―no los candidatos, ni tampoco los comandos, sino los electores―, más que una intuición sobre su posible influencia, sabe positivamente que su voto es gravitante: el 20 por ciento de los sufragios es real, como real es la representación equivalente en el Congreso.
De lo que no se ha hablado lo suficiente es del cambio radical en las convicciones de las personas respecto de quién será el próximo Presidente de Chile. En cosa de días, la certeza de que sería Piñera cayó del 66 al 49 por ciento, según la última encuesta Cadem, que para Fiestas Patrias ubicaba al ex Mandatario en el 73 por ciento de las convicciones, lo que generaba euforias en la oposición y desalientos en el oficialismo. En el sondeo de Criteria, entre octubre y noviembre, Piñera se precipita del 68 al 50 por ciento.
No deja de sorprender que el 17 de noviembre, dos días antes de los comicios, quienes creían que sería Guillier el futuro Presidente apenas constituían el 16 por ciento. Después de la elección ya habían ascendido al 41 por ciento, proporción que podría ser mayor, como lo revela Criteria, donde Guillier salta del 19 al 48 por ciento, pues la velocidad de captura de confianza del abanderado oficialista es más rápida que la velocidad de pérdida que exhibe Piñera.
Tampoco se ha hablado mucho, salvo especulaciones contraintuitivas y acientíficas que se levantaron para sustentar la estrategia de la ruptura de la centroizquierda, de cómo se redistribuirán las preferencias de la primera en la segunda vuelta.
Ahora tenemos una idea más cercana a la realidad, respecto de qué podría ocurrir con los adherentes de las candidaturas presidenciales del Frente Amplio y de la Democracia Cristiana. Por cierto, esta idea no tiene nada que ver con un país presa del binominalismo e incapaz de arribar a consensos. Nada que ver con un pueblo que repudia a la centroizquierda y que, en una suerte de autoinmolación, acaba por abandonarse a la abstención electoral. Y nada que ver con electores frenteamplistas que no están dispuestos a votar por Guillier, ni con programas que, para tener éxito en las urnas, deban ser integrales y poco menos que comprometer los ideales históricos de cada vertiente política.
Según Cadem, 7 de cada 10 adherentes de Beatriz Sánchez y de Marco Enríquez-Ominami se orientarán a Guillier, y uno a Piñera. En la medición de Criteria, los favorables a Guillier suben a 8 y se mantiene uno por Piñera, tendencia que es refrendada por declaraciones de dirigentes del Frente Amplio y por las propias de Enríquez-Ominami y Alejandro Navarro, en respaldo del candidato de la centroizquierda.
Desde el punto de vista de las actitudes de los electores, los resultados del referendo de Revolución Democrática no pueden ser más elocuentes. De los 4.800 militantes y adherentes que concurrieron a la consulta, el 80 por ciento votó por las tesis de apoyo a Guillier: unos, porque consideraban que «la derecha en el Gobierno implica un retroceso y riesgo para Chile» y, otros, porque estimaban que su programa podría incorporar temas emblemáticos de la agenda social, como la reforma del sistema de AFP.
En la tesis que se impuso, RD no formula un llamado a Sebastián Piñera para que recoja las demandas del mundo social y no es a Chile Vamos al que exhorta para que convoque a los simpatizantes del Frente Amplio. Su interpelación es a la Nueva Mayoría y a su candidato, y la hace desde el domicilio de la izquierda, algo que torna incomprensible la dilación que han sufrido sus definiciones estratégicas.
En cuanto al curso que tomará la votación de Carolina Goic, tanto Cadem como Criteria indican que 3 de cada 5 electores votarían por Guillier y uno lo haría por Piñera, lo cual es consistente con las acciones de Progresismo con Progreso ―especie de organismo huésped del partido― en la Democracia Cristiana, cuyos dirigentes han expresado su abierto rechazo a la línea oficial. Pero también dicho cisma es coherente con el tipo de votante que ha reproducido: los electores de Goic, víctimas de la polarización introducida en la colectividad, son quienes más ocultan sus preferencias presidenciales.
El cambio de las expectativas electorales perfila los contornos políticos del Frente Amplio, y fortalece el rol articulador de la Democracia Cristiana en la centroizquierda. (El Mostrador)
Rodolfo Fortunatti