Así de simple, en menos de tres días, la editorial revirtió su decisión de permitir el bloqueo de 300 artículos de la revista China Quarterly, la más prestigiada sobre el tema, tras recibir una indicación de una agencia de censura china. Era una medida extrema y nueva, porque era sabido que ciertos contenidos están prohibidos en China, pero en general se trata de censura en medios masivos, no en revistas especializadas como la de Cambridge, a la cual tienen acceso poquísimos lectores, en parte porque es caro.
Bajo una fuerte presión de académicos, CUP no solo reconoció el traspié, sino que puso de nuevo en la red todo el material y lo liberó de pago, por lo que cualquiera podrá leerlo gratis. Este caso dejó en evidencia la situación actual de la censura: está plenamente vigente e, incluso, dicen que al acercarse el Congreso del Partido Comunista, en octubre, los funcionarios están más alertas aún a que los «temas prohibidos» no tengan difusión.
¿Y cuáles son esos temas? Obviamente todos los que se refieren a la represión de las protestas de la Plaza Tiananmen, en 1989; los que tienen que ver con la Revolución Cultural, un asunto que pareciera olvidado y que para este «moderno» Partido Comunista no debiera ser inoportuno -porque Mao Zedong hace rato que dejó de ser un referente para los chinos-, y sobre el «molesto» Dalai Lama, que insiste en mantener liderazgo espiritual (y político) sobre el Tíbet. Claro que lo curioso es que hayan tratado de eliminar artículos viejos, publicados en 1961 y 1968.
La polémica fue más allá de la censura en internet -se sabe que Google y Facebook han tenido que ceder a presiones del gobierno chino para no ser bloqueados totalmente-, pero que llegue a la academia era otro asunto.
En EE.UU. hace rato que están preocupados de que Beijing interfiera en la libertad académica de los programas ofrecidos en China. Los convenios entre universidades norteamericanas y chinas deben pasar por el Ministerio de Educación, el cual interviene en los contenidos de los cursos, en el financiamiento y la entrega de grados. Pero lo que pasa es que para las universidades occidentales es un muy buen negocio abrirse a alumnos chinos, tanto en cursos allá como recibiendo estudiantes en sus aulas.
Un informe de la GAO, Government Accountability Office, hace notar las dificultades que sufren, en cuanto a enseñanza e investigación, los profesores en esas instituciones por la censura de internet y la «autocensura», tan arraigada en los estudiantes que se hace difícil que la participación en clases -y fuera de ellas- sea la que corresponda al nivel universitario aceptado en Occidente.
Probablemente la polémica sobre cuánto deben ceder ante el gobierno chino las instituciones occidentales que quieren relaciones culturales y de negocios con ellos no se cerrará, pero con este caso en el radar público se les hará más fácil resistir las presiones.