En el 2006 Nicanor Parra exponía en el Centro Cultural Palacio de La Moneda. Uno de sus artefactos llamaba la atención: varios presidentes aparecían colgados de una soga al cuello. Lo tituló “El pago de Chile”. Hay algo en nuestra cultura que nos impide ver y reconocer lo bueno. Y a menudo lo malo nos lleva a cancelar lo bueno. Este también fue el caso de Sergio de Castro.
Estudió ingeniería comercial en la Universidad Católica. Chile era un país católico, con una aristocracia y terratenientes que se vinculaban con ingenieros, médicos y abogados. Para la élite, esa nueva carrera era para comerciantes y contadores. Pero De Castro siguió estudiando economía en la Universidad de Chicago hasta obtener su doctorado. A su regreso, enseñaba esa nueva disciplina, que era mirada con recelo y suspicacia.
Los economistas eran muy radicales para esa época. Un grupo de Chicago boys liderados por De Castro preparó un programa económico para la campaña de Jorge Alessandri. El candidato los recibió. Los jóvenes economistas presentaron sus ideas para liberalizar la economía. Después de escucharlos, Alessandri pidió que sacaran a esos locos de la sala. En esos tiempos el proteccionismo era el pan de cada día. Y el mercado, anatema. Al alero de la Cepal, las teorías de la dependencia y de la sustitución de importaciones estaban en boga. El afán por planificar no dejaba ver la importancia de la economía y del mercado.
Bajo el gobierno de Allende, el Estado llegó a tener unas 600 empresas y se expropiaron más de 6 millones de hectáreas. Las utilidades y la productividad no acompañaban a estas políticas. El Estado y el déficit fiscal crecían. Y se imprimía más dinero. La inflación llegó a superar el 600%. No fue fácil salir de esa situación. En 1975 Jorge Cauas lideró e implementó el “Plan de recuperación económica”, el vapuleado tratamiento de shock (es notable que Argentina esté haciendo algo similar, pero en democracia. El destino de esas reformas en el país vecino será un nuevo caso de estudio. Y de tener éxito, podría permitirnos mirar a nuestros viejos economistas con otros ojos).
A fines de 1976, Sergio de Castro, el más prominente y emblemático de los Chicago boys, se convirtió en ministro de Hacienda. Casi de inmediato Chile salió del Pacto Andino, ese complicado acuerdo comercial. En su primera reunión, el nuevo ministro no fue a negociar tarifas de importación. Solo planteó que Chile las bajaría al 10 por ciento. Los ministros de los demás países pensaron que era una broma o una estrategia de negociación. Chile finalmente se abría al mundo.
Siguieron tiempos muy difíciles. La crisis de 1982 fue dolorosa y profunda: el desempleo alcanzó el 25 por ciento y el PIB cayó un 14 por ciento. Fue el ocaso de los Chicago boys. Para que se haga una idea, entre 1982 y 1985 tuvimos cinco ministros de Hacienda. Finalmente llegó Hernán Büchi. Era ingeniero y no había estudiado economía en Chicago, sino un MBA en la Universidad de Columbia.
Los economistas de Chicago se formaron con la convicción de que la economía es una ciencia. Pensaban y actuaban como físicos ante cualquier fenómeno social. En el documental “Chicago boys” (2015), hay una escena que refleja esa forma de entender la economía. Le preguntan a Sergio de Castro, que ya tenía unos 85 años, por las protestas sociales. Responde: “no soy político, soy economista. No soy psiquiatra”.
Los Chicago boys, Sergio de Castro e incluso Milton Friedman fueron cancelados por haber sido economistas durante la dictadura. Es cierto que no vieron o no quisieron ver lo que sucedía. Pero hicieron su trabajo, dejando un legado que gozamos durante mucho tiempo. Sebastián Edwards lo resumió en pocas palabras: “El Chile de los 30 años fue gracias a Sergio de Castro”, el arquitecto del período más exitoso de nuestra historia económica. (El Mercurio)
Leonidas Montes