Si a usted el concepto Chile no le dice nada, no lea esta columna. O si es de esas personas que se sienten tan sofisticadas que la idea de patria les resulta algo pueblerino o montañés, tampoco siga estas líneas. Aunque tengo un nombre que suena tan poco chileno, fui educada con tal cariño por mi país que literalmente me duele y me angustia ver cómo lo estamos maltratando. Mi abuelo Hermann Ahrens, nacido en Hamburgo, llegó a Valparaíso en 1920 a abrir una filial del Deutsche Bank, y se enamoró de mi abuela y de Chile. Pudo haber vuelto a un interesante cargo en Alemania, pero decidió fundar su familia en esta lejana tierra tras dar largas explicaciones a su preocupada familia. Hasta su muerte se sintió un chileno hasta la médula. Años después, su hija Marlene, mi madre, cuando subió al podio en la Olimpíada de Melbourne, en 1956, tras obtener la —hasta hoy— única medalla olímpica femenina que tiene Chile, escribió: “me corrían las lágrimas viendo mi bandera chilena entre las dos soviéticas… sentía que mi patria, mi familia y todos los chilenos estaban ahí, flameando juntos”. Y mi padre, hasta el final de sus días, les hablaba a mis 5 hijos de Chile, sus instituciones y su futuro.
Este preámbulo es para decir que Chile como patria es algo que se siente en el alma, no es simplemente un territorio con ciertas fronteras y geografía. Si no percibimos que por nuestra patria vale la pena hacer esfuerzos y compromisos de vida, nuestro vulnerable y frágil país se va a desestabilizar, como tantos Estados fallidos donde, cual tierra de nadie, campean las guerrillas, los narcos y la falta de Estado y de orden público. Agobia ver que las viviendas se están transformando en fortalezas, mientras por las fronteras entran fácilmente las mafias que les están cambiando el rostro a nuestras ciudades y zonas rurales.
Me pregunto si quienes están en La Moneda, en el Congreso y en el Poder Judicial han revisado lo que significa la palabra patria, que implica sentir vínculos afectivos e históricos con la nación. No se nota esa responsabilidad en muchos de ellos, o si llegarían a los grandes acuerdos que urgen, por respeto a sus compatriotas (del latín: que tienen la misma patria). No en vano patria viene de pater, en inglés es homeland, en alemán Vaterland, etc., conceptos que recuerdan que no se trata de una relación de conveniencia, sino de pertenencia y de afecto: patria es hogar, y es todo lo contrario de agresividad.
Mencionar todo esto en un mundo globalizado parece anacrónico. Pero es al revés: cuando el grado de violencia y terrorismo aumenta, se necesita apelar a la esencia de la nación. Cada chileno, en el lugar que le corresponda, en su familia, en su lugar de estudio o de trabajo, debe demandar al Gobierno seguridad, y la defensa del hogar común que es Chile. Hemos sabido levantarnos de muchos terremotos devastadores, pero estamos quedando inermes frente a atroces mafias por la ineficacia del Gobierno y del Estado, y por el verdadero pandemónium en que se ha convertido el Congreso. (El Mercurio)
Karin Ebensperger