Ya es oficial en la Cancillería aunque aún no se hace público: en diciembre comenzará la operación para reabrir la embajada de Chile en Teherán. A principios del próximo mes llegará hasta la capital de la República Islámica de Irán Fernando Berguño, diplomático con rango de primer secretario, para comenzar con toda la logística y las formalidades del proceso de instalación.
La nueva sede diplomática chilena corona los acercamientos entre ambos países, cuyo último episodio importante sucedió el 25 de septiembre en Nueva York. Ese día, durante la Asamblea General de la ONU, el canciller Heraldo Muñoz se reunió con su homólogo iraní Mohammad Yavad Zarif, cita en la que ambos jefes de la diplomacia -junto con abordar la crisis en Siria y la oleada de inmigrantes en Europa, producto de este conflicto- analizaron lo positivo que sería la reapertura de la embajada de Chile en la nación persa, que fue cerrada en el gobierno militar poco después de la caída del Sha Mohammad Reza y la instauración de la Revolución Islámica en 1979, que llevó a los ayatolá al poder.
Con la nueva embajada, ambos países quedan en reciprocidad, ya que aunque en Santiago existe una delegación iraní, en Las Condes, Chile sólo tenía una embajada concurrente: la misión ante Naciones Unidas, con sede en Nueva York. Y pese a que todavía no hay certeza respecto del nombre del embajador titular que liderará la representación nacional en este gravitante país del golfo pérsico, se estima que en un principio se tratará de una sede diplomática pequeña, uno de cuyos cometidos será el establecer contactos comerciales entre Chile e Irán, con el fin de fomentar la inversión y exportaciones entre los dos estados. En esa línea es que también se ve favorable la instalación de una oficina de ProChile en Teherán, no obstante aún no está confirmada. Pero una cosa si está clara: tras el anuncio del levantamiento de las sanciones económicas -producto del acuerdo nuclear con las potencias mundiales-, Irán es hoy la niña bonita de Oriente Medio. ¿Cuáles son las condiciones actuales del país islámico?
HAY QUE LLEVAR CASH
El domingo 18 de octubre comenzó el proceso paulatino del levantamiento de sanciones. Hasta esa fecha, viajar a Irán sin dinero efectivo suficiente podía transformarse en una pesadilla. Aislado del sistema bancario mundial, en el país es prácticamente imposible pagar con tarjetas de crédito extranjeras, al igual que obtener plata de los cajeros automáticos. No porque no existan ni porque haya pocos bancos, ya que hay miles de dispensadores y cerca de 40 bancos en el país, sino porque sólo funcionan -y muy bien- con tarjetas y cuentas locales. Ni siquiera los hoteles o restaurantes de lujo tienen acceso a las tarjetas mundiales, y por eso es muy poco probable reservar hoteles desde fuera con cargo a éstas.
Sólo unos pocos e ingeniosos comerciantes de ciudades turísticas como Isfahan o Shiraz -en especial de alfombras persas, tan hermosas como caras- han conseguido ofrecer este servicio a sus clientes a través de conexiones vía Dubai, con un recargo adicional por la gestión. Y no son pocos los casos de turistas que han debido recurrir a sus embajadas para proveerse de dinero en efectivo, al verse absolutamente atrapados con tarjetas que en Irán sólo son plástico inservible. Pero todo eso, a contar del mes pasado, está comenzando a cambiar.
Los empresarios locales lo saben, y esperan con ganas el ingreso de inversionistas extranjeros. Ya hay mucho interés de empresarios alemanes y de otros países europeos, dispuestos a beneficiarse del fin de las sanciones, y el Ministerio de Exteriores de Teherán ha comenzado a reforzar sus embajadas con agregados comerciales. Junto con el petróleo y el caviar, Irán es un país con exportaciones millonarias en productos como el pistacho, adquirible a precios irrisorios, dátiles de excelente calidad o las alfombras y artesanías en seda. El fin del castigo implica así una apertura de las oportunidades de negocio que muchos comerciantes extranjeros y locales ven en promisorio ascenso. “Las autoridades religiosas saben lo importante del rol de los empresarios en el país, y a menos que sea algo abiertamente contrario al islam, no se oponen ni ponen trabas a nuestros negocios, y saben que no conviene hacerlo, menos ahora”, asegura un alto empresario de Teherán que prefiere mantener su nombre en reserva.
PAÍS SEGURO
Pero, ¿qué se sabe realmente de Irán? Todavía hay mucho mito e ignorancia en Occidente acerca de este país; una rica nación que como tal data de 2.500 años, constituida por un pueblo que se siente orgulloso heredero del antiguo imperio de los persas.
Como primera cosa, es recurrente escuchar reparos y desconfianza al hablar de viajar a Irán, e incluso muchas autoridades consideran a este país un destino no recomendable. Pero quienes piensan que al llegar aquí se encontrarán con un hervidero de potenciales terroristas, inseguridad en las calles, riesgos de tiroteos y atentados -como la matanza del pasado viernes, en París- se equivocan rotundamente: Irán es uno de los países más seguros del planeta, y, no importa la ciudad, se puede caminar a cualquier hora en la calle, sin miedo. Los robos y asaltos son prácticamente inexistentes, y cualquier temor de un extranjero acerca del odioso Estado Islámico hará arrancar una triste sonrisa a los locales. Porque Irán no solamente es un país en donde este grupo terrorista no opera, sino además las tropas iraníes lo combaten fuera y apoyan las operaciones rusas en Siria e Irak para acabar con los extremistas religiosos.
En relación a lo mismo, es común que una de las primeras cosas que pregunte un iraní al visitante es cómo se ha sentido dentro del país y aclarar, casi poniéndose el parche antes de la herida y con algo de desesperación, que en Irán no hay terrorismo y que los persas detestan no sólo al Estado Islámico y otras organizaciones similares, sino también el hecho de que se asocie a su país con éstos. “Por favor, dile a tu gente en Chile que aquí no hay terrorismo, que no se preocupen y que vengan sin temor, queremos que vengan muchos turistas”, nos dicen en la calle, hoteles y restaurantes. Y es que los iraníes verdaderamente se preocupan de atender a los visitantes, son gentiles y educados, y la famosa hospitalidad iraní no es un eslogan, es un hecho. También les gusta transmitir al viajero que algo saben del país del que éste procede. En nuestro caso, lo esperable: Pinochet, Allende, Zamorano, Salas, Alexis Sánchez y Arturo Vidal. Y, con orgullo y bromistas, nos recuerdan el sorpresivo 2-0 con que la Roja perdió ante la selección de Irán, en el amistoso jugado en marzo.
ALCOHOL Y FIESTAS
¿Era Irán antes del fin de las sanciones un país desprovisto y con escasez? Absolutamente no. Y es que aquí se puede encontrar de todo, hasta Coca Cola. Sí, Coca Cola. La telefonía móvil y la electrónica es próspera, y en Teherán hay cuadras y cuadras de negocios destinados a la venta de celulares, tablets y computadores de última línea. Incluso Apple. Y no es que el gigante americano tenga trato directo con los iraníes, sino que todo se hace a través de países vecinos del golfo, en especial Dubai. Y aunque en gran parte de los casos es de contrabando, las autoridades lo toleran porque no se puede ir en contra de una población altamente ligada a la tecnología. Whatsapp y Telegram son aplicaciones de mensajería instantánea ampliamente usadas y no importa que Facebook, Twitter, YouTube, Instagram o cientos de páginas extranjeras estén bloqueados, porque la ciudadanía -en especial la juventud- es una gran usuaria de estas redes y ha aprendido a acceder a ellas a través de un VPN no iraní que rompe el bloqueo estatal. Un absurdo “secreto a voces”, claro, ya que todo el mundo sabe cómo hacerlo y lo dice sin problemas. Sólo un dato: de los 80 millones de iraníes, 20 millones son usuarios de Facebook, es decir más que toda la población de Chile.
Es justamente a través de las redes sociales como la población se entera de lo que sucede en el mundo, ya que hacerlo por la televisión local supone información controlada por el gobierno o, al hacer zapping, tragarse un canal religioso tras otro. Lo que más se ve en las pantallas iraníes son clérigos predicando, mensajes del ayatolá Alí Jamenei o música relacionada siempre con la religión. Eso, además del interesante cine iraní, con cintas de excelente calidad en donde se pueden ver intrépidas mujeres pistola en mano, en un tiroteo, pero usando velo.
Sí, eso es cierto. El velo es una obligación no discutible ni negociable para todas las mujeres que estén en público, inclusive turistas. Salvo contadas excepciones de películas occidentales, no se verá en las pantallas iraníes a una mujer sin velo, incluso en los comerciales y la publicidad en las revistas o en la calle. En la vida diaria todas las trabajadoras lo usan, desde profesionales, universitarias y altas ejecutivas a camareras, vendedoras o dueñas de casa que van de compras. Es también comprobable que esta imposición se ha ido relajando de acuerdo a la moda y las tendencias, y mientras la mayor parte de las mujeres de origen humilde o muy apegadas a la religión van casi completamente cubiertas de negro -aunque el burka es casi inexistente-, las más occidentalizadas o con mayor poder adquisitivo apenas portan un pañuelo sobre la mitad de la cabeza, el que es tolerado por las autoridades religiosas.
Pero no más que eso, pues si una mujer es sorprendida sin velo es arrestada y llevada a una comisaría, en donde debe firmar una declaración jurada prometiendo que no volverá a hacerlo. Y si nuevamente es detenida por lo mismo, la pena puede ser de cárcel. Recientemente, dos actrices iraníes huyeron de su patria por haber colgado en la red fotos sin velo. El Ministerio de Cultura y Orientación Islámica les quitó el rango de actrices y les prohibió volver a actuar, entre otras represalias.
Volviendo a la moda, no por las restricciones religiosas las iraníes dejan de preocuparse por su apariencia. Es cautivante la espectacular belleza de las mujeres en Irán, producto de su origen persa -decirle árabe a un iraní es prácticamente un insulto-, y sorprende también la gran cantidad de tiendas de perfumes y productos de belleza, en todas las ciudades. También de prendas y lencería sensuales, algunas bastante osadas para un país rigurosamente islámico, pero al igual que en muchas otras cosas, se tolera.
Las iraníes tienen una coquetería sana y natural que cuidan. Son extraordinariamente femeninas, risueñas y amables, y contrario a lo que se podría pensar no agachan la cabeza ante el paso de un hombre, sino que saludan y sonríen cortésmente a los turistas. Y no tienen problema en responder preguntas y dar indicaciones, si son requeridas. Muchas mujeres van al gimnasio, por lo general en sótanos y completamente cubiertos de las miradas masculinas, y es justamente Irán uno de los países con mayor cantidad de cirugías estéticas a nivel mundial, sobre todo de nariz. Y, contrario a lo que sucede en Arabia Saudita -el gran aliado de Estados Unidos en la región y archienemigo de Irán-, aquí las mujeres pueden conducir sin problemas. En el reino saudí, en cambio, eso está prohibido y severamente penado, además de otros cientos de padecimientos para las mujeres, hombres y menores de edad, producto de durísimas interpretaciones del islam.
¿Y el alcohol? Eso también es cierto. Irán, al menos en modalidad de turista, no es un sitio para noctámbulos, bohemios y quienes gusten de vacaciones en el Caribe. El consumo de alcohol está prohibido, y los turistas que intenten ingresarlo pueden exponerse a sanciones y detenciones. Si usted lleva consigo alguna bebida alcohólica, conviene declararla en el aeropuerto. En ocasiones, algunos funcionarios de aduana hacen la vista gorda tratándose de foráneos, no así con los iraníes, que pueden pagar hasta con un año de cárcel la posesión de alcohol. En los restaurantes sólo pueden encontrarse cerveza, pésimos sucedáneos de vino y espumantes sin alcohol. Pero en ciertos negocios de barrio, de manera muy cuidadosa, y si se entabla confianza con los locales, pueden conseguirse este tipo de bebidas, lo que es completamente ilegal aunque una práctica recurrente entre muchos iraníes “liberales”.
En Irán también están prohibidas las fiestas y la música occidental (es decir, no religiosa). Obviamente no existen bares, y la vida nocturna, no importa qué día sea, acaba poco después de las 23 horas. Eso si se le puede llamar vida nocturna a estar con amigos en una cafetería o restaurante de comida rápida, bebiendo té o caminando por la calle. Pero como siempre la libertad encuentra una forma de abrirse paso, otro de los secretos a voces iraníes son las fiestas “clandestinas” que se arman en las casas, sobre todo en los sectores adinerados de Teherán. Allí los velos y recatados chaquetones que disimulan las curvas femeninas son cambiados por minifaldas y sensuales peinados. La gente baila rock y ritmos latinos, y consume alcohol, cortesía del contrabando armenio o de destilaciones en los mismos hogares. Eso sí, siempre a riesgo de ser delatados por un vecino más “religioso” y que irrumpa la policía, lo que puede llegar a lamentarse.
RELIGIÓN Y MIEDO
Es efectiva la gran influencia y control que ejercen las autoridades musulmanas en la población, no olvidemos que estamos hablando de una república definida expresamente como islámica, sin ninguna separación entre la religión y el estado. En Irán hay un jefe superior al Presidente, y es el ayatolá. Tiene poder de veto en todas las materias y es la autoridad máxima del poder judicial y las fuerzas armadas. El ayatolá vela porque las disposiciones emanadas del Parlamento estén en línea con la sharia o ley islámica, que rige casi todos los aspectos de la vida de un musulmán. Si una ley la contradice, la veta y envía nuevamente al Congreso para su revisión.
El actual líder supremo, Alí Jamenei, ha sido estricto en el apego a la sharia y, por ejemplo, no ve con buenos ojos a los elementos externos que influyan “negativamente” en la población. Es así como el ayatolá ha sido crítico con que los estudiantes universitarios iraníes viajen de intercambio a países no musulmanes o que las casas de estudio ofrezcan carreras de música y otras artes que no van en línea con el estricto dogma musulmán. Curiosamente, Jamenei ha sido un impulsor del avance de la ciencia. Es partidario de la investigación con células madres que reproduzcan partes del cuerpo y no seres humanos; también de la clonación con fines terapéuticos y de la reproducción asistida. A su vez, es un público defensor del uso de la energía nuclear con fines no bélicos.
El ayatolá es una figura omnipresente, y su foto junto a la de su predecesor, Ruhollah Jomeini, acompañan cada instante de la vida de los iraníes. Está en todos los edificios públicos, la mayoría de los privados en incluso en pequeños establecimientos comerciales o quioscos de barrio. Le preguntamos al administrador de un hotel en la turística ciudad de Isfahan si, pese a que el lugar es privado, existe una obligación legal de exhibir la foto de los líderes supremos del islam iraní. “No existe una ley escrita pero sí una no escrita. Si no pusiéramos las fotos pronto llegarían funcionarios del gobierno a preguntarnos por qué no las tenemos. Y da lo mismo si creemos o no, si les decimos que no creemos probablemente sería una de las últimas cosas que haríamos en este negocio”, afirma.
Y es cierto que muchos iraníes viven su fe con devoción. Para el momento de este reportaje nos encontrábamos en plena celebración de la Ashura, que conmemora el martirio del Imán Hussein, hace 1.400 años, uno de los personajes más importantes del islam chií. Son diez días de riguroso luto entre hombres y mujeres, todos de negro. Las calles se llenan de puestos con propaganda y decoración alusiva; se regala té y comida a los transeúntes y se escucha música religiosa a alto volumen. Muchas mezquitas se llenan por las noches, a escuchar versos cantados en vivo con pasajes de la vida y muerte de Hussein. Los hombres lloran y se autogolpean, en una especie de catarsis colectiva, y todo esto es transmitido y vuelto a transmitir por televisión las 24 horas. Es el momento en el que aflora el odio a los países enemigos, y pueden verse letreros diciendo “Abajo Estados Unidos e Israel”, en inglés y en farsi, la lengua local. También murales en edificios.
Dicho esto, queda la sensación de que, en gran medida, la religión es una importante herramienta de control de masas del gobierno, que apunta especialmente a las familias de escasos recursos, con pocas posibilidades de acceso a la educación y poca exposición a la cultura occidental. Se palpa el temor a las autoridades religiosas, y a veces no se sabe en qué momento se acaba la fe y comienza el miedo: a no hacer bien las cosas; a no cumplir con los estándares de un “buen musulmán”; a ser delatado por alguien más religioso. En el fondo, a todo lo que signifique contravenir las disposiciones del Corán, la Sharia y la doctrina impuesta por los ayatolás.
En ese sentido, es sorprendente advertir como Teherán -una mega urbe de 17 millones de habitantes- está dividido en dos. En el norte residen las clases medias y altas, y es el sector más liberal donde no existe rigor religioso. Las construcciones, entiéndase por edificios, centros comerciales y restaurantes, son modernos -nada que envidiarle al sector oriente de Santiago- y las mujeres visten a la moda con las restricciones ya descritas. Muchos se declaran musulmanes no practicantes o simplemente no creyentes. En el sur, en cambio se advierte un claro contraste. Es la parte de la ciudad más pobre, y en donde se nota más el fervor musulmán. Las mujeres se visten de negro permanente y solo el rostro es visible. Los hombres se juntan en las cafeterías a beber té, fumar y jugar juegos de mesa, siempre con música religiosa en el ambiente y la televisión encendida con propaganda islámica. El poder religioso está tan arraigado en estos sectores que regula la vida en todos los aspectos: qué decir, qué no decir; qué pensar, qué comer, qué no comer; cómo vestirse, qué música escuchar; qué ver en televisión; la vida sexual, todo.
INTERNET
Palacio de Golestán, centro de Teherán. Conversamos con tres jóvenes universitarios, estudiantes de sicología, que se encontraban visitando esta antigua y monumental residencia de reyes persas, hoy patrimonio de la humanidad. Les sorprende encontrarse con chilenos, y preguntan entusiasmados por el país. Se les ilumina la cara cuando les contamos que en Chile se puede bailar, tomar cerveza e ir a fiestas sin problemas, al igual que en todos los países de la órbita occidental. Lo saben, pero les gusta escucharlo. Las redes sociales y el consiguiente acceso a los medios de comunicación extranjeros son la herramienta de información que las generaciones precedentes no tenían, y que les ha generado un juicio crítico sobre la situación en su país.
Se les nota el hastío por las restricciones de su gobierno, y manifiestan su intención de intentar emigrar, apenas se titulen. Las chicas se confiesas fastidiadas de tener que usar el velo y de cubrirse los hombros, aún cuando haya sol (Irán es un país muy caluroso). “Si fuera por nosotras no lo usaríamos, pero nos obligan”, se lamentan. Su compañero admite que los insumos de fuera y la posibilidad de viajar les han ayudado a ver las cosas de otro modo, y sienten que ésta, su generación, la de internet y las redes sociales, puede ser el primer paso a retomar libertades de antaño. “Queremos más libertad, no tiene nada de malo que uno pueda decidir qué hacer con su vida”, dicen.
Tal vez lo consigan o, al menos, labren el terreno a quienes los sucedan. El proceso puede ser largo, pues implica un gigantesco cambio de mentalidad. Mientras tanto Irán, a paso lento pero firme, se abre al mundo, ofreciendo una gama de posibilidades de inversión y un país maravilloso y hospitalario -lejos del terrorismo que asuela inclemente a varios de sus vecinos- que se desvive por atender a quienes lo visitan.