Chile se llama “ahora”

Chile se llama “ahora”

Compartir

Gabriela Mistral nos interpela desde el pasado cuando habla de los niños: “muchas de las cosas que necesitamos pueden esperar, el niño no. Él está ahora mismo formando sus huesos, ensayando sus sentidos. A él no se le puede responder mañana, él se llama ahora”. Sus palabras resuenan en el norte hoy, con fuerza. Lo que está ocurriendo allí, con miles de niños sin poder asistir a clases, es solo uno de los síntomas de un drama que se desarrolla hace tiempo en cámara lenta, pero que en algún momento nos va a estallar, si es que no nos está estallando ya.

El estallido educacional, así podría llamarse. Se dan muchas explicaciones, y si hay alguna experticia en nuestra clase dirigente, es la de dar explicaciones. Ahí sí que se luce. O el viejo deporte nacional de “tirarse la pelota” unos con otros. El ministro de Educación dice que no ha fallado el Gobierno sino el Estado. Uno esperaría de un ministro de una cartera tan importante como esta una declaración cuyo foco fueran los niños y no la defensa del Gobierno. Gobernar es educar, no lavarse las manos. Manos a la obra. Pero no con soluciones parche —otra de nuestras experticias nacionales—, sino con un análisis profundo, riguroso, serio que determine si la desmunicipalización de la educación fue una decisión acertada y si lo es, por qué en la primera región donde empieza a implementarse (Atacama), revela ahora sus fallas, sus grietas.

Como un Transantiago educacional. Grandes ideas, proyectos, reformas se desploman por los detalles. El rigor, la excelencia, el oficio se han ido perdiendo y siendo reemplazados por la abundancia de discursos, de consignas, de retórica: la inoperancia, la ineptitud se han instalado como termitas que lo corroen todo. Nos llenamos de asesores de los asesores y, en algún punto de la cadena de decisiones, algo se cae, no resulta, termina en fiasco o desastre. Ahí están los socavones de los edificios de Reñaca como gran metáfora de un problema estructural: de un país edificado sobre el abismo (que no se da cuenta de eso hasta que cae en él), un país donde se va perdiendo el sentido de la responsabilidad y de la eficiencia, y en que las obras (y no solo públicas) quedan mal ejecutadas y se intenta tapar todo aquello con declaraciones evasivas, retóricas o, a veces, derechamente cantinflescas. Ahí está la nueva autopista de Américo Vespucio haciendo literalmente agua: lo literal se vuelve metafórico. ¿Qué nos está pasando como país cuyo Estado revela graves falencias, un Estado que algunos quieren hacer crecer sin antes mejorarlo, modernizarlo, ponerlo al servicio de la gente y no de las facciones de los partidos? Porque la repartija del Estado es por facciones, ni siquiera por partidos.

En el país se respira una sensación de estancamiento. El Presidente le echó ayer la culpa a este diario y a todos los diarios de sembrar el pesimismo y mostrar solo el vaso medio vacío. Le tengo una mala noticia al Presidente: el país está estancado no por culpa de los medios, sino porque la élite política (a la que él pertenece) no tiene una visión de país a largo plazo, porque no sabe ni puede ponerse de acuerdo, porque prefiere aferrarse a sus sesgos ideológicos a mirar con atención la realidad. Eso le falta a este gobierno: aplicar el método fenomenológico de Husserl: lograr una descripción más clara y detallada de lo que la experiencia “es”, escuchar lo más atentamente posible esa realidad antes que lo que sería, lo que podría o pudo ser (ideología y sociologías varias). Husserl parece que trabaja más en los medios que él critica que en el Palacio de Gobierno. Entre la asfixiante permisología, las reformas sin hacer y un proceso constitucional casi infinito, me temo que seguiremos hundiéndonos en otros socavones que vendrán, y mientras vayamos cayendo en el hoyo, seguiremos discurseando “flatus vocis” (palabras vacías) sobre un futuro esplendor, olvidando que los niños y todo el futuro de Chile se llaman “ahora”. (El Mercurio)

Cristián Warnken