¿Ciencia chilena? Alfredo Jocelyn-Holt

¿Ciencia chilena? Alfredo Jocelyn-Holt

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Hay algo que no termina por entenderse en las críticas de la comunidad científica hechas sentir con fuerza este último tiempo. No el hecho que las gatillara -la renuncia de Francisco Brieva a la presidencia de Conicyt- sino que dichos reproches explotaran recién ahora. Brieva es un destacado académico: un físico, lo que debiera ser motivo de especial respeto, un excelente decano de Ingeniería, y el lujo de rector que se perdió la UCh al no elegirlo. Por tanto, que se viera obligado a dejar el cargo tras seis meses sin que le pagaran sueldo es más que insólito, es patético y un escándalo. Con todo, le entra a uno cierta duda: ¿por qué fue necesario caer tan bajo para volver evidente lo que desde hace tiempo viene siendo obvio?

Conicyt y sus políticas públicas en investigación son hace rato un desprestigio: tres presidentes en cuatro años; pésima gestión; erráticos otorgamientos de becas para salir a estudiar postgrados fuera del país, para qué decir a qué universidades (algunas igual o peor en calidad que las nacionales), y sin poder acoger a becados una vez de vuelta; endogamias en la asignación de recursos Fondecyt; dudosos aportes en cuanto a proyectos favorecidos; y, lo peor, haber extendido criterios de las ciencias duras respecto a lo que supuestamente constituiría “investigación científica” a disciplinas con sentidos y estándares propios muy distintos.

Esto último con desastrosas consecuencias para las humanidades. Pretender que artículos en revistas indexadas (que nadie lee) valen más que libros, que sólo publicaciones de los últimos cinco a diez años importan, que por tanto hay que publicar cuanto antes en vez de madurar los temas, puede que sea válido para economistas, cientistas políticos o sociólogos, pero no para filósofos, historiadores o estudiosos de literatura. Ni qué decir el efecto funesto que esto ha tenido en la docencia universitaria. Haber incentivado la investigación con anzuelos económicos -las más de las veces investigación nada buena pero sí cuantificable (i.e. “indexable”, aunque siempre con resultados muy por debajo de niveles internacionales)-, nos ha llevado a la penosa situación actual en que, por un lado, se “produce” como si se tratara  de una empresa obsesa que se pasa computando rendimientos, mientras que por otro, se desatiende la enseñanza y cunde la radicalización política de estudiantes huérfanos de toda guía.

Lo raro es que sólo ahora la comunidad científica se haya manifestado mediante protestas, inserciones y cartas a diarios, generando eco en revistas como “Nature” o “Science”. ¿Será que antes dicha comunidad no hacía otra cosa que aceptar, administrar y beneficiarse de lo que ahora repudia reclamando más puntos del PIB? En efecto, lo que no cuaja es que no se haya hecho una autocrítica. Lo decía Imran Khan de la British Science Association en The Guardian esta semana: la ciencia es demasiado clave como para dejársela sólo a científicos -agreguémosle- egoístas, ensimismados en sus parroquiales lógicas tercermundistas

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