Ricardo Hausmann y César Hidalgo, académicos de Harvard y MIT, respectivamente, lideran desde hace algunos años investigaciones que cuantifican intercambios de bienes entre los países. Ellos introducen el concepto de complejidad económica; esto es, la capacidad de los países de generar valor determinado en base a la diversificación de sus exportaciones. Esta complejidad sería indicativa de las perspectivas de crecimiento de cada país. Dichos trabajos y otros semejantes permiten concluir que Chile tiene un caso difícil: no solo tiene una diversificación productiva acotada, sino que, además, los productos que exporta, en general, no requieren mayor sofisticación tecnológica. Anecdóticamente, el mismo Hausmann ha dicho que nuestro país es como California en términos de clima y recursos naturales, pero donde no existe un Silicon Valley o un Hollywood.
No obstante, el futuro podría no ser tan negativo. Nuestro país parece ser tierra fértil para la creatividad y el emprendimiento. Así lo afirma una nota del Instituto de Estudios Económicos, que sitúa a Chile como el país de la OCDE con mayor porcentaje de emprendedores. Sin embargo, aun está por verse cuántas de las iniciativas relacionadas representan una buena idea de negocios y, de seguro, aquellas que lo hagan tardarán en contribuir significativamente a la prosperidad del país.
Con todo, mientras se desarrollan los procesos anteriores, la coyuntura política y económica internacional deja ver que Chile tiene potencial para explotar un elemento diferenciador en la región: sus gobiernos corporativos. A pesar de que se nos enrostre la carencia de un Silicon Valley, en realidad, no todo lo que allí ocurre es envidiable. Los escándalos recientes de Facebook, Uber y Theranos son sólo una muestra de las dañinas consecuencias que gobiernos corporativos débiles o negligentes tienen en la creación de valor. Asimismo, Latinoamérica no se encuentra en mejor pie. Malas prácticas empresariales tienen tanto a Brasil como Perú -otrora prometedoras economías en desarrollo de la región- sufriendo el yugo de la inestabilidad.
Chile tiene hoy la oportunidad de destacar por la gobernanza de sus empresas. Si bien nuestro país no es el paladín de la ética empresarial, tiene una hoja de vida más limpia que la de sus vecinos. Estos, además, deberán distraer recursos valiosos en reconstruir confianzas rotas en el contexto internacional (y ello va a demorar). A lo anterior se suma nuestro marco institucional estable, empresas con presencia regional y señales de un repunte económico. El viento favorable se ve reforzado aun más por la aparición cada vez más recurrente de temas de gobernanza y sustentabilidad en la agenda empresarial chilena. A pesar de ello, el camino no será fácil. A modo de referencia, según el ranking Doing Business elaborado por el Banco Mundial para el año 2017, la regulación de Chile en temas de gobernanza corporativa es inferior a la de Argentina, Colombia, México y, paradójicamente, Brasil y Perú.
A pesar del terreno entregado, hacer los esfuerzos por mejorar vale la pena. Desde el punto de vista externo, buenas prácticas de gobiernos corporativos mejoran el posicionamiento del país en la competencia regional por atraer inversión. En lo interno, disminuyen la corrupción, maximizan los ahorros de las personas, favorecen la innovación y promueven a las empresas como actores relevantes en el desarrollo del país. Además, generar desde ya una cultura de gobiernos corporativos, difundiendo su significado y relevancia, allanará el camino a los emprendimientos que vendrán.
La mejora de nuestros estándares de gobernanza presenta desafíos exigentes. Ciertamente se requiere de políticas públicas en línea con los estándares internacionales en la materia. Aun así, las mayores oportunidades están en la expansión de una nueva cultura empresarial. Esta presupone una visión holística de la misión de cada empresa en la sociedad y su propuesta de valor en un ecosistema competitivo. Al mismo tiempo, necesita directorios dedicados, que privilegien una visión de largo plazo implementada sobre la base de decisiones informadas y documentadas. Por último, requiere del entendimiento que, en tiempos de redes sociales, la transparencia en el actuar y la contribución al bien común representan una oportunidad para el desarrollo empresarial.
Mientras mentes lúcidas y visionarias generan las condiciones para inclinar métricas como las de los señores Hausmann e Hidalgo a predecir para Chile un futuro más boyante; hay momentum para convertir gobiernos corporativos modernos, eficientes y transparentes en nuestra nueva y persistente ventaja comparativa. (La Tercera)
Ignacio Valenzuela