El filósofo José Andrés Murillo, una de las víctimas del abuso del sacerdote Fernando Karadima, desarrolló en un breve libro el concepto de confianza lúcida. Creo que es un término que se aplica muy bien a lo que sucede en la sociedad chilena hoy.
Murillo afirma que en las relaciones interpersonales hay muchos que desarrollan una confianza ciega en el otro y, cuando esta se ve traicionada, ello deriva en una pérdida total de la confianza.
Lo que está sucediendo en Chile entre la mayoría de la población y las élites es un proceso parecido. Lo reflejan las encuestas y estudios recientes que acusan una bajísima confianza en los políticos, los empresarios y los líderes espirituales.
Este estado de cosas no es bueno para la sociedad.
Ello, porque se alienta a los oportunistas y a los populistas. A los que vociferan y denigran. La frase emblemática que refleja este ambiente se acuñó en Argentina en las barras bravas de los equipos de fútbol de ese país: «que se vayan todos».
Entonces, cuando se producen situaciones como la colusión en el mercado del papel tissue, quienes están llamados a liderar una reacción frente a estos hechos, de condena y reparación, pero también de aprendizaje para mejorar nuestra sociedad, se limitan a buscar el mejor lugar para vociferar, asegurándose de ser vistos en ese afán.
Y nos llenamos de condenas de personajes autoerigidos en guardianes de la moral, petición de sanciones e inventores de soluciones fáciles, sin darnos cuenta de que nuestro problema es que hay muchos de esos personajes que se sienten llamados a decirle a los demás lo que deben hacer, y que la población no ha desarrollado respecto a ellos una confianza lúcida.
Y tenemos entonces absurdos, como que frente a la gran desconfianza en los políticos, luego de los episodios de financiamiento irregular, la mayoría de las soluciones que se proponen consisten en darle más poder a los propios políticos.
O la reacción frente a las denuncias de colusión de la Fiscalía Nacional Económica, que en lugar de reconocer que nuestra sociedad está resolviendo adecuadamente las conductas que atentan contra la libre competencia, proponen inmediatamente cambiar las leyes e instituciones que nos han permitido realizar estos hallazgos.
Los políticos no son todos ladrones y deshonestos, pero casi sin excepción nos tratan de convencer de que ellos y el Gobierno harán por nosotros cosas que no pueden cumplir. Ningún político le va a cambiar significativamente la vida a los chilenos; de hecho, la gente tiene esa intuición de acuerdo a las encuestas. Pues bien, la conducta consistente con ello sería no creerle al político que promete cambiarlo todo. Ni confianza ciega en el político, ni total desconfianza. Confianza lúcida. Claro, los políticos debieran trabajar más para ganársela.
También podemos aplicar esta lógica a los empresarios. La mayoría de ellos lo que busca, legítimamente, es obtener ganancias de su actividad. También otras cosas: satisfacción frente a una obra, amor al trabajo bien hecho.
Y ese afán de ganancia, o lucro como se le llama ahora, es muy natural. ¿Acaso los que somos asalariados no pretendemos que nos paguen por lo que hacemos? ¿Trabajamos por bolitas de dulces?
Está bien que los empresarios, adicionalmente, se preocupen de la comunidad, que eleven los estándares éticos de sus conductas, pero no pretendamos, tampoco, que sean dechados de virtud. Confiemos en ellos, pero desarrollemos una confianza lúcida que acepte, por ejemplo, que en ocasiones algunos tratarán de tener menos competencia en sus mercados por medios ilícitos, por lo cual nuestra institucionalidad debe estar preparada para sancionarlos porque eso perjudica a los consumidores.
Y en el campo de los líderes espirituales para qué decir. Si bien quienes dedican sus vidas a ello están llamados a tener una conducta ética, son humanos, y muchas veces fallarán. En la medida en que quienes buscamos apoyo en ese aspecto lo sepamos, podremos desarrollar frente a ellos una confianza lúcida. No ayudan en ese sentido quienes se erigen en jueces de la moralidad de otros; ni los que ponen acento en la moral sexual, ni tampoco quienes lo hacen en el campo de la moral social.