Confluencia liberal en una misma casa grande

Confluencia liberal en una misma casa grande

Compartir

El clivaje clásico de derecha-izquierda todavía domina el espectro político local, no obstante que emerge lentamente uno nuevo que podría reemplazarlo: conservadores-liberales.

Este antagonismo no es novedoso: la tensión liberal-conservadora es tan larga como la historia de la humanidad. Sin embargo, por mucho tiempo estas fuerzas cuajaron una alianza para hacer frente a los materialismos históricos de izquierda. Ahora, sin el viejo enemigo en el horizonte, vuelve a emerger la vieja dicotomía, pero esta vez, en un escenario doctrinario evolucionado, con un electorado volátil, abrumado por nuevos medios de comunicación, y sin el arbitraje moral de una religión absolutista. El retorno del clivaje ancestral dependerá, eso sí, de varios factores que tienen más que ver con asuntos que conciernen a los propios liberales, más que a eventos particulares o del contexto político: esto es, a la capacidad de los liberales reconocerse y aceptarse como una tribu amplia con muchas ramas, para luego buscar una forma de entenderse y consentir en un ideario básico y generar un menú de objetivos comunes que engarce con los tiempos y necesidades de una sociedad volátil y vertiginosa. ¿Cómo lograrlo?

Lo primero es limpiar la paja del trigo. Es el verso repetido por distintos mundos políticos, el echar mano al progreso liberal para dar fundamento a una agenda reformista y progresista… pero sólo para algunas cosas, pues para otras, especialmente en la defensa de avances sociales, se recurre más bien a un relato conservador y monolítico que en el discurso le quita toda legitimidad moral a sus opositores. Así, muchos en la izquierda dura se definen liberales progresistas a la hora de promover sus reformas socioeconómicas, pero no están dispuestos a aceptar el test liberal respecto del contenido de sus propuestas. Por ello es que se deberá desenmascarar a la izquierda que se pone ropas que no le pertenecen: Los materialismos ideológicos no son liberales por definición.

Cuando la izquierda sigue poniendo su fe en la acción prioritaria de un Estado sobredimensionado no se parece en nada al paraíso de un liberal. De igual manera, en el otro lado, los liberales en la derecha buscan hacerse espacio para generar un relato sólido y creíble, pero terminan rápidamente asilados en los llamados temas “valóricos” que suelen ser asuntos sociales de nicho y fuera de los temas que definen la vida corriente de los ciudadanos de a pie. Esa derecha que es capaz de relativizar los derechos humanos con tal de asegurar progreso empresarial y estabilidad financiera tampoco puede ser calificarse de liberal, pues la defensa del Estado de Derecho –opuesta a la impunidad- es la máxima creación de una república liberal occidental. Los liberales en la derecha deben “operarse” y desenmascarar a una rara especie que se define como liberal en lo económico y conservador en lo valórico.

El segundo paso es comenzar a reconocer y reencontrarse con los miembros de la familia liberal en una gran casa común. Como en toda familia, no todas las ramas se llevan bien entre sí y siempre habrá querellas por alguna “herencia mal repartida”. Sin perjuicio de las distintas realidades de cada rama, todos deben hacer esfuerzos de confluencia ideológica. Por lo tanto, la clave es poder distinguir patrones políticos comunes y mínimos ideológicos que sirvan de base a un entendimiento y reconocimiento mutuo de pertenencia a un núcleo con destino colectivo que supere el natural individualismo liberal.

Probablemente, deberá reformularse la visión de los derechos civiles e individuales y reposicionar al individuo frente al Estado y viceversa; pero por sobre todo, habrá que repensar como se relaciona el ser humano en su lugar en la sociedad, en el medioambiente y en la historia. Esta redefinición es clave para dar a los nuevos liberales, un sentido de identidad y un patrón ideológico común que facilite el entendimiento mutuo, la gestión de objetivos colectivos y la defensa de sus valores.

La tercera etapa es la más compleja y consiste en aunar institucionalmente los esfuerzos políticos y sociales en un conglomerado capaz de reunir a muchas ramas de la familia. No se puede abdicar de las diferencias, pero estos estilos y énfasis distintos no puede ser obstáculo para confluir. Una federación de movimientos liberales de amplio espectro y que no esté determinada por la participación u oposición a un gobierno debiera ser su meta.

Sin embargo, ese sueño necesita pasar por la prueba de la blancura: ¡ocuparse de los caudillos! ¿Qué es hoy un movimiento liberal? Nada salvo un caudillo carismático seguido a pie juntillas por una corte de grupies; y una vez que el caudillo se enreda por la contingencia política o fracasa en sus ambiciones electorales, el movimiento tambalea o se viene abajo. Por lo tanto, lo primero es dejar de depender de caudillos y poner los huevos en otra canasta: un patrón básico de ideas que los aglutinen.

Si los liberales pueden confluir en una especia de federación de movimientos o alianza de amplio espectro, debieran poner el acento en la promoción popular del ideario liberal y hacer de este ideario, la cuestión de la sociedad. Para esto, el ideario liberal debe salir de las generalidades del salón de élite, o de la academia plagada de estudiosos con posgrado citando autores extranjeros. Hay que bajar a la tierra e ir a la batalla electoral primaria, a las universidades, a los sindicatos y gremios, a los cargos de elección popular y ahí, “perder el miedo a perder” muchas elecciones hasta comenzar a avanzar con esfuerzo y conectando con-la-gente, y a-la-gente.
Cómo se aprecia, los liberales tienen mucho trabajo por delante; pero nunca tuvieron como hoy, un escenario donde las fichas en el tablero se reconfiguraron tan radicalmente. ¿Tendrán la sabiduría para aprovechar su buena estrella? (El Mostrador)

Max Spiess

Dejar una respuesta