El problema ambiental que aqueja a la humanidad, es mucho más amplio que el cambio climático. La degradación de nuestro entorno más bien parece responder a una exacerbación y/o distorsión del derecho de propiedad sobre la tierra, como también, a una desviación del antropocentrismo cristiano, que, situando al hombre en el centro, ha llevado a que conceptos como el trabajo a través de la explotación de la tierra y el legítimo goce de sus frutos, haya degenerado en un aprovechamiento irracional e ilimitado de nuestros recursos, amparados en un falso concepto de la libertad. S.S. Francisco profundiza con particular claridad en estas ideas en su Encíclica “Laudato Si”.
De este modo, cabe preguntarse; ¿está en París la salvación de nuestro Planeta? No lo veo así. Con todo, la COP21 (forma abreviada del inglés para denominar la vigésimoprimera Conferencia de las Partes de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático), constituirá para cualquier efecto, un indicador muy significativo para obtener por parte de los máximos líderes políticos del mundo una aproximación concreta respecto a la relevancia que le asignan a un fenómeno indudablemente preocupante, como es el calentamiento global, provocado principalmente por el uso desregulado de combustibles fósiles como fuentes preponderantes para la generación de energía.
De este modo, si no existe un acuerdo que permita reducir emisiones de CO2 para evitar el aumento en la temperatura global, como tampoco recursos que permitan a los países vulnerables adaptarse a los impactos del clima (como es el caso de Chile, principalmente la desertificación en la zona centro norte), se hará muy difícil presumir que existirá voluntad para reemplazar los actuales patrones culturales que forjan los distintos modelos de desarrollo, de manera de revisar sus estructuras de crecimiento económico, protección del entorno y equidad social.
En consecuencia, esta Conferencia debiese reflejar en sus resultados, más allá de las proyecciones o estimaciones en la disminución de la temperatura a nivel planetario, el potencial político que existe para generar las bases de entendimiento que permitan revisar los modelos desarrollo.
Abordar conceptos como “refugiados climáticos” o fenómenos migratorios asociados a la imposibilidad de habitar determinados territorios, son hechos de carácter político que exigen soluciones políticas. Tales soluciones se podrán encontrar en la medida que exista una voluntad real de las naciones por rediseñar sus modelos de desarrollo, al punto de discutir sobre qué debemos entender por “detener la marcha”, como también señalara S.S. Francisco en materia de crecimiento económico.
Por esto, la verdadera “salvación” se producirá en la medida que se entienda que lo que enfrenta la humanidad es mucho más profundo que el problema climático; tiene que ver más bien con nuestra forma de entender la evolución de nuestra especie y una mirada integral de la crisis ambiental.