En general, los procesos de crisis pueden dividirse en tres fases: un período largo de incubación de tensiones, una fase explosiva de contagio o propagación de la crisis, y una fase larga de reestructuración, que puede ser para mejor o para peor.
En sociedades complejas como la chilena, la fase de incubación se caracteriza porque el sistema responde relativamente a los requerimientos y demandas que se formulan. Primero, sus instituciones deben tener la capacidad de observar las demandas y ajustarse a ellas; segundo, quienes demandan tienen que poder percibir que sus demandas son escuchadas y ajustarse a la forma en que las instituciones las procesan. Sin embargo, los elementos no son solo individuos, son también organizaciones, colectivos, grupos, en general, agentes con intereses y expectativas diversas, contradictorias y cambiantes, por lo que este doble ajuste está sujeto a múltiples tensiones, vaivenes y crisis menores que no alcanzan a liberar toda la tensión del sistema. Con alta complejidad, las instituciones no logran adaptar sus rendimientos a las demandas y expectativas (materiales y normativas) que ellas mismas han suscitado; se han hecho demasiado robustas como para responder flexiblemente a la variedad que crece en su entorno.
Las tensiones se acumulan hasta un umbral cuya superación abre la fase de propagación o contagio de la crisis. En nuestro caso se trató del alza en las tarifas del metro y la acción de evasión que eso provocó. Es el grano de arena que destruyó la pirámide. Pudo ser antes o después, pero fue el que fue. Con ello se abre una expansión viral de la crisis. Como lo ha escrito con dramatismo Jacob Burkhardt: “el contagio se extiende con la rapidez del rayo a cientos y cientos de millas […] hay por lo menos una cosa, la que interesa, en que todos se entienden, aunque solo sea a base de un vago ‘las cosas tienen que cambiar’”.
La fase de contagio es delirio; la acción y la comunicación se encuentran tensionadas, arrojadas de esquina a esquina por atractores múltiples que recuerdan las frustraciones de la incubación: bajos sueldos, falta de atención oportuna en salud, precios altos de medicamentos, diferencias en calidad entre educación pública y privada, un transporte público que ha experimentado con los ciudadanos, una expectativa de futuro oscura por el sistema de pensiones, entre otras. Por ello no hay, no puede haber un petitorio. Las expectativas de inclusión en el capitalismo democrático son múltiples, variadas y exigentes. No dan concesiones una vez que se sobrepasa el umbral crítico.
En este momento, la crisis se hace reconocible como crisis para todos los actores. A ellos los separan distintas motivaciones, distintas decepciones, pero los une el sentido de crisis. La sociedad entera se autodescribe en crisis, comunica acerca de ella misma en tal registro, con lo que frustrados y satisfechos viven la experiencia de la crisis como propia. La crisis se vuelve un horizonte generalizado en el cual se reflejan los problemas existentes, las tribulaciones presentes y la incertidumbre del futuro. Hace a todos conscientes de su propia vulnerabilidad.
La fase de reestructuración supone, en principio, dos posibilidades: un retorno a una situación similar a la anterior o una reorganización mayor de la red de relaciones. Hay variaciones entremedio, pero salir de la fase de propagación de crisis supone incrementar las capacidades reflexivas del sistema; esto es, tomar medidas rápidas y descentralizadas para controlar la vorágine y medidas estructurales para subsanar las cegueras históricas.
Esta tarea no es solo del Gobierno. Se requiere no solo de eficacia ejecutiva, sino también legislativa, y, dada la multiplicidad de actores no representados políticamente, se requiere también de sistemas de negociación, deliberación o foros de discusión en los que la ciudadanía pueda canalizar su participación y expresar sus expectativas, y en los que las instituciones públicas y privadas puedan reflexionar acerca de sus límites de funcionamiento y sus posibilidades de respuesta. Otra cosa es seguir cayendo por la pendiente.
El Mercurio