La puesta en escena fue cuidadosamente estudiada. Este 10 de octubre de 2019 en La Habana, cada detalle de la sesión extraordinaria de la Asamblea Nacional obedecía a un guion rigurosamente escrito y, probablemente, muchas veces ensayado. En la dramaturgia política, la elección de un Presidente de la República era el clímax para consolidar el traspaso del timón de la nave nacional a una generación más joven, bajo la tutela de sus predecesores.
Como en una obra teatral, cuyo final conocieran de antemano, los ciudadanos cubanos observaron con apatía y sin expectativas lo ocurrido el jueves 10 de octubre en el Palacio de las Convenciones. En fin de cuentas, era apenas una formalidad, una escenografía que tuvo como actores a los diputados del Parlamento. Con la ratificación de la Constitución en febrero pasado y la posterior entrada en vigor de una nueva Ley Electoral, en la Isla se separaron los cargos de presidente de la República y de primer ministro, que una vez se unificaron para otorgar plenos poderes a Fidel Castro. El jueves era el día de empezar a desglosar estas atribuciones y de dar al presidente de la Asamblea las riendas del Consejo de Estado.
Quizás en un intento de evitar que un solo hombre pueda cambiar el sistema desde arriba, la generación histórica disgregó la toma de decisiones entre varias figuras que ahora se muestran absolutamente fieles al legado de los barbudos que una vez bajaron de la Sierra Maestra. Calculando su cercano final biológico, los ahora octogenarios de aquella lejana gesta temen que concentrar el mando en un individuo sea una apuesta riesgosa y han optado por designar a varios lobos a cargo de la manada, para que, de paso, se vigilen entre ellos.
Sin sorpresas, durante la jornada primó la continuidad. Miguel Díaz-Canel fue elegido como Presidente de la República, si puede llamársele «elección» a un proceso en el que los parlamentarios solo encuentran en la boleta un candidato para cada cargo y apenas pueden ratificar la propuesta. Esteban Lazo se mantuvo al frente del Parlamento, aunque todas las quinielas políticas apuntaban a un fin de su liderazgo en la Asamblea Nacional, mientras que el Consejo de Estado se reestructuró con algunas inclusiones y salidas.
En esta cuidada representación, ofició como maestro de ceremonias el exgobernante Raúl Castro, quien fue el primero en ejercer el derecho al voto, en un claro gesto para marcar el real orden de relevancia y de capacidad de decisión. Con el control del Partido Comunista en sus manos y el poder económico y las fuerzas armadas resguardadas por su clan familiar, el veterano General preparó la función para enviar un mensaje público de solidez y continuidad del sistema. Solo no pudo controlar un detalle: el público.
En las calles cubanas, la crisis de suministro de combustibles, los problemas para transportarse y la inestabilidad en el abastecimiento de alimentos se robaron el protagonismo. De poco sirvió tanto esmero en preparar el decorado y a los actores de este «proceso electoral», la mayoría del pueblo usó este día feriado de octubre para seguir buscando la salida, para dar con la puerta que lo lleve lejos de este escenario, sea esta la indiferencia o la emigración. (DW)
Yoani Sánchez