Cucutazo electoral

Cucutazo electoral

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Cuando Sebastián Piñera se quiso vestir de líder internacional, junto a otros presidentes del continente idearon un viaje a la colombiana ciudad de Cúcuta para realizar un acto hollywoodense, en el que –en nombre de la defensa de la democracia– invitaron a que los venezolanos huyeran en masa de su país.

Eran los días en que distintas autoridades de Piñera II y el propio expresidente usaban frases del tipo “se reciben venezolanos hasta que el país lo resista”, “vamos a seguir recibiendo venezolanos en Chile” y otras perlas que fueron una abierta invitación a una migración descontrolada.

Por estos días, también en nombre de la democracia, el Senado ha aprobado en una tramitación exprés una reforma que impone multas a quienes no voten, incluyendo a extranjeros residentes, metiendo de esta forma cerca de 1 millón de votos extranjeros a la próxima elección presidencial. Se trata de un puro cálculo político, una maniobra que responde a intereses electorales y no a un compromiso genuino con la democracia.

Se ha hablado del “Cucutazo electoral” porque lo que vemos recuerda demasiado a lo que hizo Sebastián Piñera en Cúcuta: un llamado oportunista con la calculadora en la mano, evaluando cuántos votos podía sumar con su postura. Ahora, la derecha chilena, especialmente Chile Vamos, repite la misma estrategia. El llamado Cucutazo de febrero de 2019 fue un triste espectáculo con un claro objetivo electoral: mostrarlo como un defensor de la democracia ante un público extranjero, buscando réditos políticos en Chile.

Hoy, la derecha nuevamente intenta instrumentalizar a los migrantes, pero con una vuelta de tuerca: imponerles la obligatoriedad de votar, con multas incluidas, no por convicción democrática, sino por cálculo electoral.

Los números son claros: el voto extranjero en Chile se inclina mayoritariamente hacia la derecha. No es coincidencia que, cuando se trata de buscar su apoyo en las urnas, la derecha acomode su discurso, haga gestos y dé señales, mucho de lo cual vimos en las recientes elecciones municipales.

Esta reforma no busca incentivar la participación democrática, sino manipular el padrón electoral. En vez de fortalecer la soberanía nacional, la vulnera, permitiendo que los resultados electorales sean moldeados en función de intereses políticos coyunturales.

En Chile, deben ser los chilenos quienes definan el destino del país. La democracia no puede ser utilizada como una herramienta de conveniencia electoral, ajustada según las necesidades de un sector político que tiene la falsa idea de que, 1 millón de extranjeros votando para elegir Presidente de Chile, es fortalecer la participación y robustecer la democracia.

La hipocresía es evidente. Quienes dicen que hay que proteger las instituciones, que la salud y la educación están desbordadas, ahora imponen a los extranjeros la obligatoriedad de votar a través de una multa. Quieren usar la democracia como un instrumento de conveniencia, ignorando las contradicciones de su propio discurso.

Son los mismos que han hecho de su estrategia electoral el hablar de migración descontrolada, de crisis migratoria y cualquier frase que eluda la evidente responsabilidad del Gobierno de Piñera en el masivo arribo de venezolanos a Chile.

Es una estrategia política disfrazada de deber cívico. Es oportunismo puro. La soberanía impide que externos incidan en las decisiones de Chile, por ello reside en la nación y se ejerce por el pueblo a través de elecciones periódicas y del plebiscito.

La soberanía no puede ser una moneda de cambio, ni la democracia un traje a medida de intereses circunstanciales. Respetar la soberanía nacional y ser patriota no es buscar el poder mediante el todo vale, ser patriota es resguardar la integridad de las instituciones y garantizar que las decisiones que afectan al país las tomen quienes llevan a Chile en su corazón y son y serán quienes escriban su historia y construyan su futuro. (El Mostrador)

Camila Musante

Jaime Araya

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