De las AFP y otros caldos-Vanessa Kaiser

De las AFP y otros caldos-Vanessa Kaiser

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La historia de tres personajes os quisiera contar: la de Lorenzo, Madame Gaillard y de nuestra querida señora Juanita.

Lorenzo es un verdulero muy sencillo. Su local no excede en tamaño la bodega de un departamento de solteros. O sea que, para comprarle algo, hay que esperar afuera. Tiene un hijo de 28 años que cursa su segunda carrera. Jamás le ha trabajado un peso a nadie y vive de sus padres. Cuando un cliente le recomienda que le enseñe a su papá a usar sistemas de pago como las tarjetas, este “joven” responde que ya es suficiente con todo lo que el Estado se lleva en impuestos. Pero en su imaginario no es el Estado el causante de su desgracia. La culpa la tienen los capitalistas explotadores. A raíz de sus comentarios uno podría pensar que sus carreras estarían más cercanas a la creatividad artística o literaria. Pero no, él cursa Ingeniería Comercial y Administración de Empresas mientras su padre se tira los pelos porque nadie le colabora en esta dura tarea que tenemos todos desde nuestro exilio del paraíso: “parar la olla”.

En otros países, como Alemania, a muy pocos se les ocurriría estudiar dos carreras. Al contrario, una proporción importante de los jóvenes se independiza apenas cumplidos los 18 y el 35% cursa estudios técnicos, lo que significa que, tras el primer semestre, ya están trabajando en alguna empresa, contribuyendo con ello no sólo a un mayor crecimiento, sino, además, al sistema de pensiones. Por su parte, quienes estudian carreras universitarias no pasan de los tres a cuatro años. En contraste, Lorenzo tiene un hijo que no le aporta, siente que se parte el lomo trabajando y, como si fuera poco, podemos decir con certeza que este hombre tendrá una laguna previsional de, al menos, una década. (Piense que la jubilación puede reducirse hasta en un 50% si hay diez años de lagunas).

Madame Gaillard –personaje secundario de la novela “El Perfume”- no encarna a alguien en particular, sino más bien las vidas de millones de seres humanos que, esperando tener ahorros para una buena vejez, guardan su dinero bajo el colchón. Pero como la vida es frágil y los asuntos humanos no pueden resolverse de una vez y para siempre, la señora lo pierde todo cuando se desata la revolución francesa. Entonces, tal como ha sucedido en tantos momentos de la historia, los billetes guardados pierden su valor.

Algo similar pasaba con nuestro sistema previsional hasta 1980, en cuyo marco las previsiones no estaban indexadas al IPC ni expresadas en UF, como sucede actualmente. De ahí que los procesos inflacionarios destruyeran el poder adquisitivo de los pensionados y los dineros guardados bajo el colchón no sirvieran para nada al desarrollo económico. De esta historia podemos al menos aprender dos cosas: que nada es seguro y, por tanto, quienes prometen dicha seguridad nos están mintiendo, y que da lo mismo si usted fortalece un pilar solidario o instala un sistema que reparte un millón de pesos mensuales a cada adulto mayor; si no cuida la economía, no le alcanzará ni para una semana de porotos. Así, todos los políticos que capitalizan los fondos de rabia y frustración, propiedad de los electores desde que se tomaron en serio el cuento de que una pensión “digna” es un derecho que no depende de su esfuerzo ni del tiempo de cotización, pueden ser catalogados como maquiavélicos.

Usted se preguntará qué viene a meterse Maquiavelo en nuestro relato. Fernando Savater, en su prólogo al “Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu” de Maurice Joly, nos cuenta que la fórmula maquiavélica para destruir las libertades políticas, fundamento de la independencia de los ciudadanos, consiste en exacerbar la “necesidad de vivir de los pueblos.” De modo que, como la libertad política es relativa, mientras la necesidad de vivir, imperiosa, basta con manipular la primera para lograr la supresión de la segunda e instalar el despotismo de los triunfadores.

Respecto a los derechos políticos, el Maquiavelo de Joly no tiene dudas; “un día el pueblo comenzará a odiarlos y él mismo se encargará de destruirlos…” Lo que el pueblo no sabe es que cuando destruimos esos derechos, desmantelamos los fundamentos del mercado, y/o dejamos a los déspotas crear negocios con dineros ajenos para fines propios –como lo sería la AFP estatal, que asegura su escaño a quienes la promueven- lo que logramos es transformar un mundo imperfecto en un infierno seguro. Se cumplen entonces los presagios de Emile Cioran: “Que, en política, como en todo, uno no se realiza más que sobre su propia ruina.”

Si le cabe alguna duda, vaya a ver cómo funcionan los sistemas de reparto en los países vecinos. Me dirá que no es ahí donde tenemos que enfocar la mirada, sino en Suecia, Escandinavia, Finlandia, etc. Y yo exclamaré: ¡pero es que ellos no tienen los desfalcos que tenemos nosotros en las empresas estatales, además cuentan con una burocracia profesional y leyes que castigan severamente la corrupción! Pero, más importante aún, es que en esos países aquella proporción de políticos que aprecia una solidaridad impuesta por la violencia del poder coercitivo del Estado entiende que su despotismo sólo puede tener éxito si el mercado funciona y las personas efectivamente cotizan. No como en Chile, donde según el INE entre el 40 y el 45% de la fuerza laboral no está cotizando nada.

Ahora dígame usted si le parece justa la solidaridad que nuestros representantes quieren imponer por coerción a todos los ciudadanos que sí cotizan; sin profundizar en la presión tributaria que implicaría sostener un sistema inviable producto de las tasas de natalidad decrecientes. Sobre todo, si tenemos a la vista que quienes promueven estas ideas pertenecen al mismo sector de privilegiados que bajo el sistema de reparto antiguo se encontraba en la cumbre de la pirámide de acceso a los beneficios previsionales. Como si fuera poco, ese sistema corrupto hasta la médula nos generaba un déficit previsional del 3% del PIB hacia 1979 y nos ha obligado durante cuatro décadas a pagar con la plata de todos los chilenos las pensiones de sus afiliados; las cifras son del orden del 5% del PIB (Martner 2018).

El caldo de cultivo para un desmantelamiento de la estabilidad económica del país se termina por contar con la historia de doña Juanita. Resulta que a ella nadie le ha dicho que, cuando su dinero se invierte en una empresa en lugar de quedar guardado bajo el colchón, si a esa empresa le va mejor, ella también gana. Tampoco le han contado que el fondo de su pensión es suyo y que nadie más que ella tiene derecho sobre él, ni sabe cuántos chilenos viven del trabajo que dan las empresas en que invierten las AFP. Ciertamente, puede haber crisis y me parece que pocos estarían en desacuerdo con devolver al menos parte del peso de las pérdidas a quienes estén a cargo de los dineros de todos los chilenos como era en la ley original. Pero de ahí a que doña Juanita decida a sabiendas, sólo por la promesa de una pensión mejor, entregar sus ahorros a una AFP de los políticos que ya administran mal las empresas públicas, el Sename y el Transantiago, hay un purgatorio de distancia. Lo cierto es que, en este contexto, una “pensión solidaria” es una pensión sin dueño a la que los políticos pueden echar mano sin que nadie lo pueda evitar.

Finalmente, siempre es posible fiscalizar a las AFP. De hecho, se supone que esa es parte de la pega que nuestros políticos debieran hacer cuando van al Congreso, viaje por el que reciben un viático diario que supera la pensión mensual de uno de los abuelitos que dicen defender. Pero, ¿quién fiscaliza al fiscalizador?

Así las cosas, tenemos el caldo de cultivo apropiado para el advenimiento de un período de gobiernos populistas. Y es que, si usted lo piensa bien, nunca ha habido populismo en los países pobres. Es necesario un período de esfuerzo, capitalización y crecimiento para que nuestros inquisidores democráticos puedan hacer ofertones que seduzcan a la señora Juanita, en lugar de hacer su trabajo regulando y fiscalizando el modo en que nuestras cuestionadas AFP gestionan los fondos de quienes cotizan.

Inevitable preguntar: ¿por qué mejor no volver a la cotización voluntaria? Esta opción debiese barajarse seriamente, sobre todo, en vistas a que nos enfrentamos al advenimiento de una economía tercerizada. Las malas lenguas dicen que no se la contempla porque los gobernantes piensan que los ciudadanos no somos capaces de prever para el futuro y sienten que es necesario hacerlo por nosotros. Curioso modo de pensar, pues coincide con la definición que Aristóteles da del esclavo: el que es capaz de prever con la mente es naturalmente jefe y señor por naturaleza, mientras el que puede ejecutar con su cuerpo esas previsiones es súbdito y esclavo por naturaleza. O sea que el esclavo necesita del amo, porque sin su capacidad racional de prever para el futuro se muere de hambre. Y como en Chile al parecer están todos los políticos de acuerdo con la cotización obligatoria, saque sus propias conclusiones…(El Líbero)

Vanessa Kaiser

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