Al fin se produjo el cambio de mando. Creo que ya es la hora de revisar este sistema chileno que deja una especie de limbo de tres meses en que tenemos, en la práctica, dos presidentes. Por cierto, el o la entrante toma un fuerte protagonismo, y a su vez, el o la saliente se va de vacaciones –¿es necesario si unas semanas después tendrá todo el tiempo del mundo?– y retoma su agenda con un par de giras y anuncios de última hora. Es como que nadie quedara al mando del país, si hasta los ministros parten a los lagos del sur y dejan a un grupo de subrogantes, esos que aunque solo fueron «(s)» pueden poner en su CV un cargo que nadie se enteró que ejercieron.
Desde ayer domingo, Sebastián Piñera se ha convertido en el flamante Presidente de Chile, logrando, de paso, batir un récord difícil de igualar en el mundo democrático: turnarse el poder, de manera alternada, con Michelle Bachelet, durante largos 16 años. Para ti, para mí, la banda presidencial.
Pero la historia no es estática. La ex Presidenta lo vivió en carne propia. El mundo ha cambiado de manera vertiginosa durante los primeros 12 años de la dupla Piñera-Bachelet. Y para qué decir los chilenos. Hoy somos más exigentes, críticos y pragmáticos. Nos movemos como conservadores y luego como progresistas, tanto es así, que de la noche a la mañana se activa el proyecto de Ley de Identidad de Género y un país completo está maravillado con Daniela Vega, aunque por debajo la hagan pedazo en redes. Tenemos la mecha más corta, esperamos respuestas instantáneas, no aguantamos abusos y creemos que nos deben tratar más como clientes que como ciudadanos. Ese es el país que tendrá que gobernar el Presidente Piñera. Poco queda de ese que conoció en 2010.
Pero esta necesidad de conseguir todo de manera rápida, que se cumplan las promesas al día siguiente de realizadas –como una suerte de realismo mágico– no es solo propia de Chile. Se ha convertido en una tendencia, es como si el mundo hubiera perdido la tolerancia a la frustración. Lamentablemente, encontrar todo malo es una moda muy bien aprovechada por los retadores en las elecciones. La mala noticia es que es un arma de doble filo.
Kuczynski en Perú, a solo un año y medio de elegido, tiene 19% de aprobación; Trump está en 39% y lleva apenas 13 meses; Macri obtiene un 39% de apoyo, a dos años de asumir en la Casa Rosada; y Macron, en Francia, bordea el 40%. Estas cifras se entienden por las sobreexpectativas generadas en las campañas, la ansiedad por soluciones inmediatas y, por supuesto, desencanto temprano con el Gobierno entrante. El 80% con que terminó su primer periplo Bachelet –ahora alcanzó 40%– o el 60% de Obama al abandonar la Casa Blanca, serán difíciles de igualar, la aguja de la aprobación se está volviendo esquiva para todos los presidentes.
Desde la contienda electoral de 2017 hasta hoy, los chilenos hemos vivido en un estado permanente de diagnóstico de los problemas. Nos quedamos pegados ahí, pero sin encontrar soluciones, sino más bien en un compás de espera hasta que llegara un nuevo presidente o más bien un salvador. Casi un año quejándonos del Sename, de los migrantes, los portonazos, las malas pensiones, los camiones e iglesias quemados en La Araucanía, la mala calidad de la educación, el bajo crecimiento, desempleo, precariedad de la salud, inseguridad ciudadana, etc., etc.
Veamos los desafíos inmediatos del Presidente. El primer gran tema tiene como actor común a Carabineros: la seguridad de las personas y la violencia en la zona mapuche. Además de la casi segura destitución de Villalobos, el nuevo Gobierno ya ha anunciado que modificará la Ley Orgánica que rige a esa institución. La idea es dejar a la PDI la labor investigativa, y la prevención y disuasión a la policía uniformada. Solo ese cambio significa un par de años para ver algún resultado, considerando que la policía civil cuenta con apenas 7 mil funcionarios, versus los 55 mil carabineros actuales. También esperan crear una nuevo sistema de inteligencia que incluya a agentes encubiertos –¿tendrán que reclutar personas de los pueblos originarios para esto?– y se rumorea que buscarán incorporar a ex oficiales de Ejército para dirigir varias de esas funciones.
En La Araucanía, Piñera y los candidatos de la derecha arrasaron en la recién pasada elección, lo que se explica por la preocupación, e impotencia en muchos casos, que han generado entre sus habitantes las constantes quemas de camiones, iglesias, así como ataques que incluso les han costado la vida a personas, como el matrimonio Luchsinger-Mackay –asesinato ocurrido durante el primer Gobierno del Presidente Piñera–. Aunque el ministro Alfredo Moreno ya empezó a trabajar en la zona, incluso antes de asumir su cargo, las primeras señales evidencian un foco en la propiedad de las tierras, subsidios, apoyo a la microempresa y otras medidas económicas, que el propio Mandatario ha calificado como una suerte de Plan Marshall, versión chilena. Todas esas iniciativas son positivas, pero el problema de fondo es político y está fuertemente anclado en reivindicaciones profundas e históricas. Ese grupo radicalizado está reclamando por lo que entiende como una usurpación. Lamentablemente, es muy probable que este grave problema se agudice en los próximos meses.
El Sename y los temas de infancia capturaron no solo la atención de todo un país, sino que lograron sensibilizar respecto de este drama. ¿Cómo permanecer indiferente frente a la muerte de 1.313 niños que estaban bajo la custodia del Estado? La nueva autoridad –que entregó una clara señal al concretar su primera actividad oficial a uno de esos centros– anunció un proyecto en que la institución se reemplazará por dos servicios: uno que se hará cargo de niños y adolescentes vulnerables y otro que se encargará de los infractores. Sin duda la idea es buena, pero para ver su concreción –incluido un largo trámite parlamentario–, también deberemos esperar hasta que este Gobierno esté en su etapa final. Mientras tanto, la paciencia se irá agotando, y aquellos que fueron atacados por dirigir el Sename antes, pasarán ahora al ataque y criticarán a los que prometieron cambios rápidos.
La modificación al Sistema de Pensiones enfrentará dos proyectos: quienes esperan incorporar cambios dentro del modelo actual –el proyecto de Bachelet considera un aumento del 5% a cargo del empleador y un fondo común; el de Piñera, 4% que pasa íntegramente al afiliado– y quienes plantean un giro radical, como el movimiento NO + AFP. Esta discusión será lenta y controvertida. Mientras tanto, nuestros jubilados seguirán viviendo al tres y al cuatro.
Revertir la percepción que crearon en la campaña, en cuanto a que todo estaba malo y se debía cambiar, será difícil. Por eso Piñera fue relativizando el relato desde el día después de la elección. De ahí los llamados a la unidad y construir grandes acuerdso que hizo ayer. Pero los chilenos se creyeron eso de los «tiempos mejores», lo que hoy se decodifica como respuestas inmediatas. Por el bien del país y de todos, espero que la luna de miel no sea tan corta como todas las señales lo indican. (El Mostrador)
Germán Silva Cuadra