Asesinatos, secuestros, sicariato, descuartizamientos, granadas, balaceras, encerronas. Un nuevo vocabulario, una nueva normalidad, especialmente en algunas comunas urbanas donde las tasas de criminalidad ya se acercan al promedio de la región.
¿Por qué llegamos a este punto? Es una tendencia global pospandemia: bien; se ha venido incubando por años: bien; pero esto no da respuesta a la angustia de la población, que es pasto seco para respuestas autoritarias que ya emergen desembozadamente: sacar a militares a las calles, expulsión de extranjeros, allanamientos masivos, suspensión de los derechos humanos.
La criminalidad es endógena. Cada sociedad padece la que ella misma genera. Es evidente entonces que, en nuestra modernización como país, algo hemos estado haciendo mal. Mientras no lo identifiquemos y corrijamos, el fenómeno no va a retroceder y podría costarnos la democracia.
Hay cuatro hipótesis populares pero falsas. El temor no es invento de la prensa: en todas partes del mundo ella tiene la misma avidez por el crimen, pero este varía de país a país. Su combate no es un asunto meramente de recursos: el mayor gasto público y privado destinado a seguridad en décadas recientes ha tenido escasa efectividad. La solución no está en más penas y más cárceles: ellas se han elevado significativamente, lo mismo que la población privada de libertad —donde Chile tiene la tasa más alta de América Latina—, y el impacto es nulo. Por último, da lo mismo el signo político de los gobiernos: la tasa de criminalidad apenas varía.
Hay que entender el tipo de delincuencia que hoy tenemos y los procesos que la originan. De lo contrario, seguiremos insistiendo con respuestas obsoletas.
Para decirlo en términos gruesos, la delincuencia de hoy no se moviliza por el hambre, sino por la pertenencia y el estatus. La protagonizan individuos con una escolaridad igual o superior a la de sus persecutores. Su reclutamiento, entrenamiento y organización, así como sus recursos y tecnología, superan muchas veces a los de las policías. Funciona en redes internacionales altamente profesionalizadas, no bajo los lazos familiares de antaño. No teme al Estado ni a las policías: los desafía, como en un videojuego. No trata de evitar la violencia, sino al revés: la sobreactúa para difundirla en redes sociales y satisfacer el ego. Vive la transgresión como un acto de rebeldía, amparada en su propia ideología: “si otros emiten boletas falsas, crean fundaciones fantasmas, coimean a funcionarios, se vuelven millonarios de un día a otro, ¿por qué no yo?”.
Un soporte clave de la delincuencia moderna son las redes sociales y la cultura de los videojuegos, que incitan al logro inmediato, facilitan la coordinación y hacen de la violencia un espectáculo. Otro es un entorno que idealiza el riesgo y el logro individual, y donde las soluciones colectivas y el Estado son objeto de desconfianza y aprovechamiento. A esto hay que sumar la llegada de grupos de inmigrantes que traían consigo otra relación con las leyes y las normas, con la policía y las armas, con las soluciones “por fuera” y las mafias. Para asimilarlos se habría requerido una sociedad cohesionada, una economía en expansión, un sistema político legitimado y un Estado robusto, como fuera, por ejemplo, en la Europa de posguerra. Pero no fue así. De ahí que, en lugar de encuadrar a esta nueva población en la cultura legalista chilena, es el culto a la transgresión el que va ganando la batalla.
Estamos ante una criminalidad que nace de tendencias sociales propias del siglo 21, pero seguimos mirándola bajo paradigmas propios del siglo 20. Por eso estamos donde estamos.
A buena parte de la población la tiene sin cuidado el resultado del plebiscito constitucional. Solo piensa en la seguridad. Ambas cosas están unidas. El arma más letal contra el crimen es la adhesión al orden legal. De aquí brota la confianza en los organismos encargados de combatirlo, que sin esta son como pólvora mojada. Ante el referéndum hay que preguntarse cuál opción permite un ecosistema algo menos individualista, competitivo y transaccional, que es donde se enraíza la delincuencia moderna, y ahí elegir. (El Mercurio)
Eugenio Tironi