No estoy seguro de que sea buen castellano, pero ha pegado. La primera vez que lo escuché fue en 1996 a Fareed Zakaria para la conmemoración de los 30 años del Instituto de Estudios Internacionales de la U. Se refería a una tendencia que se daba en especial en Asia, que parecía exitosa, siendo Singapur uno de los casos, minúsculo y exitoso país en términos de desarrollo, aunque no es una democracia en el sentido pleno de la palabra. Es una «democracia iliberal». Es bueno saber de este fenómeno para que estemos conscientes de lo que tenemos, al comenzar un nuevo período político cargado de buenos auspicios, ya que los chilenos no solemos apreciar lo positivo que poseemos.
Se trata de sistemas donde existen algunas instituciones y prácticas democráticas, pero que se insertan en estilos que conscientemente las socavan. Generalmente se desarrollan instalando una atmósfera de división entre patriotas y «antipatriotas», con ofensivas odiosas por controlar la prensa y otras instancias independientes, cambio constitucional de por medio. Tienden a borrar la clásica división entre poderes del Estado, todo manipulado desde el Ejecutivo. Luego se ordena lo que «se debe decir», imponiendo una visión de la historia -que implica al presente-, como en Polonia, donde se prohíbe decir esto o aquello. Adiós a todo sentido crítico del debate (lo que se ha intentado imponer en Chile).
No toda dictadura es una democracia iliberal. La de Pinochet nunca lo fue; cuando se abrió a toda participación, a raíz del plebiscito, marchaba con decisión hacia una democracia; es raro que los regímenes militares latinoamericanos hayan producido este fenómeno. El primer peronismo, hasta 1955, es un caso típico; la Argentina de los Kirchner quería encaminarse a la misma meta, solo impedida por la fuerte resistencia política y social. La Venezuela de Chávez desde un primer momento se enfiló en esta dirección; ya no lo está, sino que definitivamente el año pasado se convirtió en una dictadura común y silvestre. La Turquía de Erdogan -en su origen elegido de manera impecable- derivó por el mismo camino; el intento de golpe del 2016 fue una respuesta a esa evolución, tal como la intentona contra Chávez del 2002. La Bolivia de Morales lo es, lo mismo que el Ecuador de Correa fue un caso típico; la de Lenín Moreno ya no lo es. En general en América Latina la tendencia es que la izquierda ha introducido esta orientación que desnaturaliza lo fundamental de la democracia. Por estos pagos la puesta en marcha de algunas ideas de este proyecto constitucional ofrecido entre gallos y medianoche conlleva la misma impronta.
Europa, la cuna de la democracia -junto a EE.UU.-, muestra desde cierta derecha tentaciones de franquear el límite. En todo caso es lo que sucede en Europa Central, en Polonia y Hungría con mayor notoriedad, pero en la misma camada se puede colocar a la República Checa y Eslovaquia. La coalición austríaca podrá tener una posición antiinmigratoria, pero todavía no puede clasificarse de iliberal. Como siempre, algunos planteamientos de quienes se inclinan hacia este norte son legítimos; su estrategia final y los medios van de ser descabellados a populistas, casi lo mismo que «iliberal».
¿Va a sobrevivir la democracia? No existe ningún motivo todopoderoso para que el hilo no pueda ser cortado. Sin embargo, a la democracia le es propio el caer de tanto en tanto en estas crisis. También, a esta combinación de orden -ojalá autodisciplina organizada- y libertad la ha distinguido un poder quizá misterioso -o no tanto- de persistencia y recuperación, desmintiendo hasta ahora las continuas profecías de su inevitable decadencia y derrumbe. (El Mercurio)
Joaquín Fermandois