Esos rostros de niños de diferentes orígenes celebrando alegremente, representan una buena metáfora de lo que debieran ser las relaciones entre los habitantes de Chile y las personas que llegan desde países de la región en busca, normalmente, de mejores horizontes de vida.
En esa dirección, la Presidenta Bachelet, al presentar el proyecto para una nueva ley de migración, puntualizó que el texto contempla “un sistema de principios, derechos y deberes” con un enfoque en los derechos humanos, la igualdad y no discriminación en los aspectos laborales, de seguridad social, justicia, educación y salud.
Lo anterior contribuye a tener una mirada compresiva y de acogida frente a los inmigrantes con independencia del lugar del cual provengan y de los prejuicios que podamos tener respecto a otras naciones y culturas. No hay que olvidar que la xenofobia, el resentimiento y cualquier expresión de odio frente al otro ─el que aparece como disputándome los espacios de trabajo o ha llegado masivamente a mi barrio─ está casi siempre fundada en la ignorancia y el miedo: una mezcla nada de buena cuando se le suma, además, como ha sucedido con peligrosa frecuencia en elecciones recientes de países extranjeros, el discurso populista.
Tal como lo señaló en una entrevista Rodrigo Sandoval, ex director de Extranjería e Inmigración, “si miramos las cifras, los inmigrantes tienen mayor nivel educacional, mayor disposición al trabajo y menor tasa delictiva que los chilenos. Mejoran todos nuestros estándares”. El propio Cardenal Ezzati durante la homilía de Fiestas Patrias hizo un llamado a darle una “acogida empática, de respeto mutuo y de colaboración generosa” a los inmigrantes que día a día llegan a nuestro país y se refirió al “rostro de inmigrantes y chilenos que juntos buscan amasar el mismo pan de la dignidad, de la acogida, de la integración”.
Se ha dicho y se ha repetido, pero no está demás insistir: una parte importante de la población chilena provie
Mis abuelos llegaron a Chile desde Belén, Palestina, a principios de 1900, en búsqueda de mejores oportunidades. Aquí fueron acogidos muy generosamente y se les brindó la posibilidad de desarrollarse, echar raíces y formar un nuevo hogar. Como director del Estadio Palestino, puedo constatar la presencia centenaria de medio millón de chilenos de origen árabe, que han realizado una importante contribución al desarrollo y progreso del país.
Ahora son nuestros hermanos y vecinos peruanos, colombianos, bolivianos, ecuatorianos, venezolanos, dominicanos y haitianos los que por razones económicas y/o políticas abandonaron sus países de origen y eligieron Chile como destino.
Ayer fueron los exiliados por la dictadura, los acogidos por países cercanos y también distantes. En ese flujo, ese tránsito de seres humanos, se van conformando las naciones ─desde los integrantes de los pueblos originarios hasta el último inmigrante─ y nos vamos transformando en una amalgama de colores de piel, de culturas y de orígenes, en un crisol de nacionalidades.
De derechos y de deberes habló la presidenta. El derecho de los miles de inmigrantes a ser aceptados en un país diferente al que nacieron, y asimismo, el deber de ellos de respetar las reglas del juego y la idiosincrasia imperantes en Chile, en el entendido que les hemos abierto las puertas de nuestra patria si ningún tipo de discriminación.
En consecuencia, el proyecto enviado al Congreso Nacional para la discusión legislativa, además del conjunto de medidas que propone, podría considerar, como lo han señalado diversos expertos, la viabilidad de la creación de una nueva institucionalidad migratoria: Un Servicio Nacional de Migraciones que aborde de un modo integral y multidimensional el creciente fenómeno migratorio que enfrenta nuestro país. (La Tercera)
Nelson Hadad