(Des) iguales

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Confieso que lo tenía en mi lista de espera, esa que acumula textos, pero cuyo interés por leer no siempre se condice con el tiempo para hacerlo. Pero dada la polémica generada en torno al último libro editado por el PNUD -Desiguales. Orígenes, cambios y desafíos de la brecha social en Chile- apuré el tranco y, la verdad, me encontré con bastantes menos sorpresas de las que sugerían algunas columnas.

En efecto, el estudio muestra cómo la desigualdad de ingresos ha ido disminuyendo en nuestro país. Sin embargo, más que solo concentrarse en esa específica variable y en las brechas absolutas o relacionales de los ingresos -única cuestión que parece preocupar a los economistas-, este libro nos propone una mirada más profunda y compleja sobre este problema; definiendo la desigualdad como “las diferencias en dimensiones de la vida social que implican ventajas para unos y desventajas para otros, que se representan como condiciones estructurantes de la vida, y que se perciben como injustas en sus orígenes o moralmente ofensivas en sus consecuencias, o ambas”.

De hecho, lo que parece sugerir este libro es que la principal desigualdad no es económica, sino que ésta es solo un síntoma, fruto de la asimetría en la distribución del poder en general, y del poder político en particular. Nuestro principal problema, entonces, se refiere a la desigualdad en la influencia, visibilidad y capacidad para participar en las decisiones. Y es justamente por eso que el texto distingue dos dimensiones: la sustantiva, que apunta a los intereses, aspiraciones y necesidades; y la descriptiva, que se refiere a la presencia de los distintos grupos de una sociedad que están presentes en las esferas donde se delibera y toman resoluciones.

Si entre 1990 y 2016, el 75% de los ministros, el 60% de los senadores y más del 40% de los diputados de todos los partidos políticos asistieron a 14 colegios de elite en Santiago o a tres carreras y dos universidades, donde compartieron “el habitus como las redes de contacto y la formación profesional de la gran mayoría de los gerentes y directores de las principales empresas del país”, no es extraña esta imagen de Gambetta sobre la política como un espejo roto, esa en la que la inmensa mayoría de los ciudadanos no logran verse reflejados en quienes deben representarlos.

Es justamente esta promesa incumplida de nuestra democracia, a saber, que las necesidades de los ciudadanos pesen de manera similar en la deliberación de nuestros asuntos colectivos, lo que da origen a las desigualdades para acceder a salud y educación de calidad; o tener que esperar interminables horas para ser atendido; que las oportunidades y la capacidad para surgir sigan dependiendo de la familia y el lugar donde se nació; o, como si esas injusticias no fueran suficientes, soportar además la humillación de cómo se mira, habla y trata, a tantos de nuestros compatriotas.

En nuestro país no están solo concentrados los ingresos en el 1% más rico, sino también el poder para tomar decisiones y cambiar esa realidad. (La Tercera)

Jorge Navarrete

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