Si bien en Chile vivimos en una democracia, parece que algunos consideran que esto es una monarquía. Por ejemplo, Felipe Cisternas, secretario general de RN, cree que el sillón municipal de Vitacura pertenece a la dinastía RN. El hecho que el alcalde Torrealba lo haya hecho muy bien no le otorga a RN ninguna propiedad sobre ese municipio. A lo sumo aumenta las chances para que el candidato de su partido gane las elecciones. Si una alianza decide no hacer primarias, por las razones que fueran, está en todo su derecho. Pero resulta poco comprensible pretender que el consejo general de un partido, en este caso RN, sea el que debe decidir si acepta o no acepta que se lleven a cabo primarias. Argumentar que “no vamos a renunciar a liderar esa comuna” solo lleva a preguntarse cuál es el trasfondo de esta desesperación por mantener la “propiedad” de la municipalidad. ¿Sólo poder? ¿O hay algo más, como, por ejemplo, clientelismo, agencia de empleos o beneficios de otro tipo?
Siguiendo con la monarquía, hasta hace poco teníamos la parlamentaria, con diputados y senadores apernados eternamente a su puesto, cual condes y barones aferrados a su tierra. Largos años de feudalismo parlamentario terminan derivando en clientelismo, nepotismo, asistencialismo y tráfico de influencias. Si bien el límite de 16 años como senador, y 12 como diputado, sigue siendo una eternidad, por lo menos es un límite prudente a la monarquía parlamentaria. Pero resulta que ahora se está votando, en el Parlamento, el levantamiento de las inhabilidades para que alcaldes y parlamentarios puedan participar en las próximas elecciones, un proyecto nefasto impulsado por este gobierno que permite que los parlamentarios, que no pueden reelegirse y que tendrían que irse para la casa cuando termine su mandato, ahora puedan renunciar antes de que éste finalice para postular a gobernadores, alcaldes o cualquier cosa que les permita continuar aferrados al estado.
Si bien los partidos son conscientes que el apernamiento generalizado derivó en una falta de renovación de sus directivas, la desesperación por el poder ha sido mucho más fuerte que el altruismo partidario. Es esa misma desesperación la que terminó dañando de muerte a la Democracia Cristiana, partido que dejó de defender sus convicciones para ser parte de una bolsa de gatos sesenteros, todo con el objetivo de rasguñar algunos puestos de trabajo que ofrece ese tremendo botín de guerra que es ganar una elección.
Francamente, esta desesperación por mantener la propiedad de los sillones indigna a todo aquel que cree en la renovación, en la meritocracia, y en el servicio público. Y confirma que los políticos apernados, de bando y bando, son personas que no saben vivir sin aprovecharse de los privilegios del poder. Ojalá que los electores se den cuenta que Chile no resiste ese tipo de políticos. Es hora de atraer nuevas escobas, que no solo barran bien, sino que sean mucho más consistentes con la ideología de los partidos que representan, y mucho menos aferrados a sus propios intereses.
Es hora también de restringir aún más el apernamiento monárquico eliminando la agencia de empleos que significa ganar una elección. Sólo los ministros y subsecretarios, o sus similares, debieran ser nominados por el Presidente y por los alcaldes. El resto de los funcionarios debieran ser elegidos por concurso gestionado por la Alta Administración Pública. Con ello no solo lograremos achicar el botín de guerra de los ganadores de una elección, sino que además lograremos profesionalizar la administración pública, una materia pendiente para modernizar y eficientar el manejo del estado. (El Líbero)
Gabriel Berczely