En política, es perfectamente legítimo que el gobierno ponga un tema en la agenda que busque alinear a sus aliados y desordenar a la oposición. Pero resulta insólito que un gobierno diseñe tan mal esa vieja estrategia y la ejecute de una forma tan deficiente que el resultado termine dividiendo más a las propias huestes oficialistas que a la oposición.
La decisión del Presidente Gabriel Boric -que aparentemente era desconocida incluso para algunos de los miembros del comité político del gabinete- de impulsar un proyecto de ley que amplié el derecho al aborto, más allá de las tres causales que ahora existen, produjo más daño en el oficialismo que en la oposición. Una vez más, al intentar hacer política para salir del complejo lugar en que se encuentra, el gobierno del Presidente Boric terminó demostrando al país que habla más rápido de lo que piensa y que anuncia mucho antes de planificar. Lo peor es que, en vez de desordenar a la oposición, el gobierno terminó debilitando todavía más la frágil alianza que lo sostiene en el poder y alimentó las dudas sobre la capacidad de La Moneda para poder hacer el trabajo que debe hacer para que el país retome el sendero correcto.
La celebrada frase del general y teórico militar prusiano Carl von Clausewitz de que “la guerra es la continuación de la política por otros medios” implica que, así como en la guerra el objetivo es derrotar al enemigo, en política es necesario debilitar al adversario para poder avanzar las causas propias. Por eso, los gobiernos siempre buscan formas de debilitar a la oposición con el «dividir para reinar». En la medida que los temas que se discuten en el debate político y en la arena legislativa logren profundizar las inevitables diferencias que existen en el campo rival, los gobiernos pueden optimizar sus chances de avanzar sus propias prioridades. Cuando el gobierno tiene minoría en el Poder Legislativo, la opción de privilegiar temas en los que la oposición no tiene una postura común es la mejor forma de crear mayorías circunstanciales que le permitan al oficialismo avanzar y mostrar al país que puede solucionar problemas y que se merece seguir en el poder en el próximo periodo.
Por eso, en el papel, parecía razonable que el gobierno del Presidente Boric pusiera sobre la mesa el debate de la expansión del derecho al aborto más allá de las tres causales. Además de ser un tema que le importa a la ciudadanía -si bien hay otros temas más importantes- esa discusión permite que la gente se vuelva a interesar en temas políticos después de la frustrada experiencia constituyente que consumió al país desde fines de 2019 hasta fines de 2023. Si bien la gente ya no quiere saber nada de convenciones constitucionales, las personas si tienen opinión sobre temas valóricos como el aborto. Mientras algunos tienen buenas razones para querer ampliar ese derecho, otros creen fervientemente que debe haber regulaciones estrictas para ejercerlo. No pocos creen que el aborto debiera ser declarado ilegal. El debate sobre cómo debe evolucionar ese derecho en Chile ayuda a construir una democracia más sólida y permite que la gente se involucre saludablemente en temas de políticas públicas.
Pero una buena idea mal ejecutada puede convertirse en una pesadilla. La forma en que el Presidente Boric sorprendió a sus aliados -y a miembros de su propio comité político- con ese anuncio en la Cuenta Presidencial fue el equivalente a sorprender a la familia con un viaje de sorpresa para visitar a los abuelos cuando todos estaban esperando viajar a Disney. Es bueno y saludable ver a los abuelos, pero tal vez no es el mejor momento para hacer ese viaje justo cuando los hijos estaban preparados y expectantes por viajar a otro lugar.
Los dichos del Presidente generaron una incomprensible, insensata y contraproducente inmediata actitud entre legisladores de derecha que salieron de la sala para expresar su desacuerdo con el anuncio. Pero a medida que pasaron los días, se comenzaron a evidenciar las heridas más profundas que produjo el sorpresivo anuncio en las filas oficialistas y entre importantes aliados en el Congreso. De hecho, varios legisladores han expresado su fuerte oposición a ampliar el derecho al aborto.
Tampoco queda claro que haya una mayoría en la opinión pública para apoyar el aborto libre a todo evento que parece ser la posición que defiende el Presidente y algunos de sus aliados. Aunque es saludable que se de ese debate, también es inevitable que haya algunos costos y que otros debates pierdan prioridad. Después de todo, cada hora que se utilice para discutir los argumentos a favor y en contra de expandir el derecho al aborto será una hora que no se pueda ocupar en lograr acuerdos para sacar adelante la reforma de pensiones o la reforma tributaria.
Hay buenas razones para pensar, en abstracto, que tener es debate es saludable. Pero la forma en que el gobierno puso el tema y las reacciones que ha habido en el propio oficialismo parecen confirmar que, a veces, las buenas ideas mal ejecutadas terminan siendo un innecesario dolor de cabeza. (El Líbero)
Patricio Navia