Ahora que la emergencia de los incendios ya está siendo superada, la clase política se prepara para unas cortas vacaciones antes de volver para iniciar una temporada electoral que estará caracterizada por altos grados de polarización y por múltiples intentos por transformar la elección de noviembre en un referéndum sobre Pinochet, su Constitución, la corrupción, el legado de Bachelet, y los gobiernos de Lagos y Piñera, más que en un debate sobre cómo abordar los desafíos que enfrenta Chile hoy.
La tragedia producida por los incendios del caluroso mes de enero en la zona central del país dejó en claro que la temperatura del suelo no es lo único que se ha calentado en el país en años recientes. La forma en que la derecha política aprovechó de llevar agua a su molino contrastando la tardía reacción del Gobierno de Bachelet con la forma en que Piñera reaccionó para facilitar el rescate de los 33 mineros en 2010 evidencia que en la política actual no hay treguas. Las respuestas desde el oficialismo no se hicieron esperar, con menciones al enorme incendio que devastó las Torres del Paine cuando Piñera era Presidente. No tomó mucho tiempo para que desde las trincheras se apuntara a las fallas y errores de cada coalición cuando estuvo en el Ejecutivo. Como los ejemplos de errores sobran y como cada Gobierno suma alguna política fallida en su registro, el debate sobre quién tuvo la responsabilidad de que los incendios rápidamente llego a una disputa de descalificaciones sobre qué coalición está menos calificada para ejercer el poder.
La violencia verbal a la que fácilmente se llega en el juego de las descalificaciones tiene varias razones, entre las que destacan el ciclo vertiginoso de las noticias —que induce a decir las cosas en simple y en pocas palabras— y la poca capacidad de atención de una audiencia que es bombardeada por mensajes en las distintas plataformas que se usan para mantenerse informados. Pero las descalificaciones personales también tienen una causa que refleja la mayor homogeneidad de posiciones respecto a qué se debe hacer para sacar adelante el país. Como el rango de opciones de políticas públicas es mucho más reducido que antes, las diferencias entre las posturas de partidos ideológicamente opuestos son menos evidentes que hace dos o tres décadas. Aunque nunca faltan las posturas extremistas, las posiciones que defienden los partidarios de las grandes coaliciones tienden a parecerse mucho. De ahí que la mejor forma de diferenciarse que tienen algunos políticos es a través de las descalificaciones personales.
Tomemos, por ejemplo, el debate sobre la reforma de pensiones. Aunque se han popularizado frases como No+AFP, las diferencias entre la Nueva Mayoría y Chile Vamos pasan por quién va a administrar el 5% adicional de contribuciones mensuales que realizarán los chilenos a sus pensiones. Ninguna coalición está proponiendo estatizar las AFP y volver a un sistema de reparto. Como las diferencias entre la izquierda y la derecha son de matices, los partidos disfrazan sus similitudes a través de descalificaciones personales a sus oponentes. Si todos venden el mismo producto, la única forma de diferenciarse es a través de los atributos personales de los vendedores.
Es cierto que en esta tendencia hacia una creciente moderación ha habido excepciones. El discurso fundacional del Gobierno de Bachelet representó un quiebre con la política caracterizada por la gradualidad y el pragmatismo que había dominado en el país desde 1990. Pero el hecho de que esta administración sea tan impopular ha debilitado el discurso fundacional. Los principales candidatos que se perfilan para las elecciones presidenciales de noviembre se han asegurado de destacar el diálogo y los acuerdos como elementos centrales de sus propuestas.
Aunque la agresividad de las descalificaciones refleje la mayor homogeneidad ideológica y la creciente moderación que caracteriza a la política chilena, la forma en que se está llevando adelante el debate político dificulta la discusión de los méritos de las propuestas y le facilita la vida a los candidatos que construyen apoyos a partir de generalidades y buenas intenciones. En la medida que las coaliciones se concentren en las descalificaciones mutuas y en subrayar los errores y debilidades de sus adversarios más que sus fortalezas y propuestas, allanarán el camino para que los candidatos presidenciales eviten entrar en detalles respecto a sus propuestas y se escondan en las generalidades y en sus atributos personales para intentar ganar las elecciones de 2017.
Porque cuando los partidos incendian el debate la gente busca bomberos que parezcan capaces de apagar incendios, la actitud confrontacional en la campaña presidencial solo favorecerá a los candidatos que prefieran las sonrisas y las promesas vacías, en vez de propuestas concretas y detalladas sobre qué harán en caso de ser electos. (El Líbero)
Patricio Navia