Cuando la presidenta Bachelet dijo la famosa frase “cada día puede ser peor” en 2015, nunca imaginó que sería la mejor etiqueta para lo vivido ayer. Y si bien en esa ocasión ella se refería a las catástrofes naturales, lo que está viviendo el Gobierno son catástrofes políticas. Autoinfligidas e imposibles de encauzar.
El gobierno de Boric ha estado marcado por tres grandes hechos: la derrota del plebiscito, los indultos (y por ende, la seguridad) y el caso fundaciones. Tres hitos que lo han hecho avanzar políticamente, pero hacia atrás. Tres vicisitudes mal manejadas, mal orientadas y mal resueltas. Tres grandes problemas. Tres tristes tigres.
En todas ellas, la crisis producida se ha exacerbado por el —a estas alturas es posible decirlo claramente— grotesco actuar de cuando fue oposición a Piñera.
Ayer, de cierta forma, fue el resumidero de dos de los tres problemas: el caso fundaciones y el caso indultos. Y sus efectos pueden congeniar en el tercero. Esta vez, en el nuevo plebiscito.
El día comenzó con la formalización de Andrade y Contreras, luego siguió con la detención de uno de los indultados mientras tenía un secuestrado en la maleta y, más tarde, la ministra del Interior interpelando a una concejala, con un “que show más patético, hueona”. Todo bajo la resaca del caso fundaciones del que el Gobierno no solo no puede salir, sino que todos los días se complica un poco más.
Mientras tanto, el Presidente Boric insistía en la mañana —inaugurando la remodelación de una plaza en Renca (un balancín, un par de bancas y unas pocas petunias)—, que la prensa en vez de estar transmitiendo ese importante evento estaba dando malas noticias. Y si hace algunas semanas la arremetida había sido contra La Segunda, La Tercera y “El Mercurio”, ayer fue el turno de Mega, TVN y Canal 13.
Minutos después, la imagen del Presidente haciendo flexiones en las barras paralelas de la plaza, fue el resumen de lo que ha sido el Gobierno: inexperiencia, falta de preparación y poco decoro.
Los indultos fueron un problema desde el día uno. La detención de Luis Castillo ayer la volvió a la primera línea. Y el Gobierno la enfrentó nuevamente de la peor manera: la ministra Vallejo no encontró nada mejor que salir a aclarar que “todo es solo una presunción”. Justo lo que no había que decir, porque para la población es obvio que el indultado andaba en malos pasos. Al hecho político poco le importa el término legal.
Mientras tanto, la permanencia de Carlos Montes se ha transformado, a todas luces, en un lastre. Pero al parecer, para que se produzca su salida tendrá que ocurrir un desangre total. Lo que más llama la atención es que un personero como Montes, que hizo valer severamente “responsabilidades políticas” en variadas acusaciones constitucionales contra ministros mientras fue parlamentario, no haga propio ese argumento para sí y decida dar un paso al costado.
A estas alturas, el caso fundaciones es equivalente a la suma de MOP Gate y Caval. Tiene la malversación y corrupción del caso MOP Gate y los conflictos de interés de Caval. Con el agregado de que todo el sistema defraudatorio corresponde a platas destinadas a los más pobres. Y todo ocurrió en las narices de un ministro del que nadie duda de su honorabilidad, pero todos dudan de su competencia.
El Gobierno no logra controlar la agenda. Vendrán nuevos cónclaves y nuevos cambios de gabinete, pero el problema es que perdió completa sintonía con el momentum en el que fue elegido. La ciudadanía eligió músicos de rock y ahora les pide tocar a Beethoven.
La pregunta que rondó ayer es si el día horribilis se puede transformar en “un Atocha” (haciendo el símil con aquel atentado en España que hizo cambiar completamente la elección). La respuesta tiene puntos suspensivos…
Lo que sí es claro es que el Gobierno se encamina a una derrota si gana el En contra y a una catástrofe si gana el A favor. Y lo ocurrido ayer fue un pequeño aporte a esa segunda opción. (El Mercurio)
Francisco José Covarrubias