En la principal institución educacional del país, una alumna es agredida y finalmente expulsada de clases por sus “compañeros” debido a sus ideas políticas. Y cuando pensaba en cómo escribir esta columna y a quién dirigirme, llegué al convencimiento de que hay poco y nada que hacer con estos cobardes: nada menos que unos pequeños fascistas que han terminado por devaluar y vaciar de contenido y legitimidad todo aquello que dicen creer y defender. Qué sentido podría tener razonar con aquellos que no creen en el valor de la igualdad, la diversidad o la libertad; que pretenden silenciar a todos quienes son o piensan diferente, y que terminan -en nombre de no sé qué justicia – haciendo sufrir a otros lo mismo que dicen haber padecido ellos o los que pensaban de manera similar. Y ni hablar de echar mano a la filosofía política e historia de la democracia, o citar a Voltaire por ejemplo, al que de seguro estos ignorantes matones confundirían con una fuente de soda o un jugador de fútbol.
Es por ello que hoy quiero referirme a otros cobardes, a esos que hemos justificado, callado o menospreciado de manera cómplice el sostenido avance de la intolerancia y la dictadura de lo políticamente correcto. En una universidad, aquel símbolo de lo que debería ser el pensamiento crítico y la libertad intelectual es francamente desolador que, para este caso específico, algunos directivos o profesores hayan tenido la obscenidad de plantear como “salida al problema” el que a esta estudiante se le hicieran clases particulares; naturalizando así la violencia, al punto de silenciar y castigar a quien fue la víctima y consolidando la impunidad de los victimarios.
Pero también esta cobardía se entrelaza con la hipocresía y el doble estándar, pues sospecho -perdón, corrijo, estoy convencido- que la indignación y el escándalo social y mediático hubieran sido diametralmente distintos si esto hubiera ocurrido en una universidad católica, donde los agresores fueran conservadores que violentaron a una alumna por ser de izquierda y estar en favor del aborto; o, paraqué decir, si la causa del ataque fuera la condición sexual o el origen étnico de la víctima.
De hecho, me pregunto dónde están las organizaciones de derechos civiles y políticos o las instituciones que promueven la igualdad, especialmente la de género; dónde están las principales líderes del movimiento feminista universitario, que no han llamado a un paro, ni menos han funado a estos abusadores de mujeres; y dónde están los justicieros de las redes sociales, que todavía no han divulgado los nombres de estos miserables. En fin, dónde estábamos todos, que permitimos que las cosas llegaran hasta aquí. (La Tercera)
Jorge Navarrete