A poco más de dos años del gobierno del Presidente Gabriel Boric el período transcurrido se ha dividido en dos partes distintivas, casi sin solución de continuidad entre una y otra. Desde su entronización en marzo de 2022 hasta septiembre de ese año fue un gobierno frenteamplista -y si se quiere hasta octubrista-, que jugaba a ganador en el plebiscito para ratificar el texto de la Convención Constitucional. El promedio de edad de las principales autoridades en La Moneda era de 35 años -algo que difícilmente vaya a repetirse en los años por venir. Sus principales figuras, Siches, Vallejo y Jackson entre ellas, colmaban la escena gubernamental junto al joven Mandatario. Los “adultos” brillaban por su ausencia en el palacio presidencial. Esos meses marcaron a fuego a la nueva administración: el octubrismo, institucionalizado en el poder, esperaba consolidarse plenamente en el referéndum de septiembre para desde ahí refundar el país y cavar la tumba del neoliberalismo. El crecimiento económico y la seguridad ciudadana, admitidamente, no atraían la atención de las nuevas autoridades ni mucho menos figuraban en las prioridades políticas de la novel administración.
Ese momentum inicial, cuando el frenteamplismo gobernaba sin contrapeso, llegaría abruptamente a su fin con el mazazo electoral del 4 de septiembre de 2022. Como en ningún gobierno que lo antecedió desde 1990, sólo seis meses después de haber asumido el poder Boric se vio obligado a reconfigurar a fondo su inexperto gabinete. El frenteamplismo salió de las principales carteras, al tiempo que el Socialismo Democrático tomaba las riendas de un país estancado y, de pronto, alarmantemente inseguro. El camino comenzaba a mostrarse mucho más empinado y peligroso de lo que nadie había previsto. Se podría decir que en septiembre de 2022 se puso en marcha un segundo gobierno dentro del mandato del Presidente Boric, uno de un sello mucho más socialdemócrata de lo que auguraban sus adherentes, pero también la propia oposición.
El factor común de los dos periodos antes descritos ha sido el más inesperado de los ministros designados por Boric en su primer gabinete: Mario Marcel, que ocupa la cartera de Hacienda desde el primer día del mandato -y nada indica que lo vaya a dejar de hacer hasta su último día en marzo de 2026. Es difícil exagerar el rol crucial que ha desempeñado Marcel en todo este tiempo, desde que en los primeros meses fue capaz de disolver una costosa promesa de campaña -el perdonazo del CAE- hasta imponer su mano firme para contener el gasto fiscal, que todo gobierno de izquierda habría desbordado sin reservas desde la partida.
La mediocridad, en la que nos desenvolvemos ya desde hace un tiempo -el crecimiento da muestras apenas tímidas de superar el insuficiente 2% de su tendencia-, no es para vanagloriarse ni mucho menos. Pero otra cosa es la indisciplina y la ingobernabilidad económica que por momentos amenazó seriamente con echar raíces en Chile. Podría considerarse un logro menor en un país que por décadas creció a tasas elevadas, acumulando reservas y cumpliendo escrupulosamente la regla fiscal, pero lo cierto es que a la salida de la pandemia -y su secuela de retiros- era urgente restaurar la estabilidad perdida y en ello cabe reconocer el rol clave que ha jugado Marcel desde el inicio del gobierno.
Si se agrega a la ministra Tohá a la cabeza del ministerio del Interior, a Van Klaveren en Relaciones exteriores, a Elizalde en Segpres y a Jessica López en Obras Públicas, entre otros y otras, se constata que el promedio de edad ha subido significativamente y los “adultos en la sala”, militantes del Socialismo Democrático, ocupan un espacio central en el gabinete. Se impone así un sesgo socialdemócrata en un mandato de origen frenteamplista para hacer frente a las desafiantes tareas que quedan por delante en el curso de la segunda mitad del gobierno del Presidente Boric. Quién lo habría dicho.
Así es que la pregunta formulada recientemente por Joaquín García-Huidobro, “¿hay alguien en la oposición que pueda pensar que existe la más remota posibilidad de que en un gobierno liderado por el Frente Amplio y el Partido Comunista pueda haber un equipo más moderado que este o que pueda hacer mejor su tarea?”, tiene una respuesta inequívoca. Y quizás, como escribió Gonzalo Restini el último fin de semana, “capaz que el 2025 sea un buen año” y que al término de su cometido el ministro de Hacienda pueda gozar de “la satisfacción profunda y solitaria de las misiones cumplidas”. (El Líbero)
Claudio Hohmann