Editorial NP: Clases medias y libertad

Editorial NP: Clases medias y libertad

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Sociológicamente, “clase media” es un término que designa al segmento social que estaría ubicado inmediatamente por debajo de la “clase alta” -que es la que viviría de las rentas producidas por su capital- y por encima de la “clase obrera, trabajadora o baja”, es decir aquella que viviría solo de los esfuerzos y resultados de su trabajo.

Más allá de las imprecisiones de esta definición, pues, como vemos, su extensión deja fuera buena cantidad de casos que podrían entenderse como “clase media”, pero que ésta no incluye, el sentido común suele entenderla simplemente como la que abarca a quienes no son ni muy ricos, ni muy pobres, razón por la que, además, más del 70% de los chilenos se siente parte de ella.

En efecto, en la noción de “clase media” coexisten subcategorías que, también sin mucha rigurosidad, dividen su amplitud en al menos tres grandes áreas: “clase media alta”, “media-media” o “media baja”; o desde la perspectiva de las ciencias del mercadeo, los segmentos socioeconómicos C1-C2-C3 y D, cuya caracterización se basa en la posesión o no de diversidad de bienes y servicios que tienen unos y no otros.

El concepto de “clase media” tiene su origen en la separación social producida en el siglo XVIII, en medio de la revolución industrial y los avances del liberalismo en Inglaterra, fenómenos que suscitaron el ascenso económico y social de una vieja burguesía terrateniente y su creciente vinculación con la baja nobleza local, gracias a sus éxitos en la industria, profesiones liberales y comercio, y que logró integrarse a la institucionalidad política en el Parlamento y progresivamente hacerse de parte del poder económico, social y cultural del Reino Unido.

El fuerte desarrollo comercial inglés gracias a su industrialización redundó en un rápido crecimiento de este grupo social del cual surgieron fortunas que terminaron por acceder a la nobleza, aunque, sin por ello, abandonar sus actividades, una característica que, en otros países, como Francia o España, no se expresó en la medida que “ser noble” solía implicar al recién llegado dejar sus anteriores actividades.

Como consecuencia de su nuevo estatus esta nueva clase media británica desarrolló una cultura colectiva que elogiaba el esfuerzo personal, el trabajo y el mérito (del que era producto), así como la sobriedad puritana y conservadora de la que eran herederos merced a una temprana adopción del protestantismo. En el resto de Europa, en tanto, la clase media fue siendo paulatinamente poblada por personas de cierto nivel educativo (médicos, ingenieros, abogados) y que -siguiendo la antigua lógica cultural aristocrática- desarrollaban oficios no manuales.

La clase media del siglo XX tuvo su real explosión en Estados Unidos, también resultado de su industrialización, en particular, en líneas de nuevos bienes como el automóvil y artículos del hogar, producidos en masa con nuevas técnicas automatizadas. Estas no solo tendieron a mejorar las remuneraciones de los trabajadores que se integraron a estas industrias, sino que, al aumentar su poder adquisitivo, accedieron a los mismos productos y ampliaron el mercado de esas fábricas.

Hacia mediados del siglo XIX, cuando Marx escribía “El Capital”, la clase media era aún un grupo reducido, aunque hacia finales del mismo siglo, cuando Weber escribe su obra, ya es el principal grupo económico de la Europa desarrollada. Como se sabe, de acuerdo con éste, en la sociedad estratificada en sus dimensiones económica, política y social, la posición de clase “objetiva” de cada cual, no se corresponde necesariamente con las identificaciones subjetivas de los individuos.

Así, por ejemplo, en lo económico, la clase media normalmente no dispondría de suficiente capital como para vivir del interés que aquel produce, sino que debe implicarse en su gestión como comerciante o industrial en pequeña escala. En lo político, en tanto, Weber apunta al poder concentrado en la capacidad de legislar y el monopolio legítimo de la violencia del Estado, mientras que, en lo social, el origen del poder estaría en el prestigio que otorgan las instituciones o títulos honoríficos concedidos legalmente o en su ejercicio en la interacción social. De allí que, profesiones como la política, judicatura, clero, militar, medicina o ingeniería, se consideren, habitualmente, como partes de la amplia clase media.

Los poderes económico, político y social que van adquiriendo paulatinamente estas clases medias, las dos guerras mundiales del siglo pasado con sus extensos efectos geopolíticos, económicos, políticos y sociales, dieron paso a posturas económicas en las que el Estado -a su vez cada vez más poblado por personas de tal extracción- adquiere mayor preponderancia en casi todos los ámbitos, llegando así a la instalación de gobiernos social-dirigistas que buscan superar las desigualdades socioeconómicas producida por el capitalismo liberal del siglo XIX y XX, usando la fuerza coercitiva del Estado y, como reacción, a la conformación del Estado de Bienestar, orientado a las capas medias y que pasaron a dominar el panorama político global hasta comienzos del presente siglo.

Pero los avances científico-tecnológicos nacidos de la II Guerra Mundial, el fracaso económico y político de las economías social-dirigistas, la reacción libertaria de los pueblos que vivieron esa experiencia, las dificultades financieras de los Estados de Bienestar y la posterior revolución digital de fines del siglo XX con su impacto cultural en los hijos de esas tecnologías, impulsaron desde los 80 en adelante décadas de oro para el capitalismo industrial y financiero, así como para las libertades ciudadanas y los derechos humanos, hechos que tuvieron su apogeo en la crisis del 2008.

Así como entre los 80-90 se puso en duda la eficiencia y viabilidad de las estructuras económico políticas de los Estados socialistas y de Bienestar, suscitando una reacción liberal que buscó devolver a las personas las facultades de desarrollar las actividades que pudieran ofrecer, privatizando la gestión de amplias áreas de la producción y los servicios, la crisis de 2008 impulsó una nueva ola de social proteccionismo que nuevamente puso en duda las libertades económicas conseguidas y aplicadas por diversos gobiernos en dicho lapso.

Las amplias capas medias que el propio capitalismo liberal triunfador había generado, tuvieron en este proceso una enorme relevancia política, en la medida que, buena parte de ella, habiendo salido recientemente de la pobreza, veian su esfuerzo de años en peligro, al tiempo que, merced a la mayor transparencia que las nuevas tecnologías de la información proveían, integrantes de las elites, enfrentados a la crisis, fueron evidenciados públicamente en su peor cara de colusión, monopolio y corrupción, trizando gravemente el modelo cultural meritocrático que sostenía la confianza en el esfuerzo y trabajo de estas nuevas capas medias.

Según la teoría marxista, las clases no se definen por su posición en escalas de poder, prestigio o riqueza, sino por su función estructural en las relaciones de producción y aquellas, en el capitalismo, no serían sino dos: la de los obreros o proletarios que solo poseen su fuerza de trabajo y la burguesía, que es dueña de los medios de producción para los cuales el obrero trabaja y desde quienes el burgués extrae la plusvalía que lo enriquece, mientras empobrece al trabajador.

La clase media sería para aquel, un residuo de sectores provenientes sistemas sociales anteriores como, por ejemplo, dueños de medios de producción cuya fortuna no alcanza para contratar obreros, pero con trabajo no alienado, dado que disfrutan del producto de su propio esfuerzo. Estos serían, según Marx, los “pequeñoburgueses”, cuya relación subjetiva con el trabajo es ambivalente, pues, de una parte, defienden la propiedad privada de los medios de producción, pero, de otra, se oponen a las políticas de la gran burguesía, partidaria de una liberalización irrestricta, pues son conscientes de su incapacidad de competir con ella.

Tal ambigüedad, que se expresaría en fuertes contradicciones internas, sería la que reduce su papel como actor político, pues, por un lado, defienden la propiedad privada de los medios de producción y de otro, abogan por un mayor control social que limita el desarrollo del capitalismo salvaje y sus expresiones de mayor calado. Según Marx, esta pequeña burguesía tendería a desaparecer, siendo absorbidos unos por la gran burguesía, según el capital se va concentrando, mientras la mayoría se proletarizaría.

Como puede observarse, a la luz de los acontecimientos conocidos, se trata de percepciones que no pudieron dar cuenta de la complejidad de aquella infinita imaginación y potencialidad de la especie humana ni de sus avances en materias productivas, científicas y tecnológicas. Tampoco de las múltiples formas de organización a las que aquellas permiten dar forma, dejando tales propuestas a la vera del camino, pues lejos de desaparecer, las clases medias han seguido creciendo en cantidad y calidad en todo el orbe. De allí que, al hablar de capas medias, si bien hay cierta discrecionalidad en su interpretación, el sentido común permite la transmisión de un relato político cuya significación es clara para la mayoría de las personas que, objetiva o subjetivamente, se sienten parte de ellas.

Privilegiar los intereses y propósitos de las clases medias, se trata, en definitiva, de un constructo ideológico que resume principios, valores, actuaciones y decisiones fundadas en sus propios orígenes como concepto, es decir, en una valoración del trabajo personal, del esfuerzo y el mérito individual, de la autocontención, la templanza y decencia en sus relaciones, de una práctica de la honradez, la rectitud y respeto por los acuerdos adoptados; de la consistencia y coherencia ética en el decir y el hacer, así como de la noble y consciente sumisión a las normas que rigen los espacios sociales en los que se convive con otros; del optimismo emprendedor y creativo a pesar de la consciente competencia a lo David y Goliath, sin el cual las nuevas fortunas nacidas de la revolución industrial no existirían; de la persistencia en el logro de los propios sueños, y en fin, de la tolerancia con la diversidad a la que la libertad que las clases medias privilegian, abre paso.

Las capas medias son conscientes que el capitalismo es hoy uno de carácter mundial, estructurado por una extensa gama de megacorporaciones multinacionales con cabezas múltiples y muchas veces incógnitas, cuya propiedad accionaria es extensa y reúne recursos de capitalistas y ahorros de trabajadores, de proletarios y burgueses, de prestigiosos y poderosos, de ricos y más pobres, de famosos e ignorados, mientras su sistema financiero reubica a cada segundo los capitales de los propios multimillonarios, así como los ahorros de cientos de millones de obreros, pequeños agricultores, artesanos, profesionales, industriales, comerciantes y artistas -capas medias cada vez más amplias- para obtener las rentas e intereses que esas grandes industrias generan con sus producciones de bienes y servicios destinados a miles de millones de personas en todo el orbe y que, de esa forma, incrementan el valor de los ahorros de esos aportantes.

Las capas medias entienden que el capitalismo trata del libre flujo de capitales que, si bien, en su estructura financiera eclosionó en 2008, ha buscado su reorganización con cambios de propiedad, fusiones, ventas y cierres y que, a nivel de las industrias nacionales, es un proceso que se repite permanentemente y exige de un persistente esfuerzo de ingenio, laboriosidad, competitividad y productividad que les permita sobrevivir a la oferta de sus pares de otros países. En esta dinámica, muchos han caído, aunque otros prevalecen. En este marco, el constructo de las capas medias supone que quienes tropiezan, tendrán los instrumentos para volver a intentarlo, pues entienden que hay en ellos ahora más experiencia y sabiduría que augura más éxito en su nuevo esfuerzo.

Las capas medias, social y políticamente, no aspiran sino a un Estado que cumpla con el propósito central de su presencia, es decir, que, dado el monopolio que se le otorga en el uso de la fuerza, entregue la seguridad y tranquilidad que sus ciudadanos requieren para el desarrollo de los proyectos personales de cada quien y que, en caso de los conflictos que naturalmente emergen en las sociedades libres, las leyes que los protegen sean justa y ponderadamente aplicadas.

Las capas medias no quieren dádivas, sino oportunidades; no buscan privilegios, sino igualdad ante las normas; no desea más interferencias en sus vidas que aquellas a las que obliga el contrato social que le permite coexistir pacíficamente con otros y construir sus propias vidas sin injerencias en sus credos, visiones de mundo, sueños y deseos.

Las actuales capas medias de Chile y el orbe han experimentado, como ninguna otra de generaciones anteriores, los excesos del libertinaje de los poderes nacidos del dinero, que impone su voluntad en la economía, sin respetar leyes, ni tratos; y/o de la coopción de los Estados, la mala política y fuerza bruta aplicada por aquellos, por sobre la norma y los derechos de las personas. Por eso, el relato de las clases medias, de aquellos que no son ni tan ricos -que busquen una hiper liberalización del hacer porque pueden- ni tan pobres, que no pueden hacer nada pero que inducen a “justicieros” a la violencia política, no es solo un discurso que responde a los intereses, valores y principios de aquellas, sino también uno de esperanzas que un mundo libre -y por tanto debidamente regulado, pues la inexistencia de normas no es sino libertinaje- justo, meritocrático, honrado, tolerante y mejor para todos, es posible. (NP)

 

 

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