Las reformas de pensiones y al sistema político que, con distintos grados de avance, se están discutiendo en el Senado, son distintas en esencia. Sin embargo, ambas están íntimamente unidas por el contexto en que se están discutiendo. Una ha formado parte de las prioridades ciudadanas por años, la otra se inscribe en la categoría de “temas de elite”, lo que no la hace menos relevante (por favor, basta de evaluar el nivel de conexión de los políticos con la realidad según su supuesta coincidencia con los temas de mayor preocupación pública; la mitad de lo que debe preocupar a un político responsable es invisible para la mayoría de los ciudadanos). Las pensiones tienen un impacto directo en las personas, mientras el sistema político es una especie de mano invisible de la vida en sociedad. En el horizonte de encontrar acuerdos, el primer asunto requiere sacrificios fundamentalmente ideológicos, imaginar caminos en que la solidaridad y el mérito puedan caminar sin empujarse. En el segundo, las ideas tienen menos voz que los intereses. El contexto que une a ambos proyectos es la ola moderadora iniciada con el subrendimiento de los extremos en las elecciones regionales y municipales de 2024 que, como toda conducta inspirada en la prudencia, es tan frágil como la voluntad de sus protagonistas.
Después de noviembre, los partidos de Chile Vamos y la ex Concertación parecen haberse recuperado, finalmente, del inédito golpe recibido en la primera vuelta presidencial de 2021, cuando sus candidatos resultaron en el cuarto y quinto lugar. Particularmente en el Senado, han transformado el diálogo en una sutil revancha, pero también en una estrategia para diferenciarse de sus vecinos en los polos. En este proceso, las reformas de pensiones y sistema político se han constituido en los símbolos de la ola moderadora iniciada en estos bloques. Ambas son necesarias para aspirar a grados razonables de gobernabilidad social y política, produciendo resultados que aumenten el bienestar de las personas y mejoren la capacidad del sistema en cuanto procesador de conflicto, que es su principal función.
Pero la coincidencia de ambas iniciativas tiene un efecto. El curso que siga la reforma de pensiones, inevitablemente, hará más patente la necesidad de ajustar nuestro sistema político. Ya hemos visto, y seguiremos viendo, cómo parlamentarios de distintos sectores declaran y votan contra la posición de sus partidos. Seremos testigos también de parlamentarios independientes o pertenecientes a pequeños partidos que, por convicción o interés, podrían ser decisivos en el resultado de este proyecto, evidenciando el problema que significa la fragmentación, incluso si se alcanza un acuerdo. La agenda legislativa está ofreciendo una buena oportunidad para que, a través de una iniciativa que genera tanta expectativa como la de pensiones, quienes promueven un sistema político más gobernable puedan dotar a esa reforma de un interés ciudadano del que hoy carece.
Por Rafael Sousa,