Carmel, Eden, Hersh, Almog, Ori y Alexander (todos de entre 23 y 39 años) fueron secuestrados el 7 de octubre, masacre que dejó 1.200 muertos y 251 secuestrados.
Durante 11 meses estuvieron cautivos en condiciones subhumanas bajo tierra. Todo ese tiempo sus familias los esperaron clamando por su liberación.
Seis jóvenes fueron ejecutados, utilizados como peones en una estrategia perversa. Los terroristas de Hamas, al enterarse de que los secuestrados estaban ad portas de ser rescatados, les dispararon a quemarropa y huyeron exponiendo su verdadero rostro y mostrando lo que muchos se niegan a ver: quien asesina a sus rehenes no quiere un acuerdo. Desgarra pensar que estaban vivos, aferrándose con uñas y dientes a la esperanza de ver a sus familias, solo para morir a tan solo 48 horas de ser rescatados.
La crueldad de Hamas no se detuvo ahí. En un acto de sadismo, publicaron un video en Telegram, obligando a estos jóvenes a transmitir su “último mensaje”. Este macabro espectáculo fue seguido por una amenaza de difundir más contenido similar, utilizando los cuerpos y las voces de estas y otras víctimas.
Esta organización terrorista se regocija con el sufrimiento humano, tanto de los israelíes como del propio pueblo palestino. Ambos sirven para su estrategia y cada muerte es para ellos un triunfo.
Intentar justificar sus acciones bajo la lucha por una causa es ignorar la realidad de aquello a lo que se enfrenta Israel y el mundo entero con el extremismo islamista.
No podemos permitir que la narrativa del terror prevalezca. Como sociedad, debemos unirnos y asegurarnos de que el sacrificio de estos jóvenes no sea en vano. Que esta tragedia nos inspire a luchar por los valores que rigen el mundo libre y democrático.
Ariela Agosin
Presidenta de la Comunidad Judía de Chile