El “18” y el proceso constituyente

El “18” y el proceso constituyente

Compartir

Las Fiestas Patrias, como todo aniversario, es ocasión no solo de celebraciones y ritos —esta vez habrá que hacer de tripas corazón—, sino también un momento para reconocer los cimientos que mantienen erguido el edificio, recorrer su historia y proyectarlo.

Hacer el ejercicio no está fácil esta vez. La identidad y el proyecto que dominó a partir del 90, comenzaron a hacer crisis hace ya unos 10 años y terminaron por mostrar profundas grietas en octubre pasado. Diagnosticar esa crisis es probablemente la tarea política más crucial y urgente del momento. Algunos intelectuales, como Garretón, Peña, Brunner, Mansuy y otros, han hecho contribuciones significativas. Sin embargo, sus tesis aún no se transforman en ideas fuerza del discurso y liderazgo político.

Entre la mera gestión de políticas públicas, instalada en La Moneda, la reyerta menor y justiciera que reina en la Cámara y la falta de un debate más denso al interior de los partidos, la política ordinaria parece ir quedando en silencio para conducir una salida y ha terminado por instalar en la población un discurso agresivo contra todas las fuerzas e instituciones políticas.

Eso torna probable el surgimiento de populismos, esa forma maniquea de explicar la sociedad como una contraposición entre una élite corrupta y un pueblo puro y virtuoso. El discurso populista ofrece consignas simplistas para solucionar problemas complejos. En la medida que esas respuestas ganen terreno, los problemas no harán más que profundizarse. Ese es, me parece, el peligro mayor que se cierne hoy sobre nuestra alicaída política y sobre nuestro futuro colectivo.

La solución de la Convención Constituyente apareció como la respuesta de las fuerzas políticas frente a la crisis y el riesgo en que nos encontramos. Conversar acerca de lo que podamos esperar del proceso y de una nueva Constitución resulta fundamental, incluso antes que el debate por los contenidos y las intrincadas minucias constitucionales.

La crisis chilena es política antes que constitucional. Si comprender y diagnosticar con lucidez y sentido de futuro es el desafío mayor de la actividad política, un cierto diagnóstico de la crisis resulta también fundamental para dar con fórmulas constitucionales acertadas. Ojalá la Convención Constituyente y el país entero pudieran partir por hacer algo de ese ejercicio, para no transformarse, antes de tiempo, en la confrontación de fórmulas y modelos de respuesta frente a desafíos que no se explicitan.

Desde luego, la Convención tendrá que situarse en algún lugar entre dos grandes concepciones constitucionales. La primera, que concibe la Constitución primordialmente como un conjunto de reglas neutrales que organizan y regulan la competencia por el poder, sin tomar partido por ningún modelo de vida en común que sea compatible con los principios democráticos, y otra que asume que la sociedad comparte un ideario de vida en común, que se encuentra suficientemente asentado como para imponerlo por largas décadas al debate político. La discusión política consiguiente quedaría, en este segundo caso, obligada a atenerse a sus márgenes, sin cuestionarlos o revisarlos en las elecciones sucesivas.

Pero porque la crisis actual es política y su desenlace más riesgoso es el populismo, la fórmula de la Convención es acertada en un sentido previo y más elemental. La constituyente representa el ejercicio de volver a las urnas para constituir un cuerpo representativo que queda obligado a deliberar problemas complejos, negociar, comprometer y finalmente ofrecer una forma constitucional para encausar los debates políticos que vengan. No se conoce otro antídoto contra el populismo que el ejercicio de esas prácticas de la deliberación democrática. Es probable que el proceso constituyente no logre reconstruir un proyecto político de país, la idea de una nueva comunidad nacional. Tal vez no debamos pedirle aquello. Incluso, cabe dudar que sea bueno que la Convención aspire a ese pacto, más social y político que constitucional, en un momento de crisis en que los diagnósticos no terminan de estar claros, ni aparecen idearios políticos establemente dominantes.

En lo que sí cabe esperanzarse es en que la constituyente conduzca un ejercicio cívico que revalorice la idea de representación política, deliberación democrática y práctica de acuerdos. Aunque nada lo garantiza, ese podría ser el más modesto y decisivo de sus aportes. (El Mercurio)

Jorge Correa Sutil

Dejar una respuesta