El 5 por ciento tiene mala imagen. Su presentación en sociedad es la de un paria. Pero, paradojalmente, es el número determinante de tantas cosas en Chile.
Número determinante: así llamaba Hillaire Belloc a esa cantidad variable, a ese pequeño porcentaje que produce efectos decisivos en una sociedad.
Cinco por ciento va a terminar siendo el porcentaje máximo de participantes en los cabildos sobre el total de los electores que sufragaron por Michelle Bachelet. Igual van a ser utilizados como la voz del pueblo.
Cinco a ocho por ciento de los mapuches -según diversas encuestas- estiman que la fuerza se justifica siempre para reclamar tierras. Pero La Araucanía vive asolada por un 5 por ciento de ese 5 por ciento, el grupo que ha tomado las armas y el fuego como instrumentos políticos.
Cinco por ciento de los estudiantes de un campus universitario adoptan las decisiones en asambleas supuestamente participativas; y el 5 por ciento de los reunidos se toman finalmente una escuela; y es difícil que haya más de 20 a 30 sujetos haciendo turnos para custodiar una sede en la que estudian 8 mil alumnos. Cuando los desalojan, se hace evidente, como máximo, ese 5 por ciento del 5 por ciento.
Y en las manifestaciones, quinientos tipos organizan y ejecutan acciones de saqueo, de lanzamiento de piedras y molotovs, de corridas contra carabineros; es un 5 por ciento del total, un pequeño porcentaje de sujetos encapuchados que se descuelgan de los 10 mil que marchan e impiden así todo resultado racional.
Con un poco menos del 5 por ciento de los votos, el Partido Comunista tiene el 5 por ciento de los diputados en la cámara; y con ese porcentaje tiene hoy el 9 por ciento de los ministros y el 50 por ciento de la influencia.
En torno al 5 por ciento fijan las minorías sociales más significativas el guarismo de sus adherentes; mucho más no les conviene: dejarían de ser minorías; y un porcentaje menor no lo reconocerán jamás: serían insignificantes. Solo la CUT se empina un poquito sobre el 5: representa a un grupo en torno al 8 por ciento de la fuerza laboral del país.
Apenas alrededor del 5 por ciento de los ciudadanos milita en partidos políticos, pero el noventa y cinco por ciento restante encuentra grandes dificultades para levantar candidaturas y elegir representantes. ¿Y usted les cree a los partidarios de la asamblea constituyente cuando dicen que el 10% de los sufragios de la última presidencial fueron marcados AC? Yo les creo la mitad…
¿Y sabe usted qué porcentaje de chilenos compra un libro al menos una vez al mes? ¿Y qué porcentaje es socio de una biblioteca? Obvio, en ambos casos, un poco más del 5 por ciento. Y esos lectores habituales son evidentemente los que desarrollan su lenguaje, difunden con propiedad sus ideas, enseñan en muy variadas instancias. El resto se está acostumbrando a hacer fotosíntesis o a vivir de pantallazos.
Como se ve, el dichoso porcentaje es una interesante medida de eficacia en muy variadas dimensiones de la vida pública (y ya quisiera Chile tener un gobierno que creara las condiciones para poder crecer anualmente a esa tasa).
El sistema proporcional va a traer problemas aún más serios para la democracia chilena que los que padece hoy. Pero en la primera elección parlamentaria en la que se aplique, la del 2017, al menos permitirá apreciar qué grupos y partidos lograrán el codiciado porcentaje. En paralelo, esa instancia les dará la posibilidad también a muy variados candidatos presidenciales de demostrar en primera vuelta que con un 5% se tiene un número determinante. (El Mercurio)