El abono de los corruptos

El abono de los corruptos

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El problema de la corrupción que afecta a Chile por estos días ciertamente no es nada nuevo. Es verdad que el caso puntual que se discute se explica por la indecencia descarada de quienes nos gobiernan, pero si examinamos el problema en mayor profundidad, veremos que generalmente el origen de la corrupción se encuentra en Estados opacos y sobredimensionados, que inevitablemente terminan capturados por grupos de interés político, sindicales y otros. Dicho de otro modo, no es posible tener Estados grandes sin corrupción y en cualquier cultura un Estado más grande tiende a ser más corrupto que uno más pequeño. Baste considerar que la corrupción fue peor en los países comunistas y en la Alemania nazi, donde los Estados —es decir, el poder de los gobernantes— no tenía límites. Los profesores Randall Holcombe y Andrea Castillo han explicado, por ejemplo, que en China, luego de la revolución comunista, se colectivizó la tierra en “comunas populares” que tenían tres niveles: grupos de producción local de cerca de 25 hogares, brigadas de producción de alrededor de 200 hogares y comunas completas de 2.600 hogares. El poder supremo sobre toda la estructura la tenía un líder comunal que vigilaba absolutamente todos los aspectos de la vida diaria. Estos líderes se enriquecían a costas de la comunidad utilizando ese poder para fijar precios, asignar subvenciones y cupones de racionamiento, que muchas veces robaban o remataban al mejor postor. Las comunas, arruinadas por la colectivización y saqueadas por sus líderes, representaban en China el máximo del ideal comunista hasta que Deng Xiaoping comenzó a liberalizar el sistema en 1978. Con las reformas promercado, las comunas pudieron asignar derechos de propiedad restableciendo la relación entre ingreso y desempeño personal que antes había sido destruida por la colectivización. Como resultado, la producción explotó y la corrupción disminuyó radicalmente. Holcombe y Castillo dicen que “las reformas —liberales— drásticamente disminuyeron la habilidad de los líderes y afiliados al partido de enriquecerse a costa de sus representados” debido a que los retornos sobre la actividad privada eran mayores que aquellos obtenidos mediante la corrupción de los oficiales del gobierno.

La Alemania nazi y la Italia fascista fueron también otros casos de corrupción desatada producto del control total que ejercía el Estado sobre la economía. Cuando los nazis llegaron al poder, fijaron precios, prohibieron actividades económicas, establecieron cuotas, licencias y diversas regulaciones, llegando a controlar toda la economía. Holcombe y Castillo explican que “el mayor rol del Estado en la economía creó incentivos para que los empresarios y los intereses especiales cultivaran relaciones con los miembros más poderosos del partido, quienes podían doblar o reescribir las reglas en beneficio de dichos grupos. El favoritismo económico y político en el Tercer Reich fue institucionalizado a través de legislación directa e informal. Como resultado, la corrupción fue ampliamente prevaleciente en la Alemania fascista”. Fue solo después de la guerra, con la liberalización llevada a cabo en la Alemania occidental, que la corrupción del sistema estatista de los nazis disminuyó, permitiendo a las empresas reenfocarse en satisfacer las necesidades de los consumidores en lugar de seducir a políticos con influencia.

Pocos han sido más claros en exponer la esencia de este problema que el profesor de la Universidad de Chicago Luigi Zingales. Analizando cómo la expansión del Estado ha ido corrompiendo el sistema político y económico en Estados Unidos, Zingales sostiene que “cuando el gobierno es pequeño y relativamente débil, la forma más eficiente de ganar dinero es comenzar un negocio exitoso en el sector privado. Pero mientras más se amplía la esfera de gasto del gobierno, más fácil es ganar dinero desviando recursos públicos”. Un sistema de amplia libertad económica es por lo mismo menos proclive a la corrupción, mientras uno intervencionista la fomenta.

Es evidente que utilizando la excusa igualitarista y la idea de justicia social los populistas latinoamericanos han destrozado la libertad económica llevando a que se destape la corrupción. Un representativo editorial de The Economist de hace unos años dedicada a los Kirchner, bajo el título “Socialismo para los enemigos, capitalismo para los amigos”, explicaba cómo en Argentina Néstor y Cristina Kirchner se habían visto involucrados en escándalos otorgando todo tipo de beneficios y privilegios a sus amigos permitiéndoles hacerse ricos a expensas de los argentinos. La revista británica concluía señalando que “los Kirchner han dejado su país con instituciones más débiles, una economía en la que el Estado juega un papel mucho más importante y en el que los contactos políticos a menudo hacen la diferencia entre el éxito y el fracaso”. Argentina ciertamente es un caso extremo, pero de igual modo nadie podría discutir que si se liberalizara su economía reduciendo el tamaño del Estado, la corrupción disminuiría sustancialmente.

Chile, que lo único que ha hecho en las últimas décadas es aumentar el tamaño del Estado, es decir, la influencia de la clase política sobre los recursos y las vidas de las personas, debería tomar nota. De lo contrario seguiremos abonando el terreno para los corruptos y terminaremos como nuestros vecinos, cuya corrupción es similar a la que existía en nuestro país antes de las reformas liberales de los Chicago Boys. (El Mercurio)

Axel Kaiser