El acertijo de los tres Maduro-Tomás Manuel Fábrega

El acertijo de los tres Maduro-Tomás Manuel Fábrega

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Maduro vuelve a escabullirse de nuestra atención. Durante un par de meses nos atrapa, pero luego olvidamos que existe Venezuela. Es un ciclo que se repite desde 2016, cuando comenzó a socavar el poder del Parlamento, y que se consolidó en 2017 al intentar cerrarlo. Desde entonces, lleva casi una década dejando claro al mundo su vocación autoritaria

La primera vez que supe de Maduro fue en 2008, en el Mercado Central de Santiago de Chile. En el restaurante “Donde Augusto” había fotos de Don Augusto con Nicolás Maduro Moros, entonces canciller de Venezuela.

En esa ocasión, almorzamos con mis primos venezolanos, quienes entre bromas insistieron en que esas imágenes debían desaparecer. Recuerdo esta anécdota porque refleja que, mucho antes de ser presidente, Maduro ya era carismático. Sin embargo, subestimar su capacidad ha sido uno de los principales errores al analizar su régimen.

Volvamos al presente. Resulta imposible guardar silencio ante el fraude electoral más descomunal de la historia reciente de América Latina. Aunque en el pasado diversos líderes han denunciado irregularidades, nunca se había visto un caso donde no se presentara ningún dato. El Consejo Nacional Electoral venezolano no entregó las actas de cada mesa, ni siquiera datos básicos como el orden de las candidaturas o los resultados regionales. Anunciaron un hecho histórico, pero sin detalles ni respaldo.

Entender a Maduro es complicado por la falta de análisis centrado en él, de hecho hay pocos libros sobre su figura, entre los que destaca De verde a Maduro de Roger Santodomingo, publicado apenas asumió el poder en 2013. A menudo se le compara con Chávez o con otros líderes de izquierda, pero es un personaje opaco y contradictorio. Nadie sabe dónde vive; incluso ha llegado a afirmar que habita en un departamento de la Gran Misión Vivienda.

Gabriel García Márquez en 1999 describió dos Chávez: uno con potencial para salvar a su país y otro, un ilusionista destinado al despotismo. Maduro, en cambio, es un civil que necesita ganarse la lealtad militar, con menos carisma y más represión para consolidar el orden, y es menos predecible que su antecesor.

Esta versatilidad le permite proyectar tres facetas según el contexto: El “Maduro militar”, con uniforme y discurso de fuerza, el “Maduro psuvista” (del Partido Socialista Unido de Venezuela), fervoroso y rodeado de figuras como Diosdado Cabello, y el “Maduro civil” (o diplomático), más moderado, capaz de dialogar con medios internacionales conservadores.

Estas máscaras no solo se alternan, sino que pueden convivir en un mismo día, mostrando a un político consciente de sus públicos. José Natanson, en su Venezuela: Ensayo sobre la descomposición, define el régimen liderado por Maduro como un autoritarismo caótico, que improvisa como el jazz, y que al  mismo tiempo funciona sin una hoja de ruta, trazando un camino largo, tortuoso y desordenado.

El “Maduro militar/autoritario” surge en coyunturas difíciles, como en 2014 con “la salida” de Leopoldo López o cuando el diputado Juan Guaidó intentó construir un poder paralelo. Este es el Maduro más represivo, alejado incluso del chavismo original.

El “Maduro psuvista/ideológico” recuerda su pasado izquierdista: su militancia en el maoísmo de los 80 y su liderazgo sindical en los 90. Habla el lenguaje del marxismo, generando cierta familiaridad para quienes comparten esa formación. Este perfil comparte con el autoritario el hábito de descalificar adversarios, como lo hizo en 2012 antes de ser presidente, cuando llamó “sifrinitos” y “mariconsotes” a los miembros de la oposición.

Finalmente, el “Maduro diplomático” busca reconocimiento internacional y atraer inversión extranjera. Es el Maduro que trató con deferencia a Edmundo González tras su partida a España, contrastando con su habitual tono agresivo.

En enero, los poderes del Estado deben oficializar otro período de Maduro. Una vez más veremos a estos tres rostros en acción, alternando roles con calculada precisión. En la era digital, y a 35 años del regreso de la democracia en gran parte de América Latina, es alarmante que un presidente autoritario aspire a perpetuarse como dictador tras una elección completamente viciada.

Las características tan extravagantes de este fraude no las soportará nadie. En un país ya fracturado, esta crisis podría alimentar una nueva emigración masiva, con un impacto que abarcará toda América Latina. Las consecuencias de la perpetuación del madurismo no se limitan a Venezuela; son una advertencia para la región. (El Mostrador)

Tomás Manuel Fábrega