La gente toma lugares, casi por instinto, con determinados propósitos no siempre evaluando con grandes disquisiciones filosóficas ni históricas. A veces, lo que motiva es una simple necesidad.
En Valparaíso, por ejemplo, existe el famoso “callejón de los meaos” donde la gente en la noche después de las fiestas pasaba o, pasa aun, a orinar tras largas horas de cerveza.
Con la plaza Italia sucedió lo mismo. Ganaba el Colo Colo, lo que hace rato que no ocurre, y para allá partían los hinchas albos. Ganaba la U y allá se juntaban los azules. Ganaba y digo “ganaba” la selección y para allá partían muchos con camisetas de «la roja».
También, se ha usado para celebrar elecciones presidenciales.
Lo mismo ocurre en otras partes del mundo, como es el caso de la villa de Madrid, en que la plaza Cibeles reúne a los hinchas del Real Madrid y Neptuno, unas cuadras más abajo, a los rojiblancos del Atlético Madrid. Al fin y al cabo, las plazas son para reunirse.
Así fue que paulatinamente la plaza Italia se fue convirtiendo en un lugar de reunión y manifestaciones más allá de su gloriosa estatua. Incluso, alguna vez se reunieron allí después de un fuerte temblor.
Derrida, el filósofo posestructuralista francés, hace una alusión deconstructivista a las estatuas, cuando inventa la palabra “monumanque” ensamblando en una sola la palabra en francés “monument” con “manque” que significa «faltar» en lengua gala. A partir esta palabra, creada por él, reflexiona sobre el significado de las estatuas y su relación con lo que falta en una sociedad. Sin embargo, este análisis no vendría al caso puesto que el punto no es la estatua, es la plaza, ya que lo que observamos no es un repudio al invicto general al que, pese al vandalismo de algunos, no se le ha destruido como una forma de “resignificación” propia de la posmodernidad.
El problema central de los destrozos como forma de manifestación es multicausal.
Una causa es cultural, porque no tenemos internalizado y como hábito respetar y cuidar la ciudad, considerándola como algo que es nuestro. Se cree que es de “otros” y ese “otro” es la autoridad y el Estado. No se dan cuenta de que todo el daño se reconstruye finalmente con los recursos de todos nosotros. El “callejón de los meaos” es una muestra palpable de esta conducta anómala, donde no hay clases sociales ante la presión urinaria y que, siendo típico del puerto principal, se replica en muchas partes de Chile.
A lo anterior, se añade una carencia de cultura general, por culpa de una educación mediocre que no sabe dónde debería estar el eje y que muchas veces se aboca más a la coyuntura que a las grandes ideas.
Otra causa es la perdida progresiva de modales, buena educación y respeto por el resto como una debilidad producto, primeramente, de una familia destruida por diversas razones.
La tercera causa es la frustración y rencor que sienten algunos porque observan que no han podido acceder a los beneficios que ven en otros; esto concurre a una natural colisión entre aspiraciones versus expectativas reales.
Podríamos desprender muchas causas más, pero el propósito de este articulo es la estatua del respetado general. Estas manifestaciones son un fenómeno real que requieren ser entendidas primero, para posteriormente buscar soluciones de distintos órdenes, incluyendo la autoridad que es fundamental para recuperar el orden público.
Sin embargo, la estatua es valiosa y hay que cautelarla. Deberían reinstalarla en la explanada del edificio Bicentenario, que es la sede del Ejército. Por su parte, en la plaza Italia debería mantenerse una rotonda sin absolutamente nada, ya que con o sin estatua ya ha sido elegida como un lugar de reunión.
El general Baquedano, vencedor de muchas batallas, sigue enhiesto y montado en su caballo “Diamante” como un observador digno del Chile de hoy.
Como epilogo, debemos tener presente que los héroes ya están en la historia y siguen siendo héroes más allá de sus propias estatuas. (Red NP)
Jaime García Covarrubias



