¿Cuál es el Chile que, quienes se describen como adherentes a las ideas de derechas, quieren para el 2025?
Podría asegurar que hay al menos nueve claves -sin ser exhaustivo- en las que la mayoría de aquellas personas estarían de acuerdo.
En efecto, quienes se autodefinen como de derechas, o independientes afines al sector, -incluidas aquí aquellas cuyo énfasis ideológico las hacen sentirse nacionalistas, conservadores, socialcristianos, demócratas o liberales en sus diversos matices y cruces- probablemente coinciden en que el Chile de 2025 debiera ser:
1.- Un país regido políticamente por un Estado de Derecho democrático, abierto y respetuoso de los derechos fundamentales de las personas, con una clara división de sus poderes político-institucionales de mayorías; y fuerte autonomía de sus orgánicas técnicas y/o contra mayoritarias.
2.- Un país que, en lo social, practica una política tributaria equilibrada entre las necesidades del Estado de financiar las tareas que le son propias, y las de una ciudadanía que, para materializar sus particulares sueños, requiere sostener y acrecentar su patrimonio, sin temor a exacciones desproporcionadas de la autoridad que se lo impidan.
3.- Un país con un Estado cultor de la igualdad de oportunidades, impulsada por una justicia redistributiva subsidiaria, que amplia cada vez más los espacios de gestión e innovación de las personas, sin reemplazarlas; y solidaria con los menos afortunados en su propia lucha por la materialización de sus proyectos.
4.- Un país que practica las más amplias libertades políticas, religiosas, culturales, sociales y económicas, tolerante, diverso, plural y cívico, sin más límites que los que señale un acuerdo social constitucional respetuoso de las minorías circunstanciales y con la sola limitación de que esas libertades no estén reñidas con las normas y leyes vigentes, donde esté permitido todo aquello que no está expresamente prohibido.
5.- Un país disciplinado, ordenado, pujante, trabajador, que, considerando su amplia práctica de libertades sociales, políticas y económicas, asegure un derecho de propiedad privada protegido de las eventuales discrecionalidades de los poderes públicos, así como el progreso equitativo en cada región y zona del país, cada vez más descentralizado en sus decisiones, pero unido en torno a los valores históricos y tradicionales de una república libre y próspera para todos.
6.- Un país que, dada su vocación por la igualdad de oportunidades, suple socialmente las falencias individuales -derivadas de la práctica de la libertad- asegurando, al menos, los derechos a la educación, salud y previsión de los ciudadanos que lo necesiten, mediante una redistribución política eficiente, racional y focalizada de los impuestos recaudados por el Estado, que es el encargado de materializar la solidaridad social, no obstante las acciones ciudadanas individuales o grupales organizadas voluntariamente con idéntico propósito.
7.-Un país que, siendo miembro activo de la comunidad internacional y defensor explícito de la solución pacífica de las controversias entre naciones, protege con firmeza la integridad de su territorio y su seguridad nacional, así como sus riquezas medio y bio ambientales que le aseguran su continuidad y viabilidad socioeconómica y política de largo plazo.
8.- Un país amante de la paz y el progreso social e individual que tiene como objetivo una vida plena, libre y feliz para todos y cada uno de sus habitantes actuales y futuros, en un entorno socioeconómico en el que ya no existe la extrema pobreza y la pobreza se bate finalmente en retirada, por lo que sus recursos pueden ir cada vez más hacia el financiamiento de nuevos proyectos científicos y tecnológicos que agreguen valor a la oferta de bienes y servicios que intercambia con el mundo.
9.- Un país que ha logrado consolidar una gran y extensa clase media pujante, emprendedora, innovadora y comprometida con el desarrollo, habitando a gusto en barrios, comunas, ciudades y campos ambientalmente sustentables y seguros, realiza sus proyectos gracias a su propio esfuerzo, la eficiente labor de una clase política dirigente moralmente intachable y un Estado no discriminador, moderno, honesto, capaz, y al servicio de sus ciudadanos.
Son estas ideas las que permitieron el tándem centro-izquierda/centro-derecha de las últimas décadas, el que, sin poner en riesgo los fundamentos del modelo de desarrollo, impulsaron uno de los períodos de crecimiento más notables de la nuestra historia republicana.
Son estas ideas, por lo demás, las que triunfaron en diciembre pasado y que mayoritariamente han ido calando en la cultura de amplias mayorías ciudadanas que creen en el merito y esfuerzo.
Son estas ideas -que la izquierda maximalista caricaturiza como “neoliberales”, acusando a la socialdemocracia y el socialcristianismo de haberlas adoptado contentándose con “humanizar y redistribuir, sin desafiar las relaciones de poder existente”- las que comparten una amplia mayoría nacional moderada, aun reconociéndose, parte de ella, opositora al actual gobierno.
Son estas ideas las que representan el profundo cambio cultural de millones de chilenos muchos de los cuales, habiendo salido de la pobreza, se han integrado a una extensa y vigorosa clase media, y han asumido -aún de modo inconsciente- las citadas claves como parte de su quehacer.
Son estas ideas las que explican el error de concluir que el descontento social desatado hace unos años sería consecuencia de esa supuesta coopción de la centro izquierda por parte del “neoliberalismo” y no producto de la crisis financiera de 2008 y el crudo develamiento de los malsanos vínculos existentes entre dinero y política que posibilitaron esa indebida influencia de corporaciones empresariales sobre el Estado.
Aunque buena parte de esta nueva izquierda no apunte hoy a las divisiones de clases como la causa central de la pobreza e infelicidad humana, sino que acuse -no sin cierta razón- las profundas desigualdades entre “los del arriba y los de abajo”; y que no se promueva, como antaño, la creación de un “poder popular” paralelo al Estado, sino un copamiento de aquel para, desde dentro, transformar profundamente sus instituciones, lo cierto es que tal propuesta busca prístinamente “un cambio de los grupos en el poder”.
Aunque sus propósitos estratégicos no han sido hasta ahora claramente explicitados, se podría sospechar que el objetivo ulterior de esos cambios institucionales no sea otro que avanzar hacia el control de los poderes económico, social y cultural, conformando un modelo de país dirigido por una nueva elite política que -como en los socialismos reales- termine rigiendo la vida de las personas en casi todos sus ámbitos. Una renovada “monarquía absoluta de los buenos y mejores”.
Desgraciadamente para esas izquierdas, todo indica que gran parte de la chilenidad no busca ni buenos reyes, ni salvadores que los lleven de la mano al paraíso terrenal de la igualdad y la fraternidad, sino que, por el contrario, cada cual desea seguir construyendo su futuro, según sus propios sueños y posibilidades, sin más intervención que las de su voluntad y determinación en la consecución de los objetivos personales o familiares. Tamaño cambio cultural pone una lápida de largo plazo a aquel juvenil voluntarismo colectivista “igualitario y participativo” de esta nueva izquierda radical. (NP)
Roberto Meza A.