Mal pronóstico creo que tiene el futuro próximo en nuestro país. Más allá de la posibilidad de una recesión, resulta evidente que la crisis tiene una dimensión ética significativa, problema que no se circunscribe a las llamadas élites, pero sobre el cual estas tienen una responsabilidad mayor que la población en general. En este sentido, genera algún grado de optimismo el notorio cambio de lenguaje de los líderes empresariales. Es de esperar que se traduzca en hechos concretos hacia un mayor respeto a la libre competencia, más preocupación por el recurso humano, por las comunidades donde están insertos y, en general, por una responsabilidad social empresarial que no se quede en el márketing. Lamentablemente soy menos optimista respecto de una mejoría de los liderazgos políticos. De hecho, muchos han mostrado su peor cara durante los últimos dos meses, haciendo honor al desprestigio que se han ganado.
El notorio déficit en la clase política, que abarca a los tres poderes del Estado, junto a la profundización de una tendencia definitivamente pobre del crecimiento económico, es lo que me impide tener una mirada optimista sobre el futuro de Chile. Desde el punto de vista económico, en mi opinión, esta no es la crisis de la desigualdad, es la crisis de la falta de crecimiento. Resolver las carencias sociales requiere que el país vuelva a crecer, lo cual parece muy difícil no solo por el profundo golpe que ha recibido en estos dos meses la actividad económica, sino además porque se trata de un problema que se arrastra por muchos años.
Los mejores años de crecimiento de Chile fueron entre 1986 y 1997, la “docena dorada”, con una expansión promedio anual del PIB de 7%, producto de las reformas económicas del gobierno militar, la mejoría institucional generada por el retorno a la democracia y las reformas procrecimiento de los gobiernos de Aylwin y Frei.
Luego de la crisis asiática, se empiezan a evidenciar debilidades estructurales, aunque el gobierno de Lagos sigue avanzando en materia de productividad con la política de concesiones. De ahí en adelante el proceso se detiene, en parte, porque se hizo innecesario producto del prolongado boom del cobre, equivalente a que nos cayera “maná del cielo”. Esto permitió que con un crecimiento mediocre del PIB, Bachelet I implementara una política de gasto social muy expansiva.
En el gobierno de Piñera I, el elevado precio del cobre fue acompañado por el dinamismo de la inversión posterremoto, generando una expansión de ingresos laborales, incluso superior al de esa “docena dorada”. Con el diagnóstico errado de que el crecimiento era una condición de la naturaleza (el boom del cobre ya no era tal en 2013), Bachelet II implementó reformas antiproductividad, con lo cual el crecimiento se desplomó. Piñera fue reelegido para que repitiera los resultados de su primer gobierno, meta que resultó imposible dada la falta de apoyo del Congreso a reformas procrecimiento. La frustración de expectativas, junto con la sensación de abusos, fue el caldo de cultivo para que estallara el descontento, muy bien aprovechado por las organizaciones antidemocráticas y anárquicas, responsables de esta violencia organizada.
La respuesta económica a la crisis es hasta ahora decepcionante, ya que sigue estando completamente ausente la recuperación del crecimiento. Por el contrario, tenemos enfrente una muy costosa agenda asistencialista que no cuenta con financiamiento y que terminará con mayores impuestos. Se suma la agenda constitucional, que introduce una enorme incertidumbre institucional, lo que podría llevar a que se repitieran los cuatro años de caída de la inversión del segundo gobierno de Bachelet, destruyendo las posibilidades de mejoría del mercado laboral.
Un solo dato ilustra la importancia crucial del crecimiento: si a partir de 2014 el país hubiera seguido creciendo a un ritmo de entre 4% y 5%, sin hacer ninguna reforma tributaria, hoy el fisco contaría con US$ 3.500 millones anuales adicionales para su agenda social, más que suficientes para financiarla. Por supuesto, habría seguido creciendo el empleo formal y los salarios serían más altos.
En resumen, el crecimiento económico es el único camino sustentable para resolver las demandas sociales. Por algo esta crisis estalla después de seis años de escaso dinamismo, y me temo que si se cumplen mis pronósticos pesimistas a este respecto, no será factible resolverla.
Cecilia Cifuentes
Directora ejecutiva Centro de Estudios Financieros
ESE Business School
U. de los Andes